Al momento de escribir esta columna, se había confirmado la muerte de 31 personas por la tragedia en Tasajera, Magdalena. Las reacciones empezaron con lo de siempre, desde el más moderado “Qué pesar pero qué idiotas, cómo se van a robar gasolina así” hasta el más agresivo “Bien hecho, por ladrones”. No vale la pena pasar mucho tiempo en esas primeras reacciones. Ya se sabe que, casi siempre, lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro. En este caso Juan, usualmente un anónimo en Twitter buscando atención, es un ignorante indolente. Tampoco vale la pena dedicar mucho tiempo a responder algún comentario sobre los “costeños”. Por ejemplo, si fuera para hacer comparaciones regionales, no hay que gastar mucho tiempo para comprobar qué nos dirían las cifras históricas de violencia en Antioquia, Bogotá, el Valle del Cauca y en el Magdalena. En estos días, leía sobre el carácter especialmente crudo de la época de La Violencia en Boyacá, hoy en día una región con altos niveles de civismo y educación. No, la verdad es que no hay un carácter especialmente violento o anticívico de los “costeños”, si acaso hay allá una historia de serenidad, alegría y, quizás, la mayor riqueza cultural de este país.
Después de la primera ola de reacciones, viene otra que parece más razonable, más correcta, más empática. Se dice entonces que es el hambre, que es la pobreza. “Sin duda, con el hambre se cometen errores, qué vaina”. A eso, se le puede incorporar una nota más política bastante obvia: “Usted, que nació del lado del privilegio en uno de los países más desiguales del mundo, debería tener cuidado al opinar sobre la actuación de otros que nacieron en el lado de la miseria en ese mismo país”. Yo creo que está bien politizar esta tragedia. Siempre y cuando sea con respeto por el dolor de las familias, sin amarillismo. Cómo no se va a politizar si parte del problema es que en el Magdalena no hay unidades especializadas para atender pacientes quemados. Cómo no se va a politizar si, por errores históricos, se ha destruido la pesca artesanal. Cómo no se va a politizar si Santa Marta y toda la costa que la rodea es una de las zonas con mayor potencial turístico en el mundo. Cómo no se va a politizar si todos sabemos en que bolsillos están esos recursos, en dónde se quedaron esas oportunidades perdidas. En los de unos bandidos, de pocas familias de apellidos “destacados” que, en alianza con paramilitares protegidos desde el poder central, han saqueado al Magdalena durante décadas. Entonces sí, si en el año 2020, en un pueblo en Colombia a la orilla del mar, no hay agua potable, no hay colegio, no hay luz, no hay acueducto, sí toca politizar la tragedia. Es que sin política no hay solución posible. No es asunto de “técnica”, la solución es elemental, ya ha inventado la humanidad lo de hacer acueductos, colegios y poner la luz. El problema es quién tiene el poder, cómo lo consigue y para que lo usa.
Hay, sin embargo, un riesgo en la forma en que se politice el problema. Resulta que, entre líneas, con la idea que el hambre y la pobreza llevaron a algunas personas en Tasajera a acercarse al camión se sugiere lo mismo que en las reacciones más simples: que son unos estúpidos. Pobres y estúpidos. En un caso se argumenta de frente, en otro se suaviza con la idea que la pobreza media la estupidez. O, quizás, eso es muy fuerte, digamos entonces: la irracionalidad. Y el riesgo es que, por la aparente empatía del argumento, se puede ocultar condescendencia en unos casos y, en otros, la deshumanización de los tasajereños: son bestias con hambre haciendo estupideces. Y, no es así. Basta con ver y leer esta crónica de El Heraldo del año pasado para encontrar testimonios agudos, con análisis claros, con autocrítica.
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La pobreza y el robo no van de la mano, basta, además, con observar que los grandes robos en este país los han hecho señores encorbatados de finas maneras y de mucha actividad en clubes sociales
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El riesgo está, además, en la generalización explícita: el hambre y la pobreza llevan siempre a la estupidez, a la falla comportamental. Y, como en todas las generalizaciones, el error es evidente: resulta que hubo inmensa variación en el comportamiento ese día de la tragedia. Para empezar, uno obvio que no se ha mencionado lo suficiente: todas las víctimas fueron hombres. Hombres jóvenes. Es decir, toca explicar bien por qué, aunque la pobreza y el hambre están bien repartidas en Tasajera, es un grupo poblacional bien reducido, el de los hombres entre 18 y 40 años, el que falleció. En los vídeos antes del incendio se observa a ciudadanos observando lo que hacen los demás, hay mujeres y, también, hay hombres jóvenes que llegan, pero no se acercan. ¿Por qué? Los más pobres, las personas con hambre no se comportan de la misma manera, no deciden las mismas cosas, son tan humanos como cualquier otro y, difícilmente, un observador casual desde una red social puede asignarle una justificación a sus decisiones. Por bien intencionado que esté le quita así al individuo lo más preciado que tiene, su racionalidad, su capacidad de decidir, de observar su contexto en un momento concreto y de tomar una decisión, evaluando de la mejor manera que tiene en ese momento, racional. Sí, racional, así no sea obvia para el que lee esto.
Resulta también que la pobreza no explica lo de robar. Esa es otra historia que surge en las reacciones que son más empáticas. Aunque, la verdad, no sé si puede llamársele robo a recoger esa gasolina, pero supongamos que sí pues. Cada quién verá qué tan condenable le parece robar un pan para comer o un poco de gasolina que se está derramando y que se va a perder, pero ahí, también, es obvio que la generalización es desastrosa porque la mayoría de los tasajereños nunca se ha robado nada. La pobreza y el robo no van de la mano, basta, además, con observar que los grandes robos en este país los han hecho, en buena parte, señores encorbatados de finas maneras y de mucha actividad en clubes sociales. No roban porque tienen hambre, roban por otras razones. Entre otras, roban porque pueden robar sin temor a quemarse. Ya sabemos en qué va la justicia en este país.
Pensaba, al ver estas discusiones, en Hannah Arendt y su idea sobre la banalidad del mal. Tan fácil que es juzgar a los otros. Tan fácil que es proponer empatías que, si se revisan con cuidado, van cargadas de un paternalismo dañino. Arendt muestra cómo Adolf Eichmann, un burócrata nazi como cualquier otro, no era más que una pieza en un sistema atroz. No era particularmente bueno, ni era particularmente malo. No excusa su comportamiento solo intenta describir al individuo en esas circunstancias. Y, al leer el libro, nos deja le pregunta -aterradora- si cada uno de nosotros, como la mayoría de los alemanes, en esas circunstancias, no habríamos sido otro Eichmann más. Por supuesto, la tendencia a autovalorarse mejor que lo que valoramos a los demás, nos lleva a imaginar que en el nazismo habríamos estado del lado correcto, el de la resistencia, de algún tipo. Quién sabe.
Yo escribí esta columna para reivindicar la racionalidad de las víctimas de esta tragedia. No excuso su error, pero no puedo quitarles su capacidad de razón y de decisión. No puedo quedarme con las historias de que fueron unos idiotas, ni siquiera con la justificación de la pobreza. No es tan fácil, hay más ingredientes. Quizás escribo esto porque sospecho que, en las mismas circunstancias, yo habría sido otro de esos hombres jóvenes muertos. Que descansen en paz.
@afajardoa