Me encontraba ad portas de finalizar secundaria cuando alguien me preguntó lo mismo que le cuestionan a cualquier graduando de bachillerato o a sus familias en esta época de sus vidas: ¿qué vas a estudiar? Tenía muy claro desde hace mucho que la Comunicación Social y Periodismo era el área en la que quería emprender mi proyecto de vida y por eso no dudé en afirmarlo. Sin embargo, recibí la misma respuesta que una y otra vez oía por parte de conocidos y extraños: “pensé que estudiarías otra cosa, esa carrera la eligen siempre los vagos para salir del paso”.
No llegué a comprender el porqué de sus palabras hasta este momento en el que estoy: ad portas de finalizar mi carrera universitaria. En este tiempo he tenido la oportunidad de ver cómo cientos de estudiantes llegan soñando con aparecer en televisión o presentando un programa de variedades y entretenimiento (que por supuesto no está mal), pero que no comprenden aun que si ese era su único fin con un curso de presentación tal vez les habría bastado.
Esto no solo lo visto en aprendices de primer año, por el contrario clase tras clase que he compartido con alumnos de tercer, quinto o incluso noveno semestre compruebo su desconocimiento frente al poder y veracidad que tiene nuestra palabra, además de la irrelevancia que se le da a los temas noticiosos de lo que ocurre en el mundo y por consiguiente a la actualidad, economía, política o en general, a cada una de las situaciones que afecta a nuestra sociedad en diversos sectores, y, que en consecuencia los priva de comprender los profundos cambios que podemos generar a través de nuestra veeduría, investigación y denuncia.
Deben saber los futuros profesionales que la Comunicación Social y el Periodismo ofrecen una diversidad amplia de cargos para ellos: relacionistas públicos, planeadores u organizadores de eventos, asesores y consultores de políticas públicas, periodistas (desde la producción, redacción, análisis de medios e investigación), entre muchas más labores que exigen, en un medio absolutamente competitivo, personal capacitado, experto y capaz de trabajar con excelencia.
Los periodistas debemos formarnos desde el aula con la premisa de que no perdimos la tarjeta profesional en 1998 cuando se declaró inconstitucional la ley 51 de 1975, sino en el momento que dejamos de formarnos y entender nuestra profesión como una carrera sumamente culta, en donde debemos instarnos a trabajar con mayor rigurosidad y a estar más capacitados cada día, y en donde exijamos a las instituciones de educación a mejorar la formación de los futuros periodistas, con ánimos de reivindicar nuestro rol transversal entre distintas profesiones, como mediadores e interlocutores de un sinfín de opiniones y hechos.
Eso sin dejar atrás nuestro servicio a la comunidad, para así elevar la imagen y credibilidad de nuestro oficio, siendo útiles, responsables y ante todo veraces, porque bien lo diría el gran Ryszard Kapuściński (reconocido periodista de guerra): “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejo de ser importante”.
