Los pobres, feos y sucios fans de Petro
Opinión

Los pobres, feos y sucios fans de Petro

Existe un prejuicio racial muy grande soterrado en el corazón de cada colombiano de bien, que la actual campaña presidencial ha sabido sacar

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junio 07, 2018
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A principios del siglo XX entre los políticos se empezó a creer que la raza colombiana compuesta en su mayoría por negros, indios, mestizos, mulatos y zambos, tenía defectos genéticos imposibles de solucionar a punta de educación o inclusión social. Lo que había que hacer para limpiar un poquito la sangre era promover la venida al país de nórdicos si era posible, para ver si se mejoraba la raza, si se volvía más blanca, más católica, más de derecha. Laureano Gómez llegó a tocar el tema en sesión del Senado y el hecho lo referencia Jorge Orlando Melo en su imprescindible Historia Mínima de Colombia.

Por supuesto, las maneras se fueron puliendo y un siglo después estaría mal visto no exaltar lo indígena, lo negro, la diversidad. Las formas se cuidan pero el sentimiento es el mismo. Acá todavía existe un prejuicio racial muy grande soterrado en el corazón de cada colombiano de bien. La actual campaña presidencial sí que lo ha sabido sacar. El uribismo tiene el mismo componente de odio racial y de clase que tenía el laureanismo. Por algo sus líderes se parecen tanto. Para comprobar lo que digo basta con darse un paseo por redes sociales. Ya no achacan tanto —al menos en redes— el problema de la piel, ni siquiera en los memes más violentos. Buena parte de la gente que sigue a Petro ya no son las prostitutas, emboladores y ladrones que los conservadores afirmaban seguían a Gaitán. No, ya ni los uribistas pueden negar que buena parte de los que le van a Petro en estas elecciones es gente ilustrada. Ahora los ataques se centran en lo marihuaneros, maricones y pedigüeños que son todos los que voten por Petro. Miren nada más esta perlita que me encontré:

 

 - Los pobres, feos y sucios fans de Petro

 

El componente racial aparece cuando los uribistas ven el petrismo real, no el de redes, usualmente joven y progresista, sino al verdadero, el que fue beneficiado con su alcaldía. Vi el contraste el domingo en el que Duque cerró campaña en el Tunal. En una parte minúscula del parque los cristianos del Mira evitaron la debacle total. El espacio casi no se llena. Los uribistas quieren a su candidato y a la entidad que lo posee pero no tanto como para cruzar la ciudad y adentrarse en el sur, tan peligroso para ellos como para un Hobbit puede ser Moldor. Los pocos que llegaron del Norte se sintieron como moscos en leche. Con miradas altivas, y a veces hasta con miedo, veían al pueblo petrista tomar el difícil sol bogotano del domingo mientras les gritaban al pasar la palabra que los llena de terror: ¡Petro!  Ese era el insulto que les gritaban los habitantes del Sur a los pocos blanquitos, bonitos y rubiecitos que se animaron a pasar la frontera: ¡Petro! Vestidos de naranja y con chalequitos azules, lo más de pupi, llegaban rápido a la zona VIP. La policía solo dejaba pasar a unos cuantos que solo podían sentirse seguros al lado de la tarima. En la cara se les pintaba la molestia con el partido. ¿Por qué tan lejos? ¿Por qué el Tintal, un lugar tan ajeno? ¿Por qué molestarse con quedar bien con los pobres si igual ellos votaban por el que dijera el pastor?

 

 ¿Por qué si los pobres son más no tienen presidente?
Porque esa gente no quiere educarse sino hacer plata, ser miembro de un club,
casarse con una duquista despampanante de esas que huelen a Givenchy

 

Ocho días después el error fue corregido. En la 26, en el cubo de Colsubsidio, con invitación previa, se reunieron los duquistas de verdad, los blancos, católicos y amantes de los toros a esperar los resultados de la primera vuelta. No vi negros, no vi indígenas, no vi pobres. Los feos y sucios estaban con Petro. En el fondo, muy adentro de ellos, nada había cambiado. La serpiente volvía a morderse la cola. El eterno retorno. Ahí estaba otra vez Laureano Gómez y el pueblo laureanista reclamando Colombia, el paisíto ese que siempre ha sido de ellos. Y yo pensaba, ¿por qué si los pobres son más no tienen presidente? Y yo me respondía, porque esa gente no quiere educarse sino hacer plata, poder ser miembro de un club, casarse con una duquista despampanante de esas que huelen a Givenchy, las ventajas del capitalismo. Los pobres, feos, y  sucios no pueden poner presidente porque aprendieron a amar sus cadenas, las que les puso Laureano, hace un siglo.

 

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