Una de las bobadas más grandes que alguien puede decir es: “es solo un deporte”. Usualmente, la frase se pronuncia desde algún pedestal -moral, intelectual-, desde el que se pretende observar a los demás que se ocupan y se preocupan por un deporte. No sería una bobada si el que pronuncia la frase estaría dispuesto a decir: “es solo la vida”, pero eso casi nadie lo dice. Lo digo porque si algo han demostrado estos olímpicos es que los deportes siguen siendo una de las expresiones más completas de la vida misma.
Empezaban los Juegos Olímpicos en Tokio y yo iba pensando en la bobada esa, en que no eran sino unos deportes y que no les debería parar muchas bolas. Pensaba que los horarios eran muy difíciles para nosotros en América Latina, que no había público, que no había tantos colombianos, que había otras cosas importantes en la vida. Pensé cuando venía la ceremonia de inauguración, “veamos un rato a ver qué”. Inevitablemente, terminé emocionándome viendo a Catherine Ibargüen que es la dueña de la bandera. Cuando se retire, habría que llevar a todos los olímpicos a Caterine Ibargüen y pedirle que lleve la bandera. Colombia tiene redención por unos pocos momentos, uno de esos cuando Caterine lleva la bandera que representa al país. Es una de las mejores muestras de lo que un colombiano cualquiera puede aspirar, es la fuerza serena, la sonrisa total, la entrega en la acción, el coraje para ganar pero sobre todo para perder. Por eso mismo, entre otras que ya voy a decir, es que es una bobada decir “es solo un deporte”. Claro que es importante que Caterine salte largo y haya sido la mejor del mundo en su oficio, pero si intentamos analizarla a ella y su acción entendemos que es solo un medio para algo más, para ver a una persona excepcional con todo lo interesante que eso tiene.
Pensaba, después de ver la inauguración, que si me despertaba el insomnio vería un rato la prueba de ciclismo de ruta, tan solo porque me cuesta mucho trabajo perderme alguna competencia de ciclismo. Por supuesto, me desperté y vi la faena de Rigoberto Urán. Urán ya es medallista olímpico, ya ha hecho la carrera más constante de la historia del ciclismo en Colombia, ya es empresario exitoso, es influencer en las redes sociales (otra bobada que alguien puede decir: “es solo un influencer”) y, aún así, decidió ir a Tokio, a competir en una prueba terriblemente exigente, con corredores diez y quince años menores, para quedar en el top 10. No solo en la ruta sino en la contrarreloj, más loable este segundo logro porque no habría preparado esa prueba específicamente. Si alguien quiere ver a Rigoberto y solo ver a un ciclista, allá él con lo que se pierde.
Por supuesto, terminé enganchado con todos los olímpicos, pendiente de los resultados, buscando en YouTube las pruebas y con el televisor de fondo por la noche y en las madrugadas. Rápidamente, volví a la misma rutina de cada cuatro años, o cinco cuando hay una pandemia, de ver pesas. Nunca más veo pesas, nunca más quisiera ver pesas. Solamente en los olímpicos, cuando compite un colombiano, una colombiana. Siempre que veo pesas me da dolor de espalda de solo verlos. Siempre siento que hago más fuerza que ellos. Pensaba viendo ese deporte, y todos los demás, que si uno hace una disección extrema del deporte puede llegar a pensar que es la ridiculez total, practicar el deporte y mucho más verlo. Es decir: qué sentido tiene en el estado de avance al que ha llegado la especie humana que una mujer de Santa Marta -Mercedes Pérez- dedique su vida, su esfuerzo y sus lágrimas a levantar una vara con peso y que otra persona en Colombia -yo-, a cientos de miles de kilómetros, pase un rato mirando una transmisión, haciendo fuerza para que ella levante más peso que las demás, solo porque ella tiene en su pecho esa palabra que los une, Colombia.
