Con el debate del día martes en la plenaria del Congreso, y votación del miércoles sobre el plebiscito con que busca el presidente refrendar los acuerdos de La Habana con las Farc, queda demostrado que los primeros que deben deponer las armas de los insultos, las discrepancias, los sarcasmos y las mismas rencillas y el odio con que abordan los temas políticos relacionados con la paz, son los congresistas. El debate sobre el Plebiscito parecía referente a la parapolítica, farcpolítica, los marranos y las gallinas que le bombardearon a Tirofijo, y no sobre la base de que si es justo gastar tiempo y dinero sobre algo que todavía no está firmado, que no está acordado, y más cuando nuevamente se le cambian las reglas de juego a la Constitución como si fuera plastilina para acomodar y arreglar a las justas medidas lo que no le parece al gobierno, sea quien sea el que esté en el poder.
Reducirle el 50 por ciento del umbral que es el piso del plebiscito constitucional, de 8 millones de votos a 4 millones cuatrocientos, es un mal mensaje, aunque sea un referéndum especial tramitado por una sola vez. Es el mensaje de un presidente timorato con toda la bancada de la Unidad Nacional que no está seguro si puede salir de semejante lío como es el que el ciudadano revalide lo que en 3 años se está acordando y de eso poco o nada se conoce con exactitud. Tal vez hoy el presidente Santos se esté mordiendo la lengua por pretender, con un poco de ego y grandes exceso de confianza sobre el mandato que los electores depositaron en él al reelegirlo. Hoy las encuestas no le favorecen, y aunque la pregunta global con que quieren trazar el plebiscito una buena parte de los colombianos le dará el sí, por lo de aquello de que nadie quiere vivir en guerra, llevan al país es al dilema de la paz que es a lo que menos se tenía que arriesgar el presidente, creando más sectarismo del que ya pulula en nuestra atmósfera, con un galimatías creado por ellos mismos.
¿Quién dijo que los que voten por él no quieren la guerra tácita y los que quieren el sí una paz de corazón?
La paz y la guerra son dos estados que no se definen bajo la efervescencia misma de los intereses del ser, sino sobre su forma conceptual, lo que quiere decir que se tiene que partir de una reflexión para tomar una decisión que no se encasilla en una pregunta genérica. Si partimos del análisis de que el Congreso somos todos porque son los que nos representan en el poder legislativo, en el debate sobre el plebiscito la mayoría, que es la Unidad Nacional, quiso imponer sobre la oposición sus conceptos con los mismos reclamos personales y jurídicos contra Uribe, el cual respondió con una serie de propuestas que, para bien o para mal, no se le quita al Gobierno y a su bancada revisarlas. La imposición es el infierno de paz que se vive en el Congreso el cual es el mismo que se le transmite al país, cuando no podemos ser tolerantes ni aceptar las diferencias de pensamiento y actuación. Y con ello queremos definir nuestro modo de vida imponiendo, con una simple frase, lo que otros deben aceptar como modelo.
El plebiscito es una farsa que no define nada, es un aplauso o una rechifla; porque aunque gane el sí, el acuerdo debe tener un desarrollo legal, pasar por los mecanismos constitucionales para ser aprobado. Ahora, si gana el no, tampoco pasará nada, y aquí refuto con la senadora Claudia López que dijo que si ganaba el no, el presidente desecharía el acuerdo que tanto le ha costado con la guerrilla de las Farc. Si eso sucede, el presidente hará valer su condición de mandatario y se aprobarán las facultades extraordinarias, leyes habilitantes, que garantizarán el acuerdo, pero de lo que sí estoy seguro es que de esos 14 millones de compatriotas que salgan a votar ese plebiscito, con una abstención activa, es que la diferencia entre el sí o el no no va hacer muy lejana por lo de aquello de Antonio Mingote: “Todos quieren la paz, y para asegurarla, fabrican más armas que nunca”.