Han pasado 31 años y el rugido de la tierra todavía estremece a Gladys Primo. El ulular del volcán retumba en su cabeza. Con los ojos aguados recuerda los tumbos que dio dentro de esa mole de lava que le arrebató a sus dos pequeños hijos: Nubia Isabel y Jesús Manuel.
Gladys le había almidonado el vestido rosado a su hija Nubia porque al otro día estaba de cumpleaños. Le había colgado la cadenita de oro y los aretes de esmeraldas; el regalo de bautizo de su abuela. Eran las 7:30 p.m. y en la mesa sólo quedaban un par de papas del sudado de pollo que Gladys había preparado para la comida y las pepas de la mora en el fondo de la jarra.
Su esposo Manuel, buscaba el canal para ver el partido de fútbol con su cuñado Jorge, mientras los niños de seis y siete años, jugaban afuera. Su esposa Gladys lavaba la losa forrada en sus pantalones de jean, sobre un par de tacones que insinuaban la vitalidad de sus piernas veinteañeras aún sin cicatrices. Estaba preparada simplemente, como un día cualquiera para sentarse en la entrada de su casa a ver a la gente pasar y si acaso, conversar con algún vecino.
Jorge su hermano, estaba terminando de construirles la casa. Una vivienda de dos pisos que era la ilusión de esta familia de adolescentes de un pueblo que se empezaba a expandir más rápido que Ibagué, la capital del departamento.
Armero era un pueblo donde para divertirse había que ir al parque a comerse un chuzo o un raspado. En “La ciudad blanca” como la llamaban por sus algodonales, las mujeres iban a una Plaza de Toros temporal, con los labios pintados de rojo y los niños caminaban todas las mañanas hasta los cuarenta colegios. Las ancianas escuchaban religiosamente la misa en la iglesia de San Lorenzo mientras los trabajadores de la planta embotelladora La Bogotana se paseaban por las calles con sus overoles. Era un pueblo tranquilo que crecía lento como el magma del volcán.
El Nevado del Ruíz había advertido su vigor amenazante durante todo el año y ese mismo día a las 3:00 pm, Fernando ‘el loco’ Gallego, había pronosticado su arremetida en el Líbano, un municipio a 45 minutos de Armero. Jesús a quien Gladys había bautizado así por nacer el 25 de diciembre, entró corriendo a la cocina con la cara manchada de ceniza. Tanto, que Gladys quien ya estaba acostumbrada a estas señales del volcán, corrió alarmada a ver qué pasaba.
Afuera, la lluvia negra ya había teñido la cabeza dorada de Nubia Isabel y la suya empezaba a ennegrecerse. En cuatro zancadas llegó hasta la sala de la casa. “Vámonos”, gritó pero los dos hombres no se despegaron del televisor. “Nos toca irnos”, insistió.
Salieron justo cuando la luz empezaba a parpadear; los destellos le dejaron ver por última vez la cara de sus dos niños. La tierra se rompió y los postes de la electricidad arrancaron los arboles del suelo mientras el monstruo negro rugía a la distancia. Corrieron hasta una casa con segundo piso donde creyeron poder salvarse del torrente de agua que arrasaba las calles. Pero el lodo caliente se les vino encima y los arrastró hacia el infierno. Gladys se aferró a la mano de su esposo Manuel y los niños a las de su tío, eso les salvó la vida.
Gladys y Manuel tomaron la ruta del rió Lagunilla pero la fuerza del lodo separó sus manos por la ruta que sepultó a la mayoría de los armeritas. A Gladys se le vino el mundo encima. Paredes, zambullidas en el lodo, brazadas para poder respirar, es todo lo que recuerda de esa noche del 13 de noviembre de 1985. Sus hijos de la mano de su hermano, tomaron la calle San Jorge, una zona de sacos de café por donde el agua corría más limpia.
Despertó acalorada con medio cuerpo sumergido en el lodo y dentro de un hueco al lado de diez personas más. Una luz roja le decía que agarrara la cuerda que colgaba del aire y se protegiera la cara porque al salir, alguna parte de su cuerpo podía quedarse pegada. Una lata de zinc le rayó la pierna tan hondo que ni siquiera sangró, pero Gladys salió completa. Dos días después, un viernes a las seis de la tarde volvió a ver la luz.
