Obama lo dijo claro: no persigan tanto a los consumidores. Persigamos a los traficantes. No es nuevo, lo dicho. Fumó marihuana de joven y les dice a sus hijas que no lo hagan. Sabe que la guerra contra las drogas ha fallado.
Se está cayendo la idea del siglo pasado, el embuste, en cuanto a que Estados Unidos y su pueblo están siendo víctimas de una guerra química por parte de países productores como Colombia y México.
La llamada guerra contra las drogas, además de ser fallida como lo he dicho en otras ocasiones, es una guerra que solo alimenta la corrupción en países en donde se supone los gringos han metido millones de dólares para combatirla y para esconder a los verdaderos beneficiarios, los banqueros; mientras sus armas se dirigen hacia una solapada política contrainsurgente.
Siguen hablando de una guerra química de Colombia y Mexico contra Estados Unidos. Siguen enviando dinero para combatirla. Miles de millones. Pero la corrupción crece. El dinero del tráfico se lava en bancos y corporaciones. Ahí está el negocio. Como antaño en el caucho, el alcohol, el petróleo. O como en el café y los diamantes. Ahí aparece el Fentanilo.
Los banqueros no quieren la legalización. Prefieren la guerra. ¿Financiaron la prohibición del alcohol, lo recuerdan? Financian la guerra contra las drogas. Ponen el dinero. Se llevan las ganancias. Guardan el 70% del dinero del tráfico en sus bóvedas. Financian campañas políticas. Crean fundaciones. Se disfrazan de filántropos.
Hace décadas que algunos países y sus gobiernos reclaman la legalización. Los documentos Santa Fe lo advertían hace treinta años. Ahora, en las calles, reparten jeringas. Reparten folletos: “Shoot Smart, Shoot Safe”, inyéctese bien, inyéctese seguro. Mejor eso que el SIDA, dicen. Se asustan con el nuevo adormecedor de jóvenes: el Fentanilo.
En Santa fe IV sin precisar que el gran capital financiero es el más beneficiado de la prohibición de las drogas, como fueron los nacientes bancos y prestamistas en plena lucha contra el alcohol y los licores en 1920, se advierte que en cualquier sociedad la corrupción por medio de las drogas y “en última instancia, el dinero de las drogas, puede sacar ventaja hasta del sistema capitalista y democrático más avanzado”.
En Colombia, el problema sigue para negros, indígenas y campesinos. La tierra es fértil. Pero no hay política agraria. No hay créditos. No hay precios justos. No hay programas de asistencia técnica para otros cultivos diferentes a la hoja de coca.
El caso es que los campesinos empobrecidos se ven empujados a sembrar marihuana y hojas de coca. Siembran la coca y en la puerta los mafiosos se la compran para convertirla en cocaína.
La cocaína es más rentable, sin duda, mientras no aparezca la competencia en el mercado, para satisfacer a unos 100 millones de consumidores entre Estados Unidos y Europa. El Fentanilo.
La coca crece sola. Se vende fácil. Mientras tanto, los tratados de libre comercio empobrecen a estos países. El conflicto interno como el de Colombia desplaza cientos de campesinos por acción de las hordas paramilitares. Campesinos acusados de ser auxiliadores de los grupos insurgentes.
El narcotráfico financia el terrorismo de Estado. Lo saben en Washington, pero no hacen nada. Un exagente de la DEA lo dice: “Ellos saben quiénes cultivan, quiénes venden, a quiénes corrompen. No los detienen. Prefieren la guerra. Prefieren el negocio”.
Los documentos oficiales lo advierten: “el dinero de las drogas corrompe hasta el sistema más avanzado”. Pero Estados Unidos no lo quiere ver. Hasta ahora no pueden vender algo mejor que la cocaína. Siguen peleando una guerra perdida. Legalizan la marihuana. Regalan jeringas. Pero no producen algo en los laboratorios que colme la demanda de estupefacientes. No saben cómo, repito, hasta ahora. O hasta que tengan en su poder la fórmula del Fentanilo.
Aquí, los campesinos esperan. Sueñan con vender sus productos de pan, coger o agroindustriales a buen precio. Con créditos, con tierra, con justicia. Pero los banqueros encontrarán otra guerra. El coltán, el litio, el uranio. Siempre hay un nuevo negocio.
