Andrés perdió hoy a sus papás. Tenían 59 y 62 años. Iban a un Centro Cristiano en Cúcuta. Nunca se vacunaron. Creían todo lo que decía el pastor. El pastor era su verdad. El coronavirus no era más que uno de los inventos de Bill Gates para obligarlos a vacunarse y así recibir un chip que los controlaría como robot. Ni Philip K Dick se pudo invitar un argumento más retorcido. Pero le creyeron al pastor. Nunca se vacunaron, fueron a un paseo familiar y murieron. Andrés también está enfermo, como tantos otros de sus compañeros de iglesia.
En Colombia ser ignorante se paga con la muerte. No necesariamente son pobres los que creen en el Señor. Algunos lo pierden todo en las ofrendas al siervo de Jesús. Pastor Arrázola es uno de los que no creen en la vacuna. Él es el que tiene los cuencos más grandes. Sus fieles los llenan de billetes y monedas. Pastor Arrázola sacó un video y condenaron a todas las Astrazeneca del mundo. Que cuidado, que Gates y Soros están ahí a la vuelta de su esquina, como un diablo patisucio, acechando por sus almas. La inyección apagará cualquier luz que el Espíritu Santo haya puesto dentro de ti. La ilusión de paraíso se extinguirá para ti. Es mejor morir en una UCI ahogado y bocaabajo que vivir sano pero sin alma, y con Bill Gates escuchando todo lo que dices, hasta el fin de los tiempos.
Genocida fue el papa Juan Pablo II cuando en su sermón en su visita a África en 1985, coescrito por el Cardenal Castrillón, orgullo del Vaticano y de la patria-gay, recomendaba no usar condón para que le permitirá a papito Dios presenciar el banquete de la vida cuando el sida se llevaba a millones de personas en esa década maldita. Los africanos, por culpa de Wojtyła, se multiplicaron, expandieron el virus y fueron más pobres hasta el punto de ser un continente condenado.
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Asociados con Uribe, sabotearon el proceso de paz con el cuento de las cartillas gay de Parodi y el rayo homosexualizador con el que Santos y las Farc mariquiarían al país
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Genocida el pastor que recomienda a sus feligreses no usar la vacuna. Estamos completamente hartos de ellos, de la impunidad en la que viven. Ni siquiera pagan impuestos. Vagos. Irresponsables. De ellos también es la culpa que esta pandemia no pare de crecer. De ellos también es la culpa de que hayamos llegado a este desbarrancadero. Ellos, asociados con Uribe, sabotearon el proceso de paz con el cuento de las cartillas gay de Parodi y el rayo homosexualizador con el que Santos y las Farc mariquiarían al país. Y por culpa del aborto en el que se transformó la paz de Santos es que nos despedazamos en los casi tres años de mandato de Duque. Una paz saboteada, mal hecha, truncada por la ambición de un expresidente que no renuncia a la política para no ser juzgado por sus crímenes.
¿La justicia se fijará en ellos? Es inexplicable que este discurso asesino sea permitido. No solo son traficantes de fe sino que parecieran estar detrás de los maltusianos que desean, de todo corazón, que el virus limpie de pobres el planeta. En Colombia son tantos que si te paras en una esquina te llegarán los ecos de su sermón. Familias que van unidas al templo son devastadas en unas cuantas semanas. Y así seguirán cayendo, felices de entregar su alma a Dios y disfrutar por los siglos de los siglos del paraíso.
Andrés está recuperándose. Es muy joven, no entrará a una UCI. En su Facebook, devastado por el dolor, cuenta su caso, abjura del pastor y recomienda a los que puedan hacerlo vacunarse. “Es lo único que sirve para que el virus no los mate”, escribe arrepentido. Los hijos de los que sobreviven a sus padres, sacrificados por el pastor, tienen un rencor muy grande hacia su iglesia. A un precio muy caro tuvieron que constatar que todo lo que decía el líder era mentira, que no era más que otro maldito estafador.