En la noche del 6 de noviembre de 1985 Ana Carrigan estaba en su casa en Londres cuando encendió el televisor. El palacio de Justicia ardía con más de trecientos rehenes adentro. Entre ellos se contaban los once magistrados que componían la Corte Suprema de Justicia, encabezados por su presiente Alfonso Reyes Echandía. Los noticieros ingleses repetían completo este llamado desesperado que hizo el presidente de la Corte al Presidente Belisario Betancur para que no los mataran:
El rescate del ejército, a pesar de que el diario El Tiempo lo calificará de “heróico”, dejó 111 muertos y diez desaparecidos. Aunque la prensa tradicional abordó la noticia señalando a un único culpable, el comando del M-19 dirigido por Andrés Almarales, periodistas como Ana Carrigan no quedaron tranquilos con la versión y sabían que había una verdad por develar. Pensó entonces en viajar a Bogotá donde había vivido de niña y la oportunidad de poder entender y contar lo sucedido. En 1993 publicó su reveladora investigación en inglés en el libro The palace of justice: A Colombian Tragedy, años después editorial Planeta acaba de publicarlo con el nombre El Palacio de Justicia: una tragedia colombiana.
En 1985 ser magistrado en Colombia pesaba como una condena a muerte. La guerrilla era el menos peligroso de sus enemigos. Las profundas investigaciones que la Corte, en cabeza de Alfonso Reyes Echandía, les hacía a los carteles de la droga, desentrañó la cercanía que tenían los oficiales más importantes de las Fuerzas Armadas con Pablo Escobar. Un año antes el capo había asesinado a un ministro de Justicia por hostigarlo y promover un Tratado de Extradición con Estados Unidos. El Tratado fue refrendado por la Corte Suprema de Justicia.
Pero la Corte, en junio de 1985, cometió la peor de las afrentas al honorabilísimo Ejército Nacional: condenó al ministro de Defensa de ese momento, general Miguel Vega Uribe por la tortura de una joven médica y su hija, una niña de diez años, arrestadas horas después de que el M-19 robara las armas del Cantón Norte en diciembre de 1979 Vega Uribe era entonces el comandante de la Brigada XIII de Bogotá y fue una de las caras de la terrorífica represión ordenada por el Presidente Julio Cesar Turbay Ayala permitida por el Estatuto de Seguridad.
Carrington tomó rumbo Bogotá. En mayo de 1986 un amigo le aseguró que tendría el testimonio de alguien a quien ella llama Gabriel en el libro, uno de los pocos de los setenta rehenes de la guerrilla que estuvo 26 horas en el baño del tercer piso del Palacio de Justicia apiñados hasta que la brutalidad de la retoma del ejército los terminó matando. El relato del empleado de la cafetería es escalofriante, padeció en carne propia la llamada Operación Limpieza: el ejército no quería que quedara ningún cabo suelto, que la versión oficial no dejara lugar a dudas: los guerrilleros habían causado el horror, ellos serían los únicos responsables.
En el libro Carrigan presenta a un presidente, Belisario Betancur devastado, que consideraba lo ocurrido como una traición del M-19 a la mano tendida de su gobierno a lograr un acuerdo paz. Había ido lejos. Había indultado a todos los guerrilleros que estaban presos por el asalto al Cantón Norte. Estaba abierto al diálogo. Pero con el correr de su gobierno la confianza se fue degradando. Betancur asumió su responsabilidad como jefe de estado por la televisión nacional esa misma noche, pero claramente los hechos mostraron que el ejército se le habia salido de las manos.
El general Arias Cabrales había manejado la operación autónomamente y sin consultarle al Presidente desde la Casa del Florero donde armó su puesto de mando y el general Alfonso Plazas Vega habia dirigido la retoma con la entrada de un tanque cascabel de por medio, a su manera, actuaciones desbocadas por pare de los militares, pero sucedidas después de un hecho terrible: la negativa del Presidente Betancur a atender la llamada desesperada del Presidente de la Corte Alfonso Reyes Echandía en la que le pedía cese al fuego.
Eran amigos y el magistrado estaba en una situación de vida o muerte como lo estaban los 70 rehenes de la guerrilla del M-19. Betancur no respondió mientras la voz angustiada retumbaba en la radio, se habia dedicado a contar expresidentes y figuras de la política nacional para encontrar respaldo y gobernabilidad en medio de la crisis. Al ex Presidente Misael Pastrana Borrero, jefe de su partido el conservador, lo ubicó en Montecarlo y, con excepción de Luis Carlos Galán y, sorprendentemente, de Julio César Turbay Ayala, a todos los que consultó le recomendaron usar la fuerza para hacer respetar las instituciones, sin reparar en daños ni rehenes.
Fueron veintiseis horas de descontrol del ejército, descritas con crudeza por Carrigan. A los 70 rehenes del baño los dieron por muertos desde temprano. A rocketazos llegaron al baño convertido en búnker. El ejército disparó indiscriminadamente y asesinó a secretarias y magistrados. Entre los que cayeron en la toma del baño se contaba Manuel Gaona, un magistrado hecho a pulso, un intelectual esforzado con logros a punta de tenacidad y disciplina. Y hubo casos dramáticos como el de los magistrados Reyes Echandía, elmagistrado auxiliar Carlos Horacio Uran quien salió con vida del Palacio de Justicia y después fue asesinado por el propio ejército.
Los relatos de los sucedido en La casa del Florero en medio del caos, y luego el desorden de los militares con el manejo de los cadáveres –hay aún 11 desaparecidos-, el infierno de la escuela de caballería, los días trágicos para las familias buscando a sus parientes que sabían que estaban en el Palacio cuando la toma, sin que nadie les diera razón, la indolencia de funcionarios públicos y la prepotencia de los uniformados, todo esto esta narrado en estas 296 pagínas que reviven una de los momentos más dramáticos de la historia de Colombia, una herida que 35 años después permanece abierta.