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La expresión deportiva es el encuentro del cuerpo, en toda su fuerza y su complejidad, con la mente que diseña una estrategia para lograr un fin
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Cada uno de los deportes es casi igual de ridículo después de la disección total: patear un balón para meterlo en un arco, dar brazadas en una piscina para llegar más rápido, tirar una flecha para pegarle un punto, mover unas bielas para subir una montaña. Seguramente habrá más elaboración en la idea de pensar en algún humano leyendo un libro o escribiéndolo, por ejemplo. Pero también más abstracción porque, aunque ridícula, la expresión deportiva es el encuentro con algo fundamental de la historia de la especie humana: el encuentro del cuerpo, en toda su fuerza y su complejidad, con la mente que diseña una estrategia para lograr un fin. No se trata, al fin y al cabo, de solo levantar un peso un día, sino pensar cuánto se intenta levantar, después de quien y, sobre todo se trata, de estar muchos años levantando un peso de algunas maneras precisas, horas y horas de practica consciente, para llegar un momento a lo más alto de la especie: el encuentro con otros humanos de todo el mundo que también han levantado un peso en una vara por mucho tiempo.
He pensado también, además de la tentación de ridiculizar con la disección total del acto deportivo, en lo increíblemente corto que resulta la participación de tantos deportistas en los olímpicos. Nos acostumbramos a ver temporadas largas de la mayoría de los deportes: decenas de partidos de fútbol, decenas de carreras de ciclismo y así, pero hay muchos deportes que ocurren siempre en una gran anonimidad. Casi nadie sabe en qué anda Mariana Pajón cuando no está ganando una medalla olímpica. Y entonces llega su gran momento, el de los olímpicos, y puede durar diez segundos, como el de un corredor que corre cien metros planos. Salió, corrió diez segundos, perdió y terminó. El deportista tiene que encontrar inmenso significado en el proceso para llegar a ese momento sin apegarse al resultado. Si no lo hace, corre el inmenso riesgo de quedar sinsentido muy rápido. Por eso, entiendo bien cuando casi todos dicen, porque casi todos pierden, que es un honor y un privilegio haber llegado hasta ahí, a correr esos diez segundos. Tienen razón.
Inevitablemente, siento algo de nostalgia de pensar en los grandes juegos que había preparado Japón. Es evidente que tenían la tecnología para hacer grandes transmisiones que mezclaban interacción con el público con lo mejor para los que iban a los estadios y para los que verían por televisión. Es una mezcla entre lúgubre y conmovedora la de ver, por ejemplo, cómo anunciaron a las corredoras en la final de los cien metros planos. Un gran despliegue para un estadio prácticamente vacío, que las corredoras saludaron como si estuviera lleno. Un estadio con sillas de colores que simulan personas. Lúgubre por lo solitario y por la impresión de una vida totalmente artificial, conmovedor porque han sido los olímpicos el primer evento realmente mundial de la pandemia. En medio de inmensas dificultades, si hay una muestra de que, quizás, la especie humana puede derrotar al virus son estos olímpicos. Es por eso que, además del encuentro único entre cuerpo y mente en la instancia deportiva, los juegos olímpicos son al final un evento cultural. Y nos define como especie, no el cuerpo ni la mente, sino la cultura que hemos construido.
En la dimensión cultural, el punto máximo lo ha alcanzado la gimnasta Simone Biles. Cuando todos esperaban que los juegos fueran un trámite para su coronación como una de las mejores atletas de la historia, la vida que es el deporte, dio un giro y terminó con ella retirada de la competencia, llevando a Estados Unidos a una discusión intensa sobre su papel como mujer joven negra sobreviviente de abuso sexual en ese país. Ella decía, antes de competir, que sentía que tenía el peso del mundo en sus hombros. Ahora, paradójicamente por no competir, tiene mucho más peso: su historia y cómo participe en el debate que ha generado, será el gran tema social del año en Estados Unidos. Tiene además la oportunidad de darle un nuevo significado a la enfermedad mental, tan estigmatizada, mientras la padece. Mucho más difícil que todo lo que ha logrado en la gimnasia.
Los olímpicos reúnen a los mejores cuerpos de la especie humana que, sin unas mentes destacadas, jamás habrían llegado a donde están. En ese encuentro, se revela el estado de la cultura de los países y de la humanidad. Por eso mismo, no hay otro evento comparable. Si hubiera otra vida, me gustaría ser atleta olímpico. Mientras tanto me seguiré ocupando de verlos y encontrar entre los instantes de su práctica deportiva lo que podamos aprender de ellos. Y no vuelvo a decir, ni a pensar, “es solo un deporte”.
@afajardoa