Para comenzar, la primera explicación, no convincente por cierto, es que los ladrones roban por necesidad, que la pobreza, que las circunstancias, y otras explicaciones sin fondo, los llevan a cometer delitos. Respecto de esta afirmación, vale preguntarse quién provee a estos delincuentes de un revólver si no tienen ni para comer. De otra parte, no olvidemos que, en muchos de los “vitrineados” casos, han sido agentes de la policía “disfrutando de sus vacaciones”, quienes han aparecido involucrados como protagonistas de las espectaculares escenas, que bien podrían haber inspirado a Stanley Kubrik para mejorar (¿o dañar?) su adaptación de La naranja mecánica.
En segundo lugar, de cierto tiempo hasta hoy, la prensa local está cargada de imágenes dantescas donde la muerte, el horror y el terror son el menú diario. En su mayoría, los diarios, y la prensa local en general, no hacen sino emular “El bogotano” de la década del 70. Un cráneo aquí, un brazo allá, una bolsa con un cadáver hecho añicos, en fin, malas nuevas escalofriantes. Un frío recorre toda la piel de los barranquilleros, de esa magnitud son los efectos que se producen en el sentir de la población en general. Así, propios y extraños no pueden sentir menos que pavor, miedo, pánico frente a un paisaje social desolado, donde solo hay una desesperanza provocada por la crisis de humanismo.
El asunto, no obstante, no termina en lo que hasta ahora se ve. Hay otro ingrediente preocupante, las armas. En realidad, el número de armas en circulación no preocupa tanto como el uso que de ellas se hace. Así mismo, preocupa en manos de quién están esas armas. Creo que esto guarda relación con las armas robadas, no recuerdo si en una escuela de policía o en un escenario militar, antes de terminarse el aciago 2016. Y en esto debo darle el crédito a Pepe, quien fue uno de los pocos periodistas que dio la campanada de alerta frente al hecho.
Hechos los anteriores trazos, se llega a conclusiones apocalípticas. Primero, el miedo se ha apoderado, como ese brazo invisible del que nos han hablado, de todos los rincones de la ciudad, de todos los rincones de cada casa. Segundo, la ciudadanía respira la necesidad de un ambiente seguro, venga de donde venga, pero seguro porque, ajá, ¿cómo se van gozar los carnavales? Tercero, la policía no está en capacidad de proteger a la ciudadanía porque, demostrado está, se ha “vitrineado” que, en vacaciones o no, ellos delinquen. Es decir, urge la existencia de un cuerpo armado que garantice la seguridad.
¡Ojo, Barranquilla, mucho ojo! Hay una callada complacencia, un “fresquito en el pecho” cuando sabemos que neutralizaron a un ladrón sin preguntarnos de dónde salió la bala. Los barranquilleros nunca hemos tragado entero y, aunque hemos repetido la humana historia de equivocarnos, no podemos permitirnos el autoengaño. Si bien es cierto que el fenómeno existe en Barranquilla y en la región, se ha forjado el caldo de cultivo, como ha sucedido en todo el país, para que sintamos que el PARAMILITARISMO es una necesidad. ¡Ojo, Barranquilla, mucho ojo!
