La población mundial por la repentina aparición y propagación del “coronavirus” sintió de un momento a otro saturado su entorno comunicacional con palabras o frases ligadas al lenguaje científico, tras la “epidemia”, en su fase inicial en Wuhan, y luego “pandemia”, en su ciclo más crónico en los cinco continentes.
Y para aumentar la confusión, los medios de comunicación y las redes sociales emiten, en ocasiones, datos, cifras, estudios e investigaciones en lenguaje especializado, o en caso contrario, utilizados en titulares impactantes para atraer la atención. Ejemplo: “Hace unos días fue portada de algunos medios de comunicación que el coronavirus en Brasil había mutado ¡tres veces!”.
“La palabra mutación suena dramática, pero en realidad es parte de la rutina de los virus formados por cadenas de ácido “ribonucleico” (ARN), que transportan la información “genética” del virus”, aclara la Revista Semana en el artículo, Coronavirus: qué se sabe sobre la mutación del SARS-CoV-2.
La comunicación de los científicos por estos días ebulle como el cráter de un volcán hacia diferentes audiencias. Eso en cierta medida beneficia a las sociedades porque despierta las alarmas entre los gobernantes para afrontar crisis sanitarias como la que por estos días tienen en “jaque” a países desarrollados y subdesarrollados.
Sin embargo, las expresiones epidemia, pandemia, genoma, cepa, sars, virus, genética, entre otras, que alimentan los artículos sobre el coronavirus, merecen ser evaluados para ser transmitidos a los diferentes receptores (ciudadanía) en un lenguaje sencillo y agradable.
Para tal efecto es necesario seguir invitando a la comunidad científica, a los gobiernos de turno, a los medios de comunicación y a los periodistas, la importancia de insistir en divulgar los avances en ciencia, tecnología e innovación, para formar ciudadanos inquietos, preparados e interesados en estos temas de interés para la humanidad.
Para nadie es un secreto que en los últimos años la sociedad científica y los medios de comunicación realizan ingentes esfuerzos recíprocos para publicar información científica con base en el rigor de las fuentes, buscando llegar a sus públicos con mensajes directos, usando lenguaje sencillo y tratando de involucrar a las sociedades.
Las premisas de pensamiento crítico, racionalidad y argumentación fundamentan los contenidos de una comunicación científica efectiva. Pero el deber de la ciencia, es propiciar que estos acaparen el interés de todas las audiencias, para obtener sociedades más comprometidas con el desarrollo intelectual de sus naciones.
En resumen, “la relación entre una «ciencia exprés», que comete errores por las prisas, y una sociedad hiperconectada, en la que la información (contrastada o no) se difunde a un ritmo vertiginoso, es, cuando menos, difícil. Si las cosas no se hacen bien, corremos el riesgo de promover otra «pandemia», de alarma y desconcierto, que poco ayuda a gestionar la crisis real”, dice Ignacio López Goñi, Catedrático de microbiología en la Universidad de Navarra.