Un buen payaso es el que hace reír, uno malo no da ni tristeza… Claro, también hay los que hacen llorar y por mucho que se vistan, hablen y se comporten como payasos, no producen más que tristeza o lástima.
Según el diccionario de la Real Academia, payaso “se dice de una persona que hace reír con sus dichos o gestos”. Otra definición afirma que payaso es un “Artista de circo, generalmente caracterizado de modo extravagante, que hace reír con su aspecto, actos, dichos y gestos”. Es decir, un payaso debe hacer reír, nunca llorar y menos dar rabia.
Pues en la Asamblea General de la ONU, que reúne a los presidentes de los países miembros, apareció un payaso que hizo reír a los presentes, lo que no es fácil pues allá van encumbrados gobernantes, personas que se creen superimportantes, que llegan rodeados de un séquito obsecuente de subalternos que los aplaude y pretenden hacerle creer a los de su país que hablaron bellísimo, cuando casi nadie les pone cuidado.
El martes pasado cuando nadie esperaba una intervención cómica que arrancaran risas del auditorio, el presidente de Estados Unidos, la nación más poderosa del planeta en términos de armamento y desarrollo económico, fungió de payaso principal. Donald Trump, el mismo de los escándalos sexuales y de las alianzas non santas con Putin, con su muy cuidado copete, arrancó su discurso con un chiste que más o menos decía los siguiente: Vengo en nombre de EUA, el País que ha tenido en los casi dos años de mi gobierno el más grande crecimiento de su historia. Dijo esto con cara seria y todo el auditorio soltó la carcajada.
Allí en el centro de la diplomacia, donde las cosas no se dicen sino que se disimulan, la audiencia se le rio en la cara al presidente Trump. Él no podía creerlo, levantó los ojos hacia el auditorio y reconoció que lo habían sorprendido, abrió los brazos y aceptó resignado su papel de payaso, que es en últimas lo que lo llevó a ser elegido presidente por encima de la muy seria y desangelada Hillary Clinton.
Duque parecía un muchachito bueno
en busca de agradar a su profesor
También habló nuestro presidente que todavía está muy pollito para hacer los chistes de Trump. Lo de Duque produjo más bien un poquito de pena, parecía un muchachito bueno en busca de agradar a su profesor. Para lograrlo prometió tres cosas que no puede cumplir: controlar los cultivos ilícitos, controlar a Venezuela y controlar la corrupción. Hay que abonarle que es su primera intervención a nivel mundial y que logró su cometido, quedar bien con Trump para que lo vuelva a apoyar con el glifosato y lo proteja de Maduro. De la corrupción se tendrá defender con la ayuda de Claudia López y Angélica Lozano, a pesar de su propio partido, el del expresidente Uribe.
Eso sí, hay que reconocerle que fue cuidadoso con el tema de la paz; dijo “reitero a esta asamblea que nuestro propósito, el propósito de Colombia, es cumplirles a quienes han tomado el camino genuino de dejar la violencia” y a reglón seguido lanzó una advertencia a reincidentes o exguerrilleros como Iván Márquez y el Paisa: “Quienes sigan en el mundo del delito y pretendan burlarse de las víctimas y la generosidad del pueblo colombiano recibirán todo el peso de la justicia”. Un chico bien intencionado, que por ahora no consigue ni aplausos, ni risas, solo incertidumbre.
También llegó el joven y flamante sucesor de Raúl Castro pero para advertir que en Cuba siguen padeciendo el bloqueo y que no se hagan ilusión de ningún cambio: “Somos la continuidad, no la ruptura”. Mejor dicho, no se engañen con el cambio generacional…
Al final del miércoles apareció Nicolás Maduro, ese remedo de presidente que se apoderó de Venezuela, ese que hace llorar a millones y millonas de venezolanos. Maduro, aunque su gobierno sea un circo, no hace reír, solo da rabia, mucha rabia…. Entonces no es un payaso, es un simple y vulgar dictador como Daniel Ortega, al que, por lo menos hasta el miércoles, habían tachado de la lista de oradores en la ONU. ¡Con un Maduro es suficiente! El otro ya está podrido.
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