Hoy la realidad colombiana nos exige a las fuerzas alternativas, progresistas y democráticas que abandonemos las pequeñas diferencias y empecemos a construir desde la diversidad y el respeto una alternativa que posibilite la materialización de los sueños y anhelos de los postergados y excluidos. Tarea que tiene la imperiosa necesidad de despojarnos de las prácticas tradicionales que en más de 50 años nos han impedido el avance como fuerza política para hacerle contrapeso al bipartidismo y a las fuerzas políticas que a través de la violencia lograron imponerse, por eso la apuesta del Frente Amplio debe ser la paz.
Lejos de querer ser reduccionista con el tema de la paz, considero que si bien no es el único asunto en el que las fuerzas alternativas nos debemos concentrar, si será este tema la columna vertebral que regirá la vida política del país por varios años, sea cual sea el desenlace que tenga el proceso en La Habana, porque este logrará configurar y resignificar los correlatos de la guerra o de la paz. He ahí que nuestro papel como Frente Amplio constituye la voz de aliento y esperanza para que las y los colombianos crean que la terminación del conflicto es posible, pero que además es una tarea obligatoria que debemos construir entre todos.
A este nuevo proceso de unidad llamado Frente Amplio le corresponde protagonizar la entrada a una etapa histórica definitiva para generaciones enteras, que dependerá de nuestra lucha política en los próximos meses. Nuestra unidad no puede basarse en halagüeñas profecías sobre el posconflicto, sino en tareas ciertas para hacer realidad la salida política, opción que hoy sigue en debate para el conjunto del establecimiento. Las actuales conversaciones con las insurgencias de las Farc-EP y ELN no definen un gobierno nacional o local de cuatro años, no definen un presupuesto o un plan de desarrollo: determinan la configuración misma del régimen político colombiano para el presente siglo y de allí su importancia nodal. Sin querer pecar de grandilocuente pienso que nuestra articulación alrededor de la solución política debe ser la sustancia misma de nuestra unidad, ya que bien comprendida la conquista de la paz democrática subsume todas las consignas y reivindicaciones de los colombianos.
Los demócratas y amantes de la paz de Colombia no podemos entendernos como espectadores de los procesos de paz. Más allá de formalidades, no hay solución política sin la participación protagónica de la ciudadanía, que tendrá que ser conquistada con nuestra decidida iniciativa y —dadas las condiciones actuales— con la movilización en las calles. Tenemos que romper con la pantomima mediática donde se pretenden presentar como únicas alternativas frente a la paz las que expresan el gobierno de Santos y el expresidente Uribe. Los sectores democráticos y populares tenemos nuestra visión y propuesta de paz y el Frente Amplio bien podría ser el instrumento para asumir esta vocería, hasta hoy invisibilizada.
Aquí está la primera y gran tarea del Frente Amplio: disputar la hegemonía con las versiones del establecimiento sobre la paz, es decir sobre el futuro de Colombia y el modelo de país. Para ello inexorablemente nos veremos en la tarea de proyectar nuestras identidades y pulir acuerdos con respecto a la solución política. Los procesos de paz en curso no requieren hoy coros áulicos o endosar vocerías: nuestro aporte debe ser desde nuestra propuesta y participación directa sin negar nunca los puntos de coincidencia con las posturas de las partes. Desde esta lógica debemos desdoblar la consigna de apoyo al proceso de paz y llenarla de contenido para que no se torne etérea.
Como Frente Amplio tampoco debemos olvidar que el elemento inherente a la conquista de la paz es la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Bastante débil quedaría nuestra perspectiva democratizadora como Frente Amplio, si permitiésemos que la refrendación fuese reducida a un ornamental Si o No en una impotente Consulta Popular, maniatada por la Ley 134/94. Muy maltrecha quedaría nuestra vocación por la participación democrática si dejamos enclaustrar la paz al trámite parlamentario de una ley reglamentaria del Marco Legal, en un Congreso reconocido por sus limitaciones democráticas. Por ello, insisto en que por coherencia política para el Frente Amplio, para la izquierda, para los demócratas, la ANC es el mecanismo idóneo para la participación directa del pueblo colombiano en unos acuerdos que determinarán el futuro del régimen político.
Pero más allá de nuestra opinión están las necesidades mismas de una paz que busca cerrar una guerra de más de 65 años: nuestro pacto de paz debe ser una norma de normas, constitucionalizado y no reducido a una mera legislación sometida a los vaivenes de los gobiernos de turno y de los intereses opacos del actual sistema político. La ANC ofrece esta garantía política al mismo tiempo que posibilita dar orden y armonía legal a los cambios que engendrarían los acuerdos y que abarcan diversos temas y jerarquías institucionales.
Son muchos los temores infundados sobre la ANC de aquellos que le temen a un debate con los enemigos de la paz, como si esta fuera una discusión que pudiésemos evadir con otros mecanismos. Si el Frente Amplio quiere ser poder, debe perderle el miedo a la ANC porque si no podemos hacer parte de una coalición democrática en esta, mucho menos vamos a formar un gobierno. Lo que sí es obvio, es que nuestra propuesta de ANC debe incorporar las diversas garantías para la participación democrática y la expresión en ella del ¨país nacional¨ del que nos hablara Gaitán. Una ANC sometida a las cortapisas politiqueras del actual sistema electoral sería otro Congreso de la República. Una Constituyente para la Paz requiere de la presencia de todos los sectores sociales y populares: de los afros, los indígenas, los estudiantes, los trabajadores, las mujeres, además de la participación de todos los firmantes de la paz y las garantías plenas para que los movimientos de oposición podamos jugar en esa contienda electoral.