Es usual describir las características de oportunismo y de falta de compromiso o coherencia con alguna ideología o seriedad política de quienes desarrollan esa actividad tildándolos como ‘lagartos’. Más apropiado sería calificarlos o compararlos con los camaleones, ese reptil que se mimetiza y toma el color del sitio donde se para.
Es casi de la naturaleza de nuestros hombres públicos tal capacidad, entre otras razones porque con y desde el Frente Nacional nació la idea de que la confrontación ideológica no es la razón de ser de la actividad política; nos acostumbramos a que ‘hacer política’ es simplemente buscar el poder por el poder, no para implementar un proyecto, sino mediante la habilidad para ubicarse bajo el sol que más alumbra.
Nuestro modelo de Estado y de Gobierno no evoluciona porque la confrontación de alternativas prácticamente no existe. Aquí hacer política no es hacer propuestas, sino saber moverse alrededor de quienes representan y reproducen un sistema o estructura de poder que nadie cuestiona porque todos aspiran acceder a una parte de él.
Podemos verlo si nos hacemos la pregunta: ¿Qué diferencia hay entre el santista de hoy y el uribista de ayer?
Como lo señala Jorge Enrique Robledo refiriéndose a la manera como conciben la naturaleza del Estado y las funciones del Gobierno, o Antonio Caballero describiendo la trayectoria de los dirigentes bajo ambos gobiernos, lo único que distingue los unos de los otros es el tema de la ‘Paz’. Tanto los unos como los otros han desarrollado el mismo modelo económico, defendido las mismas estructuras sociales y políticas, y compartido las mismas decisiones. Prácticamente todos quienes no están huyendo o en la cárcel pero participaron del poder o solo lo respaldaron estando con Uribe cuando implantaba la ‘seguridad democrática’ (a comenzar por el mismo Santos) hoy forman la primera línea del santismo.
No es esta una característica únicamente de quienes vemos más como subalternos o alfiles que como líderes: Roy Barreras o Armando Benedetti no son una excepción sino una muestra; con igual fervor quienes ya aspiran o se presentan como candidatos a los cargos protagónicos del Estado —como Germán Vargas Lleras o Rafael Pardo— fueron promotores y partícipes tanto de las políticas como del liderazgo que en su momento tuvo Uribe cuando tenía el poder.
Entre nosotros es parte de la naturaleza del político cambiar de color. Por eso se distinguen personas como Clara López que han sido consistentes en una línea política. Para estos efectos, Álvaro Uribe también. Por eso Álvaro Uribe es predecesor y dejó a Santos de heredero en todo menos en el tema de la paz; y por eso Clara López se declara como alternativa de cambio en todo menos en la paz.
Por eso Horacio Serpa que fue socialdemócrata como candidato a suceder a Samper cuando éste tenía el poder, hizo una ‘conversión’ suave pasando a embajador de Uribe y apoyando su posición belicista, y actúa hoy como paladín del santismo en el Senado y en la ya declarada por el Consejo de Estado ‘espuria Dirección Liberal’.
Esa capacidad de adaptarse a todo con tal de acceder o mantenerse en el poder, es más dañina que la misma corrupción en el campo económico, o que la oposición armada (que en parte es consecuencia o protesta contra esto).
La llamada ‘feria de los avales’ no es sino la consagración institucional de esta corrupción ética.
Y más cuando coincide con la primera sentencia en que se reivindica la necesidad y obligación de una ética en los actores de la escena pública, y ésta se presenta como un incidente normal, una diferencia interna en un partido político. O más exactamente que se oculta como si fuera solo eso.
Porque lo que la sentencia del Consejo de Estado resuelve es: “Amparar los valores e intereses colectivos relacionados con la moralidad administrativa vulnerados por el Partido Liberal Colombiano y el Consejo Nacional Electoral…”; y entre los considerandos se puede destacar el que dice: “…las distintas teorías expuestas buscan justificar un fin de la política, no el poder por el poder y, en esa medida, se distingue entre los fines buenos y malos de la política, asunto que necesariamente se resuelve en un juicio moral. Y en ese momento la teoría política toma partido por la prevalencia del interés colectivo, antes que la protección del interés personal o familiar del político.
Queda la inquietud de dónde o cuál es el medioambiente en el cual prosperan estos camaleones, y con ello la pregunta de, ¿porqué la prensa que tanto busca escándalos que aumenten el rating, no cuestiona nunca estos comportamientos?