Recorrer esta vía es constatar que aún no desaparecen las huellas del conflicto que padeció el oriente antioqueño y su comunidad. Esta es una carretera que he transitado muchas veces desde 1995, cuando siendo director del programa Calidoscopio de Teleantioquia llegaba a diferentes veredas de Granada, San Carlos o San Luis para entrevistar diferentes actores de la confrontación armada, acompañaba a los miembros de la Comisión de Paz de Antioquia en sus labores humanitarias, iba a cubrir alguna de las tantas masacres que se dieron en ese territorio o a documentar los muchos desplazamientos que dejaron esos campos vacíos por varios años.
Pues bien, hace poco volví a recorrer esa vía que está llena de recuerdos para mí como periodista y para miles de personas que padecieron el horror y el dolor de un conflicto que no les pertenecía, pero en el que todos resultamos envueltos de alguna manera.
Recuerdo mucho la entrega, en una escuelita a la vera del camino, de José Aldemar, alcalde de Cocorná, quien fue retenido por el Frente Carlos Alirio Buitrago del ELN para hacerle un “juicio revolucionario” por supuesta corrupción administrativa.
Días antes, Carlos Alberto Giraldo de El Colombiano y yo nos habíamos adentrado en las montañas de Santa Ana para averiguar por la suerte del alcalde, de quien nadie tenía noticia y cuyo secuestro ningún grupo armado se había atribuido. Hubo un momento en el que de la nada resultamos rodeados de hombres uniformados y armados, dos minutos después el mismo Timoleón o José María, como lo llamaban los campesinos, nos confirmó que el alcalde estaba en su poder y que se le adelantaba un juicio político, noticia que apareció al día siguiente en El Colombiano y le salvó la vida a José Aldemar.
En la entrega, a la que asistió Jaime Jaramillo Panesso como garante, renunció José Aldemar a la alcaldía y pocos días después salió al exilio con su familia.
Recuerdo también, con mucha claridad, algún día que acompañé a Hernando Martínez, alcalde del municipio de San Luis, y a la entonces personera municipal hasta Filo de Hambre, un pequeño caserío en la mitad de la carretera Granada-San Carlos para hablar con “Alonso”, uno de los comandantes del Frente 9 de las Farc y tratar de salvar la vida de varios jóvenes a quienes se les había decretado la muerte.
Y claro, cómo olvidar la masacre de Dos Quebradas, en San Carlos, que los medios de comunicación reportamos con tanta vehemencia por haber sido una de las más crueles que sucedieron en el territorio.
Sentí en mi recorrido varias cosas diferentes: primero, alivio de no encontrar a ningún armado en la vía, fruto de la seguridad democrática de Uribe y del proceso de paz de Santos; segundo, alegría de ver que se ha pavimentado un tramo importante, y aunque faltan algunos kilómetros, lo que hay es una bendición para esos dos municipios que tienen sitios paradisíacos y en cuyo recorrido se ahorran por lo menos una hora. También sentí mucha satisfacción al constatar que todas las familias que han retornado a sus terruños nuevamente están arrancándole productos a la tierra, y que hay muchas casas nuevas y otras en construcción, lo que claramente indica que se está pasando la página.
Sin embargo, para que no lo olvidemos nunca, siguen de pie a la vera del camino las cruces que recuerdan las ejecuciones de los grupos armados o los falsos positivos de los agentes del Estado. Además, aún quedan casitas semidestruidas de las familias asesinadas o que se desplazaron y ahora engrosan las zonas marginales de las grandes ciudades.
Y al contrario de lo que muchos puedan pensar, me dio cierta tranquilidad ver esas heridas de la guerra como símbolos de lo que nunca puede volver a ocurrir en el oriente antioqueño.