Benito Muros, administrador de empresas de la Universidad de Barcelona y piloto de avión aficionado, afirma que la fabricación de productos sin obsolescencia programada es posible.
Realmente su postulado no es nada nuevo. Los fabricantes de electrodomésticos, muebles, vehículos, entre otras cosas, que trabajaron durante los años 20 y 70 del siglo pasado basaron sus principios empresariales en la calidad óptima de sus productos.
Uno de los lemas de la extinta Kaiser Co (fabricante estadounidense de automóviles) decía que el carro tendría que ser una extensión del hogar, de ahí su durabilidad, confiabilidad y calidad.
Por supuesto, una empresa basada en estos principios, morales claro está, debe sacrificar buena parte de la rentabilidad de sus operaciones en función de ofrecer un buen producto, puesto que “si se demora en dañarse, menos ventas habrá”.
La tendencia actual y por supuesto incoherente como casi toda tendencia se basa en comprar productos, teóricamente eficientes, cuyos costos de producción son bajos y su reemplazo es sencillo y barato. Por ejemplo, los electrodomésticos. Hasta hace unos 15 o 20 años era relativamente común que en no pocos barrios residenciales hubiere un comercio destinado a la reparación de los utensilios del hogar.
Se reparaban televisores, neveras, planchas, licuadoras, batidoras, radios, etc. Dicho proceso garantizaba no solo el sustento de una familia, sino que los tarros de la basura se llenaran menos de aquellos productos que hoy llamamos desechables.
Y sí, es cierto, es más barato comprar una licuadora, batidora, greca o televisores nuevos que mandar componerlos. No obstante, ¿vale la pena saturar de aquellos componentes poco reciclables los vertederos de basura? ¿Es concebible bajo dicho prisma tal impacto ambiental? ¿Tiene sentido que un aparato “viejo”, que otrora fuese diseñado para durar 10, 15 y hasta 20 años, se reemplace con otro cuya duración, en el mejor de los casos, no supera tres o cuatro años generando más basura? ¿Es moralmente aceptable favorecer la mala calidad de un producto bajo premisas empresariales sustentadas únicamente en vender?
Tan incómodas resultaron las propuestas de Benito Muros que ha recibido constantes quejas, demandas e incluso amenazas por el riesgo que de llegar a ponerse de práctica el retorno a la manufactura de productos durables y fáciles de reparar correrían cientos de empresas fabricantes de productos de mala calidad,
Otra de las características de aquellos productos con obsolescencia programada se basa en un despliegue publicitario masivo y constante sustentado en la conservación del medio ambiente, siendo, en términos reales, los que eventualmente más desechos generan.
Un ejemplo de lo anterior, es la tendenciosa y artificial ponderación de las bondades de los vehículos eléctricos; pongamos como ejemplo el Twizy, la versión de carriola eléctrica de Renault que se perfila como un vehículo “ambientalmente amigable”.
Dicho vehículo, el cual si bien no utiliza gasolina u otro combustible fósil, sí está conformado por aproximadamente un 60 % de productos derivados del petróleo. Además, utiliza baterías de iones de litio cuya durabilidad es cuestionable, pues presentan casos de ignición e incendio repentino. Esto sin contar con que sus celdas se degradan produciendo fluidos altamente contaminantes y nocivos para la salud humana, y hay poca promoción de su correcta disposición al finalizar su vida útil.
Por otro lado, la calidad en la fabricación de dichas carrocerías, suspensiones, motores y sistemas lo convierten en un automóvil inseguro, poco susceptible a ser reparado y cuya vida útil es muy limitada (inferior a cinco años en el mejor de los casos), haciendo de esta micromáquina un simple vehículo desechable saturando vertederos y cementerios de automóviles.
Continuando con ejemplos asociados a la industria automotriz, se ha visto cómo, incluso empresas de gran prestigio como Mercedes-Benz, han disminuido la calidad de sus vehículos reduciendo drásticamente su vida útil en función de incrementar ganancias basándose en la producción de automóviles más baratos (Clase A, para que la gente crea que va en un Mercedes) y material CKD, esto es repuestos y refacciones de mala calidad para convertir a los usuarios en compradores habituales buscando alargar infructuosamente la vida útil de sus vehículos, mientras se generan toneladas de partes averiadas sin ningún uso o posibilidad de reparación, es decir, basura.
Quien se atreva a afirmar la existencia de algún tipo de actividad humana inocua para el medio ambiente, sin duda está mintiendo; hasta la tribu nómada más pequeña genera algún tipo de impacto.
Lo que sí se puede lograr mediante la fabricación de productos de buena calidad es la disminución que dicho impacto genera, y traigo a colación el funcionamiento de máquinas cuya fabricación data de 30 o 40 años y que aún son útiles, se pueden reparar e incluso hacerlas más eficientes con la adaptación de elementos modernos en su sistema (por ejemplo maquinaria pesada antigua repotenciada con motores más eficientes y de menor tasa de emisiones).
Es menester poner en práctica un sistema de responsabilidad ambiental que involucre al público y a las empresas, en donde las segundas puedan sacrificar parte de sus ganancias en función de disminuir la producción de desechos, y del consumidor controlando sus impulsos consumistas, adoptando posturas en las cuales lo importante de un producto es su función y el bien que representa más no el falso prestigio que da obtenerlo y ostentarlo.
Me atrevería a decir que el discurso de Benito Muros contribuye a que nuevamente las personas valoren lo que tienen bajo la premisa de poderlo mantener y cuidar, y que diversifiquen sus actividades en el noble acto de “cacharriar” sentándose con unas herramientas a reparar las máquinas que le facilitan la vida. Tal cosa podría contribuir a que en pro del cuidado de algo, se estimule el cuidado de todo y por ende del planeta; no se puede apreciar o valorar algo desechable.