Sobre la orilla izquierda del río Cauca en los municipios de Riosucio y Supía (Caldas) sobrevive el resguardo Cañamomo y Lomoprieta donde 26 mil campesinos de 19 veredas cultivan en minifundios de clima templado, café, caña, maíz y fríjol de manera tradicional, en “convite”, intercambiando entre los vecinos y amigos, trabajo por comida. Algunos crían vacas, cerdos y gallinas, y otros salen del resguardo a ofrecer el jornal diario mientras no están en cosecha.
Allí no nacen frutas ni verduras jugosas y brillantes estimuladas con agroquímicos o nacidas de semillas genéticamente modificadas –transgénicas-, que aceleran la producción de las cosechas. Sus frutos son productos de la tierra de acuerdo a los ciclos naturales de la luna, de las lluvias. Se han resistido a que lleguen las tecnologías que aceleran artificialmente los procesos naturales de los alimentos pero sacrificando su valor nutritivo.
Antes de que Colombia firmara en el 2012 el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, el resguardo de Cañamomo y Lomaprieta ya se había declarado un Territorio Libre de Transgénicos (TLT), uniéndose a la lista de los 200 que existen en 25 países. En el mundo hay más de nueve millones de personas que viven en los TLT y en Colombia, cinco zonas ya han manifestado su resistencia a la modificación genética de las semillas.
Existen tres tipos de semillas. Primero están las nativas, que han pasado de generación en generación y son las que la ley 970 de 2010 intentó eliminar bajo el argumento de la sanidad de las cosechas; con ella se impuso el control de las semillas y los requisitos para su producción, almacenamiento y comercialización. Segundo están las semillas resistentes que están recubiertas de químicos para protegerlas de los insectos. Tercero, las transgénicas, creadas en laboratorios a partir de una mezcla de características que buscan dar el fruto ideal en un tiempo determinado y con pocas posibilidades de dañarse. Estas últimas producen frutos estériles que no se pueden volver a sembrar por lo que los cultivadores quedan sujetos a comprar semillas cada que terminan la cosecha; y además son resistentes al glifosato, el herbicida que se está rociando en Colombia para erradicar los cultivos de coca y marihuana.
Los campesinos de Cañamomo y Lomaprieta se declaran opositores de esta forma de agricultura, y por eso no sólo prohíben la siembra de semillas genéticamente modificadas sino que le han exigido al Gobierno que sus cultivos deben estar alejados 300 metros de los transgénicos, para evitar la contaminación aérea.
El afán de la superproducción ha logrado reducir la economía alimentaria a productos específicos como los son el arroz, la soya, el maíz y el trigo. Alimentos sobre los que hoy se erige la pirámide nutricional del mundo y han terminado por extinguir frutas y tubérculos nativos que ya no se siembran como en el caso colombiano. Los monocultivos se dispararon a partir del 2002 cuando se aprobó la siembra comercial de semillas transgénicas en Colombia. En 2008 se sembraron 30 mil hectáreas de cultivos de algodón, 173 mil hectáreas de maíz en 2007, y la producción de agrocombustibles como la caña de azúcar y la palma de aceite cubren hoy el 18% del área cultivada del país. Cultivos transgénicos que se han implantado sobretodo en Córdoba, Sucre, Huila y Tolima. La consecuencia se empieza a ver en la calidad del suelo. Tierras ribereñas se han convertido en campos secos por cuenta de esos cultivos que extraen los nutrientes específicos que necesitan para crecer y han sido trabajados de manera repetitiva ciclo tras ciclo sin descanso, lo cual desequilibra la tierra hasta dejarla improductiva para los campesinos de la yuca, el plátano, el arroz o cualquier otro cultivo.
El maíz que ha sido clave en la alimentación de los países suramericanos hoy está en manos de Estados Unidos. El interés de las empresas dedicadas a la biotecnología sobre este producto se debe a que es estratégico para masificar el consumo de los transgénicos. En Colombia, a pesar de la importancia del maíz para las comunidades indígenas, afros y campesinas, en 2007 el ICA autorizó, la siembra de tres variedades de maíz transgénico en los departamentos de Córdoba, Sucre, Huila y Tolima; Colombia tiene 23 razas de maíz nativo.
A pesar de la falta de regulación de los Tratados de Libre Comercio todavía sobreviven comunidades resistentes que defienden la tierra y la diversidad de la producción agrícola en sus parcelas frente a la presión por imponer el monocultivo a través de los estímulos en las políticas públicas del sector agropecuario.