¿Qué será peor: el mal o el remedio?
El país vive una doble crisis, social y política.
La social por una situación real de desempleo (el mayor del Continente); de desigualdad (la mayor del continente); de insatisfacción e interinidad en lo que concierne el sistema pensional; de inconformismo y falta de confiabilidad en la estructura del régimen de salud; de malestar por la ausencia de inseguridad; etc. El Gobierno sostiene que es un error de percepción de la ciudadanía porque no entiende las bondades de la gestión actual y/o porque es la culpa acumulada de tiempo atrás, especialmente del gobierno anterior. Pero, sea percepción o sea real, la crisis se manifiesta en lo que parece será la mayor protesta masiva con el paro nacional convocado para el próximo 21 de noviembre.
Y la crisis política porque por un lado el respaldo popular al presidente se encuentra en el punto más alto de desprestigio para cualquier gobernante en su inicio de gestión (69 % según última encuesta), lo cual se reflejó en las últimas elecciones; y por otro, por falta del respaldo de los políticos y los partidos los cuales no comparten la tesis de que no se debe gobernar con ellos, que no hay porqué buscar consensos con sectores diferentes a los de su propio proyecto, que cualquier contacto con el legislativo es ‘mermelada’. El resultado es que en los trámites en el Congreso no cuenta con las mayorías y que él enfrentamiento se manifiesta hasta en las mociones de censura a sus ministros.
Las dos crisis expresan una falta de legitimidad y de credibilidad para sacar adelante las propuestas de gobierno, lo que se ha llamado ‘falta de gobernabilidad’ (para algunos de ‘gobernanza’).
Todo lo anterior ha concluido en la propuesta del senador Roy Barreras de que el presidente debe conciliar con el Congreso; pero que esto no debe ser gota a gota con cada uno de los congresistas repartiendo mermelada; y que la forma debe ser tramitando acuerdos programáticos con los partidos negociando con sus directores.
Este planteamiento parece correcto a nivel abstracto pues es acorde al diagnóstico anterior y parece viable y conveniente como solución.
Un acuerdo de partidos es una contradicción con la realidad
pues partidos propiamente no existen
En lo concreto puede encerrar unos peligros por ser demasiado teórico: un acuerdo de partidos es una contradicción con la realidad pues partidos propiamente no existen; un acuerdo con sus representantes formales corre el riesgo de caer en vocerías de intereses o compromisos personales creados; en especial en los casos de César Gaviria y Álvaro Uribe quienes por sus habilidades y trayectoria es claro que serían los que determinarían los resultados.
Dejando algo de lado que Gaviria por sus antecedentes muestra poca limpieza e incluso ilegalidad en su forma de hacer política (o por eso mismo), un resultado de conversaciones en las cuales él sea el principal protagonista implica varias consecuencias.
En cuanto al Partido Liberal consolida la situación de ilegalidad existente por la apropiación como cosa personal de su personería jurídica, con el abandono de su historia y su ideología, y distante de sus bases y de quienes las defendían; remplazado por una multiplicidad de seudopartidos en los que terminó disolviéndose y pulverizándose, los cuales sólo buscan recoger sus pedazos (o sus votos); esto en detrimento del sistema democrático de funcionamiento alrededor de entidades organizadas alrededor de orientaciones ideológicas, de programas y de estructuras jurídicas, e imponiendo, con su ejercicio y por vía de ejemplo, la corrupción política que significa el uso de los avales para mantenerse en el poder por encima de la voluntad de los constituyentes.
Pero, por otra parte, -y es lo que es más grave y explica que sea el expresidente con más rechazo en la población-, ya no su comportamiento sino la orientación y dirección dada a su gestión, por ser quien implantó el neoliberalismo en Colombia, modelo que trajo las consecuencias contra las cuales se levanta la protesta hoy.
Nada más peligroso que quien acabe siendo la mayor influencia en la respuesta a las crisis social y política que vivimos sea quien entre nosotros es el padre del neoliberalismo y el uso de la corrupción de la política en el modelo democrático de partidos.
Nada más peligroso que la alianza del hambre con las ganas de comer, como sería la orientación de derecha alrededor de las políticas neoliberales que comparten el gobierno y este expresidente; y el uso del principio de ‘en política todo se vale’ que comparte con el otro expresidente.