Legal o ilegal, no importa. Lo que importa es el dinero.
Sembrar coca o marihuana es más rentable que los productos de pan. Estos son cultivos resistentes, de rápido crecimiento y con demanda asegurada en el mercado ilegal. En contraste, productos como el maíz, la papa, el cacao o el trigo enfrentan precios bajos, competencia con importaciones y falta de apoyo estatal. Los campesinos no pueden competir con el producto extranjero subsidiado que llega gracias a los tratados de libre comercio. Ejemplo: El trigo.
El acceso a créditos es nulo. No hay asistencia técnica ni infraestructura para sacar los productos a mercados. Si el campesino siembra papa, puede perder su cosecha por falta de compradores. Si siembra coca, hay compradores asegurados, pago inmediato y sin intermediarios que le impongan precios injustos.
El conflicto armado y el arcaico modelo económico ha empujado a muchas comunidades a zonas donde los cultivos ilícitos son la única opción. Los grupos armados controlan el territorio y, en muchos casos, obligan a los campesinos a sembrar coca bajo amenazas. Quienes no lo hacen, pueden ser desplazados o asesinados.
Si existiera una política agraria que garantizara tierras a los campesinos, con precios justos, apoyo técnico y acceso a mercados, no habría necesidad de recurrir a los cultivos ilícitos. Pero las tierras están en manos de terratenientes y empresas extranjeras, mientras los campesinos deben arrendar o trabajar para otros. La concentración de la riqueza, persiste.
Habría que pensar, inclusive, qué tanto resulta cierto, eso que ellos mismos tratan como cultivos ilícitos. Quién o quiénes han decidido que son ilícitos. En la prohibición, históricamente se ha demostrado que crece el negocio y el poder político.
Mientras se persigue a los pequeños productores de coca, se permite que bancos y grandes empresarios se beneficien del lavado de dinero. Se criminaliza al campesino que siembra coca para sobrevivir, pero no al financiero que blanquea millones de dólares producto del gran negocio.
La solución no es más guerra, más erradicación o más represión. La solución es que el campesino pueda vivir dignamente de su tierra, sin necesidad de recurrir a cultivos “ilícitos”. Pero eso implica cambios estructurales en el modelo económico que ni el Estado ni los poderes económicos están dispuestos a hacer.
La realidad es implacable: el narcotráfico no desaparecerá con más represión ni con más guerra. La lucha contra las drogas, en el fondo, no es más que una estrategia de control y negocio. Desde hace años, lo he dicho, que esta guerra dejará de existir solo cuando en el mercado aparezca una droga que iguale o supere los efectos de la cocaína en los consumidores de Estados Unidos y Europa. ¿El Fentanilo?
Esa es la clave. No es un problema de moral ni de salud pública, sino de mercado. Mientras la cocaína siga siendo la opción más efectiva y rentable, seguirán persiguiendo a los campesinos que la siembran, mientras los grandes beneficiarios —los bancos, las farmacéuticas, las corporaciones— sigan intactos amasando grandes fortunas.
Ya hemos visto movimientos en esta dirección. En Norteamérica, la marihuana recreativa se legaliza en cada vez más estados. Se habla de la heroína médica, del uso de drogas psicodélicas para tratar enfermedades mentales. Se reparten jeringas en las calles con la excusa de reducir daños. Repito, todo esto no es altruismo, es negocio.
El día que una farmacéutica saque al mercado una droga sintética más potente y segura que la cocaína, la guerra contra las drogas cambiará de objetivo. Dejarán de perseguir a los narcos colombianos o mexicanos. Los gobiernos se enfocarán en regular y patentar la nueva sustancia. Entonces, la coca y sus cultivadores quedarán en el olvido, como ocurrió con el opio cuando las farmacéuticas sacaron los opioides sintéticos.
Mientras tanto, los campesinos e indígenas seguirán siendo perseguidos por sembrar lo que el mercado demanda. No porque sean criminales, sino porque el sistema los ha empujado a ello.
Y cuando el negocio cambie, cuando una nueva droga se apodere del mercado global, simplemente serán desechados. Como siempre ha ocurrido. Por eso en Estados Unidos y en Europa pregonan mientras tanto a través de sus medios de comunicación el “Shoot Smart, Shoot Safe”, inyéctese bien, inyéctese seguro.
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