La violencia empieza con un sentimiento… un sentimiento de rabia o de envidia o de venganza o de rivalidad.
¿Acaso alguna guerra se ha desatado por falta de progreso en medicina? ¿O algún gran conflicto ha tenido su origen en que no tenemos la tecnología suficiente para hacer algo? ¿O alguna ofensiva militar se ha generado por falta de avances en comunicación o en física?
Estamos en guerra no por falta de conocimiento ni por falta de progreso, estamos en guerra por falsas creencias que despiertan emociones equivocadas: que unos se sienten superiores a otros, que unos quieren más que otros creyendo que eso les traerá felicidad, que unos le temen a otros por simples prejuicios, que unos quieran desquitarse de otros por pensar diferente.
Los hombres constantemente criticamos a las mujeres por “emocionales” y “sensibles”, pero ¿no será más bien que los emocionales y sensibles somos nosotros que hemos iniciado la gran mayoría de las guerras por simples emociones basadas en una ilusión?
¿Queremos colegios y universidades que formen buenos profesionales o buenos seres humanos? ¿Queremos que nuestros hijos sean exitosos o que sean felices? El progreso es el éxito exterior mientras que la Paz y la Felicidad son el éxito interior. Todos estamos de acuerdo en que el progreso es valioso, pero ¿de qué nos sirve el progreso si no somos felices y no vivimos en paz? Es paradójico que estamos haciendo estudios y pruebas para poder vivir en otros planetas cuando todavía estamos lejos de saber vivir en la Tierra.
La educación se podría dividir en dos aspectos: consciencia y competencia. Mientras sigamos graduando niños y jóvenes muy competentes pero inconscientes, ni el proceso de paz ni seguir atacando la guerrilla traerán la Paz. La guerra no está en el campo, no está en la ciudad, no está en el trabajo, no está en la casa. La guerra está en cada uno de nosotros. Y mientras sigamos descuidando esta guerra interna el mundo seguirá igual de infeliz, igual de violento.
Tomar consciencia no es otra cosa que poder observar la emoción antes de reaccionar ante ella, es darme cuenta que su origen es una creencia falsa en mí y no que el artífice es la otra persona. Si alguien me dice que yo soy un imbécil, el problema grande no está en que alguien me lo diga, lo realmente grave es que yo me lo crea y reaccione, es decir, que yo le dé más importancia a lo que la gente crea de mí que a lo que yo crea de mí mismo.
Creencias falsas hay todas las que queramos: que una religión es mejor que otra, que un partido político es mejor que otro, que unos estratos merecen más respeto que otros, que entre más dinero tenga más feliz soy, que porque soy hincha de tal equipo puedo linchar a otro, que entre más grandes las tetas más cerca al paraíso, que un vicepresidente es más valioso que un mensajero…
La educación actual solo trabaja sobre la competencia y se olvida de la inconsciencia. Mientras solo se trabaje el exterior, seguiremos fritos. No es posible ningún trabajo de consciencia si no hacemos una mirada interior.
¿Queremos ciudadanos que actúen por temor o que actúen por consciencia?