Para nosotros los colombianos, la paz siempre ha sido una ilusión esquiva, una dimensión desconocida, de la que nada conocemos, porque desde siempre hemos vivido en alguna de las incontables guerras, en las que nos destazamos con deleite. Ya lo sentenciaba el poeta Luis Flórez Berrio hace 60 años, cuando esta última e inacabada guerra apenas comenzaba: “La paz no tiene paz, nació cansada/ creció enfermiza y navegó en la sombra/ Dios que la quiso tanto no la nombra/ y en sus milagros la dejo olvidada/”
Porque lo nuestro ha sido el machete, la bala, el cilindro bomba, el desmembramiento y las masacres en sucesivas guerras anacrónicas, en las que los jóvenes campesinos, afros o indígenas; encuentran la muerte bien sea en las autodefensas, o en las guerrillas, o en los grupos paramilitares, o en ejércitos de narcotraficantes, o en el alistamiento oficial. Y mientras tanto, como decía J. Mario Arbeláez hace 40 años: “En la vida política de esta tierra ha corrido mucha sangre / y mucho sancocho de gallina / y políticos del siglo de este poema / no han terminado de hartarse de la una ni de lo otro” Pero, ¡Carajo! Viejo J., Se acabó el sancocho de gallina, que fue reemplazado por el insípido sancocho de pollo y todavía la sangre de cristianos sigue corriendo a raudales, mientras políticos del siglo que siguió al de tu poema, les siguen cantando a los dioses de la guerra como buitres ebrios.
Para el poeta Horacio Benavidez, la guerra tiene un origen remoto, que por lo larga nos atrapó en los odios. Hace tan solo 20 años, clamaba: “¿Dónde dejé mi brazo?/ ¿Dónde mi cabeza?/¿Qué disparo voló mi dedo?/¿Qué plomo se llevó mi ojo?/¿Qué perro cargó mi hueso?” Porque desde las épocas de los abuelos de nuestros abuelos, la guerra se instaló en nuestro ser y pasó a ser parte de nuestros genes. Como no hemos conocido otra forma de vida, no nos percatamos que cargamos un fardo siniestro, del que sólo tendremos conciencia, cuando nos lo quitemos de nuestro anestesiado lomo.
Antes, en las épocas de Otto Morales Benítez, se hablaba de los “enemigos agazapados de la paz”, conformados por sórdidos personajes aupados por los terratenientes, que desde la oscuridad frenaban cualquier posibilidad de acuerdos, pero que no tenían el valor de mostrarse ante la luz del día. Ahora, los dirigentes uribistas, hay que reconocerlo, se han quitado la careta y se oponen, recurriendo a todas las formas de lucha, a que culmine con éxito el proceso que se adelanta en La Habana. Para destruir el proceso han recurrido a todas las formas de lucha, desde el espionaje, hasta la infamia. El presidente Santos, que es un político de centro derecha, que en buena hora se alejó de esos postulados guerreristas, ha sido tildado por ellos como “camarada” como “Castro Chavista” como “FARC Santos.” Un hipotético triunfo electoral de Oscar Iván Zuluaga el próximo domingo, representaría el revés más catastrófico que haya tenido el país en nuestra historia. Sería materializar la queja de Luis Flórez Berrío: “¿que ha sido nuestra paz...? ¡Puerto sitiado!/ barandal de impresión, fragmento raro/ trapecio de crueldad, costa sin faro/ y efímero capricho desvirtuado!/”
Menos mal que eso no va a ocurrir, pues la paz va a salir adelante y no precisamente gracias a los políticos profesionales que se le desmovilizaron al presidente en la primera vuelta; ni por las adhesiones de los encopetados empresarios, sordos y ciegos ante el clamor de los desvalidos; ni siquiera a los conductores de opinión e intelectuales, que, hay que reconocerlo, de manera mayoritaria acompañan el proceso de paz. La sacarán adelante l@s ciudadan@s de a pié, que constituyen la mayoría del pueblo colombiano y que son los que han padecido esta guerra cruel. A ellos, que no son un nuevo grupo político, no los anima el santismo, los anima la paz. Pero si es un reconocimiento a la fortaleza del presidente ante los miserables ataques de los guerreros de escritorios, y nada nada más.
Por eso el voto de los ciudadanos por la paz, a favor del candidato presidente, no es una chequera abierta para que la despilfarre él con los políticos profesionales: es un voto condicionado.
Pero también es un voto para que los nuevos poetas puedan recrearse en la belleza del cosmos, y no les pase, como a Flórez Berrío, a J. Mario Arbeláez y a Antonio Benavidez, que tuvieron que testimoniar nuestra horrenda pesadilla.