El pavoroso incendio que consumió parte del asentamiento subnormal de Moravia, en el norte de Medellín, alcanzó apenas a ocupar unas líneas en los medios de comunicación. Terrible tragedia que afecta a más de mil personas, quienes pasaron de vivir en la pobreza extrema, en casas levantadas precariamente sobre la bomba de gas combustible que es el antiguo basurero municipal, a no tener absolutamente nada como consecuencia del accionar de las llamas, que tomó por sorpresa a esta comunidad; impidiéndoles rescatar algo de sus escasos enseres.
La alcaldía se movilizó con su tropa de fotógrafos y de promesas, muchas de las cuales nunca verán la luz. Y no me refiero a las imágenes del alcalde abrazando niños, sino a las promesas. Muchas de las personas damnificadas fueron acogidas en hogares de familia o amigos; en tanto que otros debieron irse a los centros educativos cercanos. Algunos más optaron por irse a vivir temporalmente debajo de un gran viaducto cercano.
Otras entidades privadas, más ejecutivas, más eficientes; menos dadas al espectáculo, como Antioquia Presente, comenzaron desde el mismo momento a hacer lo que mejor saben: aliviar el dolor de los que todo lo perdieron y recoger los fondos necesarios para reconstruir las viviendas afectadas.
En la parte más baja de esta pirámide de solidaridad se encuentran las fundaciones y grupos del sector, quienes de manera anónima, esmerada y esforzada enfrentaron desde el mismo momento del incendio la tarea de ayudar a sus vecinos y amigos; a las personas con las que compartían la pobreza pero también los sueños y las esperanzas. La Corporación Mangle dedica su alma a fomentar en los habitantes de Moravia el amor por el baile y por las artes. Su actividad se desarrolla en el mismo foco del incendio y por pura casualidad no resultaron afectados por el mismo. Pero estaban allí cuando ocurrió. Y procedieron de inmediato a activar toda su red de amigos, solicitando apoyo en comida, en mantas, en ropa; en cualquier cosa. Sin descanso estuvieron allí los primeros días, antes de la llegada de la ayuda oficial, calmando el dolor de sus vecinos.
Tuvimos la ocasión de visitarlos en el sitio de albergue en donde estaban colaborando, lo que nos permitió evidenciar otra dimensión de la tragedia. Niños dormidos en colchonetas, adultos mayores recostados a las paredes, con la mirada tan perdida como sus esperanzas. Pero también presenciamos otra faceta del mismo escenario. Una que pasa desapercibida la mayoría de las veces. Mientras las mujeres hacían fila para ser censadas o para recibir las ayudas, notamos que casi no había hombres en el lugar. Muchos se encontraban lejos de la casa desde hace muchos años, otros apoyaban la labor de remoción de escombros o formaban brigadas para impedir que seres sin corazón saquearan lo poco que quedó en mediano buen estado luego del incendio.
¿Vacuna? Pregunté cada vez más indignado. ¿Cuál vacuna?
“Pues la que tenemos que pagar todos los que vivimos aquí.
Diez mil semanales por ranchito"
Sobre una colchoneta de espuma se retorcía de dolor un hombre de mediana edad. Le preguntamos a una de las personas que se hallaba en el lugar si estaba herido por el evento, pero su respuesta fue: “está así hace tres días. Sufre de síndrome de abstinencia a la heroína”. “Y no se puede hacer nada, ya que sus proveedores no dan permiso para que su familia la adquiera en otra parte”. ¿Cómo así? Le preguntamos extrañados. Vea señor -dijo ella- lo que pasa es que los del combo de por acá controlan a todos los viciosos y no permiten que nadie se surta en otras partes. Y ellos dicen que, como con lo del incendio no van a poder cobrar esta semana lo de la vacuna, pues tampoco van a dejar que nadie les quite el otro negocio” ¿Vacuna? Pregunté cada vez más indignado. ¿Cuál vacuna? “Pues la que tenemos que pagar todos los que vivimos aquí. Diez mil semanales por ranchito. Claro que ya mandaron a decir que si queremos reconstruir, a partir de la semana entrante tenemos que seguir pagando”.
Ante esta monstruosidad resulta inevitable preguntarse lo siguiente:
¿Qué tipo de ser humano se aprovecha de estas personas, hurtando sus bienes y cobrándoles por el derecho a vivir en su casa?
¿Qué autoridad protege a estas personas contra semejante atropello?
¿A quién le importa lo que les pasa?
Muchas veces nos enfocamos en el gran escándalo de corrupción, en las cifras billonarias, en la traición de un político corrupto a otro igual. Y surgen voces autorizadas exigiendo cambios en nuestro sistema judicial. Pidiendo penas más severas. Pero, ¿quién defiende al que nada tiene?
Consideramos que la severidad de una sanción debería ser proporcional a la iniquidad del acto; a la asimetría entre los medios del agresor y del agredido.
Si de verdad queremos democracia y aspiramos a que nuestras instituciones sean respetadas y respetables, debemos comenzar por respetar a la base de la sociedad, en lugar de seguir aplaudiendo alelados el circo diario que nos montan los medios de comunicación.