Fueron las últimas vacaciones de fin de año que compartí en la Costa Atlántica con mi difunto padre. Nos despedimos de Santa Marta y todas sus bellezas y espejismos, y en media hora, de un momento a otro, esa imagen de playa, brisa y mar impregnada en nuestra mente fue arrebatada de un solo raponazo. La realidad que empezaban a ver nuestros ojos cambió.
Mi papá me preguntaba mientras yo conducía que si allí era posible que vivieran personas, que cómo hacían, que de qué vivían, que cómo se educaban sus niños, que qué era toda esa basura que allí había y que cómo sobrevivían en medio de esos charcos de agua pútrida que exhalaban esos fétidos olores. Le contesté que ese era el corregimiento de Tasajera y que era el mejor ejemplo de olvido estatal, que allí no conocían el servicio de acueducto ni agua potable, ni tenían un digno servicio de luz eléctrica, mucho menos de conectividad de internet.
Allí la pobreza detuvo el tiempo y la desidia se volvió tan normal que el pueblo se acostumbró a su miseria, a sobrevivir como fuera, a esperar que un camión se vare para desocuparlo, pues el hambre de hoy sumada a la de ayer no da espera y hay que aprovechar la situación porque mañana será otro día y de pronto haya que acumular otro día de hambre para pasado mañana. De repente, habrá que esperar a que un carrotanque se vuelque para recoger la gasolina y quizás la necesidad y el hambre no dejen dimensionar el problema ni el riesgo de morir calcinados.
Quizás esto sirva para que al fin Colombia sepa que Tasajera es el monumento a la desidia y abandono estatal. También, para que antes de juzgar tengamos que conocer y ver que los muertos de Tasajera gritan por la Colombia olvidada, esa que no saben que existe los que se sientan en los cómodos y lujosos sillones en Bogotá, sillones que con su sola venta servirían para mitigar en algo la miseria en la que viven todos aquellos que quizás otra vez tengan que saquear un camión volcado. Al fin y al cabo, la cuestión es sobrevivir como los pobres que el destino señaló y no como los ricos que saquean el erario público y son los verdaderos culpables de su pobreza.
Ojalá los espíritus de estos muertos no dejen dormir tranquilos a los verdaderos ladrones de sus vidas y verdaderos culpables de sus muertes.