Una de las peores características de los modos de producción por los que ha pasado la humanidad ha sido la del casi total acaparamiento hecho por las clases dominantes de los beneficios generados por el desarrollo tecnológico que se han dado en su seno.
No queremos decir que los trabajadores de hoy vivamos peor que nuestros antepasados. La tendencia general muestra que también hemos recibido alguna pizca de ese progreso, aunque unos más que otros, y en algunos lugares más que en otros. Sin embargo, debemos advertir que ello no ha sido gracias a la generosidad de quienes han explotado nuestro esfuerzo, sino a la necesidad que han tenido de asegurar nuestra sobrevivencia como clase a la que se le puede explotar. Ah, y hacerlo de forma cada vez más barata, como lo hemos evidenciado en estos tiempos de neoliberalismo rampante.
Esta consideración tiene particular importancia en la actualidad cuando comienza a aflorar lo que, según algunos, es la cuarta revolución industrial.
Después de que la aparición de la máquina de vapor le diera curso a la primera revolución industrial; de que la electricidad deviniera en la segunda y los avances en la electrónica y las tecnologías de la información y la comunicación en la tercera, el aparato productivo está siendo impactado por numerosos avances —la nanotecnología, la neurotecnología, la biotecnología, entre otros—, que les están abriendo enormes posibilidades a las burguesías de todas partes de prescindir del trabajo humano, reemplazándolo por robots, ordenadores, vehículos autónomos, máquinas de inteligencia artificial, etcétera, que lo superan en eficiencia y menores costos.
Esta cuarta revolución industrial entraña un grave peligro para el proletariado. Si la posibilidad de ser reemplazado por las máquinas ya se está dando, preguntémonos: ¿los puestos de trabajo que desaparecen serán reemplazados suficientemente por otros?, ¿qué pasará con las actuales formas de vinculación?, ¿seguirán deteriorándose? Y respecto de los derechos a la estabilidad laboral, al salario móvil, a la organización sindical, ¿seguirán naufragando bajo la tempestad de las nuevas formas de contratación?
Estas preocupaciones, que ya han comenzado a aquejar al proletariado de los países más desarrollados, deberían llevar al de todo el planeta a exigir, por ahora, la reducción de la jornada laboral, en justo reconocimiento a su condición de protagonista por antonomasia del proceso productivo, mientras le llega el momento de poder plantearse la construcción de otro tipo de sociedad, en la cual el progreso científico tecnológico no sea motivo de preocupación, sino fuente de mejoramiento de su calidad de vida, y de acicate a la construcción del socialismo, no importa el nombre que se le dé ni los apellidos que se le agreguen.