Si la tragedia no hubiera tocado las puertas de mi casa, si la violencia política no se hubiera cruzado en mi camino, quizás viviría en el nirvana de la indiferencia, del olvido, y tal vez al amparo de ese paraíso llamado anonimato. Pero el destino quiso otra cosa. A continuación, en pocas palabras, explicaré mis encuentros y desencuentros con las personalidades más influyentes de la actual política colombiana. La idea es transmutar esas situaciones (que no tienen nada de casualidad sino de causalidad) en una oportunidad para el pueblo colombiano, especialmente en un eventual acuerdo nacional para la reconciliación teniendo como pilares la verdad, la justicia y la reparación.
Álvaro Uribe entró a la fuerza en mi vida. Y para no ser monotemático, el lector encontrará en la internet abundante información al respecto. Solo puedo decirles que no habrá lugar a términos medios: muero en el intento o mi demanda contra el expresidente terminará en los tribunales de la Corte Penal Internacional, salvo que el susodicho se acoja a la JEP y nos cuente la verdad del conflicto colombiano. No les parezca descabellada o imposible esta solución, pues muy pronto la presión de la comunidad internacional, y por qué no también de los demócratas de Estados Unidos, quizás permitan este desenlace. Se evitarían miles de muertes violentas.
Con Gustavo Petro tuve la oportunidad de conversar un par de minutos un día antes de salir de Medellín hacia el exilio. Todavía me pregunto el porqué de ese encuentro casual. Yo estaba haciendo diligencias de último momento, y me encontraba angustiado por todas las amenazas que se cernían sobre mí. En las afueras del Edificio Coltejer por un azar del destino nos encontramos. Lo saludé y para mi sorpresa se acercó y me extendió la mano. Entonces aproveché para plantearle algunos de mis dramas familiares y personales. Una personalidad importante de la Colombia Humana le comentó que yo era un escritor y periodista, columnista de opinión en varios medios de comunicación, en especial de Las2orillas. Fue un breve pero significativo diálogo. Prometo que en algún momento daré detalles al respecto.
Claudia López, debo admitirlo, tuvo la gentileza de felicitarme vía mail con motivo de la publicación de mi columna de opinión titulada Yo también salgo del closet, en El Espectador. Texto en que hablo de perdón y reconciliación, al tiempo que defiendo los acuerdos de paz firmados en La Habana. Además, la actual alcaldesa de Bogotá me invitó al Congreso de la República para que me entrevistara con su secretario privado. De mi ingreso a las instalaciones del Congreso hay constancia, pues todo queda registrado en el sistema. Al día siguiente, y de forma sorpresiva regresé al Congreso de la República, esta vez para una entrevista en el programa Congreso y Sociedad. Ni el entrevistador (el brillante presentador Néstor Cardona), ni este servidor habíamos preparado nada, pero la improvisación salió redonda.
Creo que por ese motivo algún funcionario del presidente de ese entonces, Juan Manuel Santos, le dio un gran despliegue a mis declaraciones que fueron transmitidas por el Canal del Senado y también por el Canal Institucional durante varias semanas y en distintos horarios.
A Sergio Fajardo lo conocí en un encuentro de servidores públicos. Yo estuve vinculado 12 años al municipio de Medellín y en últimas mi jefe era el alcalde de Medellín, y Fajardo lo era en aquel tiempo.
A Uribe siempre lo he confrontado. A Fajardo le he hecho críticas, no me gusta para nada su indiferencia. A Gustavo Petro lo defendí en un par de columnas y en otras dos le hice cuestionamientos y críticas. A Claudia López también le he reconocido lo suyo, pero también le he hecho críticas y cuestionamientos. Un periodista de opinión tiene su mayor riqueza en la independencia y libertad de expresión. El compromiso es con la ética, no con ningún partido político ni con ningún personaje de la vida pública. Yo no le rindo pleitesía a nadie, solo al Señor Jesús: mi Dios y mi todo.
Por último, todos estos encuentros y desencuentros espero que redunden alguna vez en beneficio de la anhelada paz.