En la actualidad somos más de 7 mil millones de personas sobre la Tierra, y todos consumimos recursos y generamos desechos. Cada uno tiene unas necesidades básicas que deben ser suplidas para vivir de manera digna: agua potable, alimentos sanos, vestimenta, vivienda segura, salud y sanidad. La logística para suplir estas necesidades incluye muchas variables y es compleja. Por supuesto, pone a prueba la homeostasis y resiliencia de los ecosistemas, ya que son la base de dicha logística y somos demasiados a las cuales satisfacer. Desgraciadamente, la satisfacción de estas necesidades no es equitativa. Unos toman más de lo necesario y a otros no les toca nada. Tal vez alcanzaría para todos si se hiciera un uso racional de los recursos, mientras disminuimos en número.
Chocante
No podemos ser tantos. ¿No parece lógico? Simplemente no hay tanto para tantos. Y así como no podemos ser tantos, tenemos que cambiar de aptitud y actitud. Debemos dejar de consumir tanto, ojalá por fomento de una menor producción industrial. Pero parece que nadie quiere abandonar una vida de comodidades, derechos y placeres, que además tienen el respaldo y exaltación de los sistemas políticos, fuertes valores culturales, la religión y el libre mercado. Aun cuando sabemos que la industria cárnica consume y contamina abundantes cantidades de agua; que lleva a cabo actos crueldad animal sistemáticos más que documentados; que genera desforestación, pérdida de biodiversidad y degradación del suelo, debido a los cultivos de soja –materia prima muy común para elaborar piensos y cuyos cultivos compiten con los cultivos destinados al consumo humano- y la ganadería extensiva e intensiva; no somos capaces de mermar el consumo de carne por un poco de placer. A pesar de que sabemos que los aparatos electrónicos son una amalgama de plásticos, con un elevado nivel de trasformación, y de metales, peligrosos y escasos, los adquirimos y desechamos a una velocidad alarmante. ¿Por qué es tan difícil conservar un celular por más de 2 años?
Vale la pena lanzar una pregunta que puede resultar bastante chocante, ¿es necesario que engendres hijos para consumar tu vida y ser feliz? Si la respuesta es positiva, entonces tienes que preguntarte, “¿cómo vivirán mis hijos, y como vivirán los hijos de ellos cuando tengan mi edad?” La decisión de tener o no hijos biológicos es absolutamente respetable. Cada uno es autónomo sobre su salud reproductiva y sexual. Pero también hay que ser conscientes de que la situación en el planeta no está nada fácil, y probablemente empeorará para las generaciones futuras. Si de conformar una familia se trata, ¿es muy insolente e inmoral considerar la idea de adoptar de manera generalizada? Los humanos tenemos muy desarrollados la compasión, la solidaridad y los lazos afectivos? ¿O no?
El objeto más complejo del universo
¿Por qué nos cuesta tanto hacer ciertos sacrificios cuando la situación es tan grave? Hay varias respuestas desde la psicología. De acuerdo a Daniel Gilbert, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, el cerebro humano está diseñado para responder ante amenazas concretas y súbitas, pero no ante peligros latentes, incorpóreos y graduales. En este último caso, la mente sólo se adapta ante la situación adversa. Para la psicóloga Renee Lertzman, la inacción parte de un dilema hacia el estilo de vida, ya que muchos no aceptan que es necesario sacrificar lo que más les gusta para tener un mundo mejor.
Decir que nuestra curiosidad, inventiva y abstracción son impresionantes, es quedarse corto. Pero, a la vez, estas características nos han pasado por encima sin darnos cuenta por las siguientes razones. Nuestro cuerpo y cerebro han cambiado muy poco desde que éramos cazadores y recolectores en la Edad de Piedra. De acuerdo con el escritor e historiador, Ronald Wright, “nuestra naturaleza humana es la misma que en la Edad de Piedra, mientras que nuestro conocimiento y tecnología… crecieron fuera de toda proporción… y este es el núcleo de muchos de nuestros problemas”. Utilizamos un “software” (conocimiento del siglo XXI) de última generación en un “hardware” que no ha sido mejorado en 50.000 años, agrega Wrigh. A pesar de que nuestra inteligencia ha evolucionado, aun obedecemos a una etología instintiva, primigenia e inherente de millones de años. Y eso no se puede borrar de un brochazo. Está en nuestra naturaleza pensar y actuar a corto plazo. Los humanos de la Edad de piedra que cazaban un mamut hoy para saciar su hambre, estaban convencidos de que siempre habría mamuts para calmar el hambre de mañana. Podrían alimentarse eternamente de mamuts. Un corredor de bolsa espera ganar mucho dinero hoy para saciar su avaricia, convencido de que hará lo mismo en un presente perpetuo. El corredor de bolsa y el cazador son muy similares, por más objeciones que haga el primero. Entonces, ¿nuestra naturaleza nos exime de nuestros actos? ¿Y el raciocinio? ¿Dónde queda? ¿Qué acaso no es el raciocinio lo que nos diferencia de los demás animales? Somos capaces de analizar lo que ocurre a nuestro alrededor y actuar en base a ello. Tenemos sobre nuestros hombros el objeto conocido más complejo del universo. Hay que aprovecharlo para idear algo nuevo, a partir de los hechos, el conocimiento y la razón.
Civilización global… ¿un fracaso?
La primera civilización de la que se tenga registro es la Sumeria. Surgió alrededor del 3.500 a.C. al sur del actual Irak. Desde entonces el planeta ha visto pasar sobre su faz muchas civilizaciones. Y todas tiene algo en común: fracasaron. Surgían, avanzaban, tenían un momento cumbre, y luego, por algún motivo, aparecía un punto de inflexión; a partir de ahí se entraba en una fase de moribunda decadencia. Por supuesto, los motivos que ponían punto final a cada civilización varían de una a otra, pero, en últimas, todos parten de condiciones medioambientales degradadas.
