Seamos objetivos. Como ciudadano del común tengo reparos por algunos procedimientos de la institución policial en la medida que fluctúa en la dicotomía de ser “fuerte con el débil pero débil con el fuerte”; sin embargo, es innegable que gran parte de sus problemas pasan por el bienestar de sus hombres y mujeres.
En honor a la verdad, el problema es de vieja data. Se origina con la creación del nivel ejecutivo y su esquema jerárquico piramidal que en un principio demostraba más utopía que realidad y generó expectativas llamativas a quienes engrosaron la fila de la Policía. Hoy la realidad es completamente distinta y de aproximadamente 50000 patrulleros y patrulleras que van a concursar para ascender al grado de subintendente hasta el momento solo hay plaza para 2000 (espero estarme equivocando y que sean más cupos), representando un 4 %. Sí, en términos probabilísticos, solo 4 de 100 podrían ascender. Es injusto evidenciar el malestar y desmoralización de hombres y mujeres cuyos sacrificios y vida han entregado a esta labor sin que se les reconozca el mínimo por el tiempo de servicio y por ende una mejora en su salario.
Por otro lado, y no menos grave, está el retiro masivo de un número no inferior de 10000 integrantes del mismo nivel ejecutivo, entre los grados de patrullero a subcomisario, que se vieron beneficiados con un fallo del Consejo de Estado que permite el acceso a la asignación de retiro a quienes ingresaron al escalafón hasta el 31 de diciembre de 2004. Vale la pena decir que este pronunciamiento jurídico hizo justicia a la mezquina decisión del expresidente Santos para no sancionar un proyecto de ley que fuera aprobado en diciembre de 2017 por parte del entonces Congreso de la República. En cuanto al reemplazo de quienes accedieron al derecho adquirido de dicho estipendio, la institución ya va en convocatorias extraordinarias de bachiller a patrullero, reincorporación de quienes solicitaron su retiro de manera voluntaria (solo en el grado de patrulleros) hasta el 2015 y la llamativa incorporación de mujeres a prestar servicio militar, que por cierto estaba en mora de hacer justo la equidad de género.
A la Policía hay que quererla, cuidarla, valorarla y criticarla cuando sea necesario (siempre con ánimo constructivo) por su importancia en la construcción de sociedad, pero también debe entenderse que quienes la integran son seres humanos con igual o más necesidades por las particularidades de prestar sus servicios en un país de por si convulsionado y con escenarios de conflictos persistentes aún con la desmovilización de una de las guerrillas más antiguas del continente.
Ojalá que este tipo de opiniones lleguen a quienes en sus manos tienen la decisión de mejorar la calidad de vida a hombres y mujeres que dejan sus casas por cuidar la suya.