Con El buen mal, Samanta Schweblin vuelve a demostrar por qué es considerada una de las narradoras más inquietantes y brillantes del cuento contemporáneo latinoamericano. En esta nueva colección, la escritora argentina explora los límites entre lo cotidiano y lo extraño, lo íntimo y lo perturbador, con una precisión estilística que desarma y atrapa al lector.
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Schweblin es una maestra de la atmósfera. Sus relatos no necesitan de escenarios macabros ni de hechos sobrenaturales para generar inquietud. La tensión emerge de lo mínimo: un gesto fuera de lugar, una conversación que se desliza hacia lo inesperado, un objeto aparentemente inofensivo que adquiere una presencia amenazante. En este libro, la autora vuelve a demostrar su capacidad para convertir lo familiar en algo profundamente inquietante, logrando que el lector se sienta incómodo incluso en los espacios más conocidos.
Uno de los aspectos más fascinantes de El buen mal, de la editorial Penguin Random House, es la manera en que Schweblin juega con los límites entre lo real y lo imaginado, entre la seguridad y el peligro. Sus personajes, que son reales, seres humanos de carne y hueso, suelen encontrarse en situaciones que, aunque inusuales, no parecen del todo imposibles. Esta ambigüedad es clave en su narrativa: el lector nunca está completamente seguro de lo que está ocurriendo, y esa sensación de incertidumbre es lo que hace que sus cuentos sean tan envolventes.
Al igual que en Pájaros en la boca y Siete casas vacías, la autora emplea una prosa depurada, directa y precisa. No hay adornos innecesarios ni explicaciones superfluas: cada palabra tiene un propósito, cada silencio construye significado. Este minimalismo narrativo contribuye a la sensación de extrañamiento que caracteriza sus relatos, donde la información se revela en dosis medidas y, muchas veces, lo más importante queda sugerido entre líneas.
Los cuentos de El buen mal giran en torno a una serie de temáticas recurrentes en la obra de Schweblin: la fragilidad de las relaciones humanas, la violencia soterrada en la vida cotidiana, los límites de la percepción y la manera en que el miedo se infiltra en lo más íntimo. La autora no necesita grandes giros argumentales para generar impacto; su verdadero poder radica en la forma en que nos enfrenta a situaciones perturbadoramente cercanas.
Uno de los mayores logros del libro es su capacidad para provocar emociones intensas sin recurrir a lo explícito. La incomodidad y el desconcierto emergen de detalles sutiles, de decisiones aparentemente intrascendentes que, al desarrollarse, revelan un trasfondo oscuro e inquietante. En este sentido, El buen mal es una lectura que exige una participación activa del lector, quien debe completar los vacíos y enfrentarse a la ambigüedad que Schweblin propone.
En definitiva, El buen mal es una obra que confirma a Samanta Schweblin como una de las grandes cuentistas de nuestra época. Con una prosa contenida pero llena de poder, la autora construye relatos que desafían nuestras certezas y nos sumergen en un mundo donde lo cotidiano es, en realidad, un territorio desconocido y peligroso. Una lectura imprescindible para quienes disfrutan de la literatura que perturba, seduce y deja huella.