La primera semana de septiembre se realizó el Congreso Colombiano de Psicólogos y la 1ª Conferencia Regional Latinoamericana que convocó a más de dos mil psicólogos de todas las partes del país. Se reunieron en un mismo espacio profesionales de múltiples enfoques, aplicaciones y líneas de investigación.
Hubo muchas críticas relacionadas con la organización logística del evento: ubicación de posters, no seguimiento estricto de los horarios de las mesas de presentación, e incluso, el costo de los almuerzos que triplicaban los precios de los restaurantes cercanos al Centro de convenciones.
Sobre lo último, fue notable cómo las palabras de apertura a cargo de la presidenta del Colegio Colombiano de Psicólogos, una de las organizadoras del evento, incluyeron una descripción sobre las condiciones precarias en términos laborales en que se encuentran los profesionales de esta disciplina en Colombia: bajos salarios, inestabilidad laboral, etc. y la evidente contradicción en contratar una casa de banquetes con escaso almuerzo a precios de lujo, obligando a muchos psicólogos a caminar hasta el cono urbano de la ciudad para poder almorzar, gastando tiempo valioso para asistir a más presentaciones. Una distancia entre el discurso y la realidad.
No obstante, el interés de esta nota no reside en esa anécdota, sino en algo que considero vale la pena resaltar: la inclusión de los temas relacionados con el desplazamiento forzado, el posconflicto, y el proceso de paz.
En todos, encontré una similitud: si se quiere armar un país en paz, con instituciones democráticas, con justicia a víctimas del conflicto armado de todos los órdenes, incluyendo a exiliados económicos o académicos, se tienen que concentrar todas las energías en apoyar el proceso de paz que actualmente lleva el gobierno en La Habana.
Diferentes expositores hablaron de la importancia de reconocer a los actores de este conflicto armado, pero la asepsia que caracteriza a la academia, hizo tímida la mención con nombre propio a las políticas de guerra de por ejemplo, Álvaro Uribe Vélez, y políticos afines a sus tesis, a pesar que fueron varios quienes expusieron los desastres de su gobierno en cifras de desplazados y víctimas.
Tampoco se mencionaron los efectos nocivos para la democracia que ha tenido la Ley 100 (de privatización de la salud), así como la Ley 30 (de educación superior), y sus intentos de reformarla para hacer participe al sector privado en las universidades públicas.
A los actores del conflicto hay que llamarlos con nombre propio, en opinión de este colega; no podemos los psicólogos cumplir solo una labor paliativa de los daños de la guerra; sabemos todos que hay formas de tramitar los conflictos por fuera de la violencia. La psicología ha aportado mucho en este sentido.
El investigador de la Universidad de los Andes Enrique Chaux, ha hecho aportes valiosos para la resolución de conflictos con el proyecto Escuelas en Paz y convivencia ciudadana, pero estos acercamientos pueden resultar insuficientes si los demás psicólogos que vamos a ser muy consultados en las próximas décadas sobre el conflicto y eventual posconflicto, no damos cuenta de las causas que han llevado a la violencia estructural del país, no sólo a atender a las víctimas para integrarlas a la sociedad, sino identificado a los actores que han sido participes de la violencia: medios de comunicación, empresarios, etc. y eso exige compromiso más que académico.
En psicólogo e investigador de la Universidad Javeriana Wilson López López resaltó en el evento la importancia de que los profesionales conozcan el informe Basta Ya del Centro Nacional de Memoria Histórica, a pesar de las críticas u omisiones que tiene.
Es verdad que la academia exige tomar distancia de las problemáticas, pero también es cierto, que es sumamente difícil entender la problemática de la guerra de Colombia sin hallar sus causas; las cuales son principalmente políticas y económicas, y si no se tiene una posición política clara, es difícil ser eficaces y planear rutas educadas a la solución de la violencia del país.
No hay que prestarnos a ambigüedades, ni a puntos intermedios, los psicólogos debemos tomar posición política a favor de la salida negociada al conflicto y proveer de herramientas y recursos profesionales para apoyar este proceso.
Seguramente encontraremos algunos desconfiados sobre el éxito de la salida negociada al conflicto, pero se trata de una apuesta.
No hay garantías de que el proceso culminará con éxito, pero tampoco hay certeza de su fracaso. La moneda está en el aire, y debemos apostar.
La probabilidad de perder existe, pero el futuro, y las categorías de paz y democracia no se imponen, sino se construyen. Empecemos entonces la tarea de ser constructores de paz, en medio de una apuesta incierta pero decidida a favor del fin de la guerra y tramitar nuestros problemas de otra manera.
Los psicólogos seremos fundamentales en proponer miles de estrategias y aportes a la sociedad que hoy ya nos mira con suma atención y expectativa.
@Dannyalejo7