Ahora hemos llegado a un punto de interconexión tal, que conformamos una única y vibrante CIVILIZACIÓN GLOBAL. Y está de lleno en su momento cumbre: que exista la biología sintética, inteligencia artificial y trasporte de mercancías, información, personas sin precedentes, lo resume muy bien. Pero el punto de inflexión está cada vez más cerca, y aun no nos decidimos a hacerle frente con entereza.
¿Y si la Naturaleza intentó con los seres humanos algo osado pero no dio resultado? ¿Será que el experimento evolutivo que llevó a cabo, llamado “civilización”, fracasó? ¿Seremos su primer y último intento? ¿No existirán casos esplendidos y maravillosos de éxito en la enormidad del Universo? Por supuesto que la Naturaleza también se equivoca. Y sabemos muy bien como enmienda ella sus errores.
Parásitos del siglo XXII
Si has llegado hasta este punto de este mamotreto latoso dividido en tres partes, es porque compartes de alguna manera todo lo que he expuesto anteriormente. Tú y yo sabemos que la difusión de esta información no cambiará nada. El mundo seguirá exactamente igual mañana, y la semana entrante, y en el 2017... De hecho, hasta parece un mal chiste que yo haya escrito este texto, y tú lo leas, en un aparato electrónico cuya fabricación ha hecho tanto daño. Lo aquí planteado es sólo una opinión, con algunas bases académicas, de una persona que no tiene ni poder político ni económico, que es sólo uno más del montón que día a día intenta sobrevivir en un entorno de darwinismo social. Por consiguiente, el efecto generado por estas más 5.000 palabras será insignificante. Se perderán en un océano de información efímera, pesimista, banal y muchas veces sin sentido. Pero como ciudadano del mundo, considero que tengo todo el derecho a hacerla.
A ti y a mí, las acciones para solventar esta crisis nos rebasan sobremanera. A nivel individual, muchos aspectos escapan de nuestro control, por más decididos que estuviéramos. Pero al menos eres un poco más consciente sobre lo que debe pasar pronto, desde mi parecer, si queremos salir de esta disyuntiva.
Hasta el momento los humanos sólo hemos abordado la crisis de una manera tangencial, a través de unas medidas de mitigación insuficientes. Para solucionar esta crisis, hay que ir hasta el origen de la misma, la cual, si se quiere ponerle un rotulo, es filosófica, o incluso, yendo un poco más allá, mística. Es sobre nuestro lugar en el entretejido de la naturaleza. Implica cuestionarse sobre quiénes somos y quienes queremos ser. ¿Deseamos seguir siendo un hilo sinérgico en el entretejido natural? ¿O más bien, continuaremos motivados por delirios de grandeza y el hedonismo, mientras solucionamos los problemas sobre la marcha y vamos tanteando que sucede? Sólo después de una profunda y concienzuda reflexión de nuestros líderes políticos, de las personas que ostentan “poder económico”, de la comunidad científica y por supuesto, de nosotros, el pueblo global, será el momento cuando se encienda la luz verde para el decrecimiento económico y el descenso de la población. La reflexión debe ir desde el nivel personal, al preguntarme qué clase de ser humano soy, hasta el nivel colectivo, al considerar romper paradigmas, como por ejemplo el de la democracia; ¿no podremos idearnos algo mejor? Es eso, o nos veremos en la obligación de cambiar a la fuerza -cuando tal vez ya sea muy tarde- al imponerse la dictadura de la Naturaleza, que traerá consigo el sufrimiento y la muerte de millones de seres vivos diarios para reestablecer el equilibrio planetario.
Queda claro que las acciones para poner freno a la crisis están encaminadas hacia el respeto, cuidado y protección de todo lo que conforma el planeta Tierra (tanto lo vivo como lo no vivo). Pero si es importante hacer énfasis en que, en últimas, se efectúan para asegurar nuestra existencia, porque no es ningún favor el que le hacemos a la Naturaleza al salvaguardarla; pensar de ese modo sería una muestra más de nuestra estupidez. Si el hilo de la humanidad se rompe y es desechado al trasto de fracasos evolutivos, el curso natural del planeta continuará en una recuperación bajo los términos de la física, biología y química. Y aun mejor, sin la prisa impaciente de los humanos. Hay tiempo de sobra. El planeta ya sido testigo de cinco extinciones masivas, y en todas ha resurgido la vida a partir de un nuevo equilibrio planetario. Y si hay una sexta, no será la excepción. El planeta Tierra seguirá muy vivo hasta que sea destruido por el moribundo sol, dentro de unos 4.500 millones de años, o por algún otro hecho cósmico. Lo extraordinario en este preludio de una posible extinción masiva, es que por primera vez sobre la faz de la Tierra, hay seres con la suficiente inteligencia para incidir sobre sus acciones y evitar su propia extinción y la de los demás seres vivos.
En este preciso instante nuestro futuro es incierto. Es arriesgado pronosticar las condiciones en las que vivirá la humanidad en el 2099. Y es aún más arriesgado esbozar cuáles serán los retos del siglo XXII. Pero si el reto principal para ese siglo es crear la ingeniería necesaria para trasladar a los humanos más acaudalados e importantes a Marte y comenzar una nueva civilización allá, para escapar de una muerte segura y dejar en la agonía y sufrimiento a millones de infortunados seres vivos, entonces si será conclusivo que la Naturaleza si cometió un error con nosotros. Con el infortunio que ese error continuaría existiendo, de hecho, más bien, nos reduciríamos a parásitos cósmicos en busca de un nuevo huésped al cual infectar para sobrevivir.