En tiempo récord, si nos comparamos con otras ciudades de Colombia y del Tercer Mundo, Char ha transformado vertiginosamente a Barranquilla en una verdadera plancha de barbacoa sobre la que los barranquilleros se asan a fuego vivo. La ignorancia y la sevicia ambiental campean en la capital del departamento del Atlántico desde que arrancaron sus tres consecutivas administraciones que ya irían para cuatro (huelga redundar hasta la saciedad en lo que todos saben aquí y en esta nación, esto es que la señora Elsa Noguera es una mera títere con la que Char gobierna en cuerpo ajeno.) La tempera, en sus administraciones, se ha disparado demencialmente en la cálida Barranquilla, ciudad que adolece del más alto índice de radiación solar en Colombia.
En la nueva plaza de la paz, obreros enmascarados con panola o cualquier otro trapo, cachucha, guantes y camisa manga larga intentan en vano hacerle el quite al sol calcinante y a la brutal temperatura que expele la planicie de concreto crudo a punto de ebullición sobre la que laboran al borde del desmayo y la insolación durante ocho horas diarias a cambio de un salario mínimo, empleo que conservan gracias al aporte de veinte votos para mantener en el poder a su santo patrón. No se ve un solo árbol plantado por Char en kilómetros a la redonda. El piso se recalienta entre las diez y las cuatro de la tarde hasta una temperatura de 80 grados centígrados y la sensación térmica a pleno sol es de 45°. Sobre esta barbacoa al rojo blanco laborarán nuestros nuevos miserables. Sin esta mortífera chamba, obreros contratados hasta por seis meses tendrían que inflar la tasa ya desborda de delincuencia común en esta ciudad. Imaginemos el cuadro:
El obrero que ha estado sometido durante dos semanas, ocho horas diarias, a estas brutales condiciones de trabajo llega a casa el sábado a medianoche. La mujer desempleada y los hijos han estado esperando que traiga el dinero para la cena, ya que ella no se atreve a ir a pedir fiado el día 15, justo cuando debería ir a pagar lo que debe al cachaco de la tienda. El obrero llega borracho, puesto que gracias al alcohol disfruta unas horas de la ilusión de ser alguien en la vida, llegando a creerse algo un poco más que el peón que vende su existencia durante ocho horas diarias de sufrimiento infernal al político más poderoso de Barranquilla. La mujer reclama al hombre amargamente, reclama con insistencia, llora de furia porque el hombre solo ha venido con la décima parte del salario, y eso no sirve ni para pagar lo que debe al cachaco de la esquina. El hombre, ebrio y bruto, sin educación superior para gestionar estos traumas, con apenas una triste primaria y uno o dos años de Sscundaria a lo sumo, la golpea, ella resiste, insiste en el reclamo. En el salvaje estado de alicoramiento, la golpea nuevamente, la hiere y, en alguna ocasión, el obrero, semiinconsciente, asesina a su mujer… Ahora él reacciona y cae en la cuenta de su atroz situación. Mira a los niños, se “compadece” de ellos, los asesina para en seguida quitarse la vida él mismo. La noticia sale en primera plana, el diario se vende mejor; las feministas vociferan “¡feminicidio, feminicidio!”, sin decir una sola palabra acerca de las causas de la tragedia; el político nada vio, nada oyó y las elecciones en que será reelegido son inminentes.
Este cuadro dramático llevado al límite por el autor de esta denuncia social no ocurre todos los días, pero sí es desgraciadamente ocasional. Casi no pasa una semana en Barranquilla sin que uno de estos obreros miserables asesine a su mujer.
Hace 230 años ocurrió la Revolución Francesa, proceso que precipitó la superación del régimen feudal y sirvió de tobogán al advenimiento del capitalismo moderno gestionado en el marco de la república. Se proclamaron los derechos del hombre. Todos los hombres y mujeres tienen ahora derecho a elegir y a ser elegidos. Victor Hugo escribió Los miserables; Icaza, Huasipungo y Soto Aparicio La rebelión de las ratas. La gente está, se diría, más informada que nunca y sabedora de sus derechos, situación privilegiada respecto de las personas de la Edad Media, del feudalismo y mucho más respecto del esclavismo. ¿Por qué entonces, me pregunto, obreros ante nuestros ojos están sometidos a tan infernales condiciones de dolor y de miseria, desmayándose en nuestras narices, padeciendo derrames nasales y víctimas de insolación? ¿Es esto inevitable para que una familia goce de poder político y económico con semejante desmesura?
El cartel del concreto goza en Barranquilla de un incremento de utilidades desde que esta familia reina a la manera de dinastías anteriores a la Revolución francesa y a los derechos humanos. Para que la dicha de una familia y su monstruoso poder económico-político hegemónico y omnímodo sean exhibidos ante el resto del país, Char asa y se deleita con el olor a carne humana asada a la parrilla en la barbacoa en que ha convertido esta ciudad.