Sobre una roca en el barrio San Jorge, el tío despertó tan asustado que no se dio cuenta que un palo atravesaba su muslo. Corrió para alcanzar a subirse en una carretilla que llevaba heridos a Ambalema, el municipio adonde se trasladó a vivir después de la tragedia. Los niños no estaban con él. Las piezas del rompecabezas sugieren que el tío Jorge se desmayó después de golpearse contra la zona de piedras de donde fue rescatado el pequeño Jesús, como lo muestra el video revelado por Noticias Uno en 2012 .
En este vídeo mostrado por Noticias Uno, Gladys vio por primera vez a su hijo después de 27 años.
Mientras tanto, Gladys era llevado inconsciente hacia el Hospital San Juan de Dios en Bogotá lo que automáticamente la incluyó en la lista de muertos de Armero. Estuvo seis meses en coma mientras su mamá, Doña Margarita, la buscaba por todos los hospitales del país y también en el hogar El Cafeterito en el barrio Teusaquillo de Bogotá -instalado por el Bienestar Familiar para atender la tragedia-, igual que el Hogar Infantil El Paraíso en Ibagué y el Zambrano Camader en Villeta.
Cuando la encontró era un vegetal de 23 años viuda y sin hijos.
“No hay Dios”, “sáquenme de aquí” gritaba Gladys cada vez que la llevaban a la capilla del hospital. No creía que tanto dolor pudiera ser visto por el Dios al que antes le rezaba con devoción. Apenas pudo, se levantó de la cama para salir a buscar a sus niños con dos fotos que se habían salvado en un álbum que su mamá guardaba en Amablema, el único rastro de su pasado que le quedaba.
Un comentario escueto y un sueño en el que Jesús le decía a su mamá “Mire este espejo. Aquí estoy yo”, fueron suficientes para que Gladys iniciara un viacrucis que todavía no termina. Según ella, lo que señalaba el niño era un lugar lejano, desconocido, que a falta de evidencias le dio la fuerza para aferrarse a su intuición.
La confirmación a su corazonada llegó en 2012 cuando Gladys ya tenía una nueva familia. Canal Uno reveló el video en el que se veía al rubio Manuel Jesús en los brazos de un hombre de la Defensa Civil quien lo llevaba hasta un helicóptero. En ese momento ella llamó a Francisco González fundador de la Fundación Armando Armero quien ha trabajado en la reconstrucción del pueblo y ha asesorado a las cientos de madres que así como Gladys perdieron a sus hijos en la tragedia. González quien hoy tiene un libro con 222 casos de niños perdidos y por el cual el Bienestar Familiar ofreció 50 millones de pesos en 2013, acompañó a Gladys hasta el canal donde juntos confirmaron que el niño del vídeo era Manuel Jesús Primo Perdomo.
Gladys no cesó en su búsqueda y se enfrentó a la terrible posibilidad de que sus niños hubieran terminado en las listas de huérfanos para ser adoptados por la ausencia de sus padres biológicos. Suizos, holandeses, belgas y españoles llegaron a Colombia a adoptar por medio de un trámite sencillo mientras los padres permanecían moribundos en los hospitales.
El registro de todos ellos reposa en el llamado Libro Rojo del Bienestar Familiar. Un archivo que dicha entidad se niega a mostrar amparados en el Código de la Infancia y la Adolescencia de la ley 1098 de 2006, que dice que sólo después de los 18 años los menores pueden pedir sus registros civiles y en cambio los padres no están autorizados a hacerlo. Para Jaime Benítez, director del ICBF en 1985, si no se daba un reencuentro de los niños con sus padres hasta abril de 1986, seis meses después de la tragedia, los niños eran considerados abandonados y se iniciaba un proceso de adopción debido a que existían cinco mil solicitudes de extranjeros y nacionales.
Alrededor de tres mil sobrevivientes quedaron sin papeles después de la tragedia. Se perdió toda la información y hubo que reiniciar los registros de la todos los armeritas. La desorganización estatal y el afán por reconstruir la memoria llevó al gobierno de Betancur a sacar el decreto 3809 del 26 de diciembre de 1985, con el cual las personas podían ir a una notaria con dos testigos y dejar por sentado datos de su vida anterior para que se les fuera entregado un nuevo registro civil. Se crearon matrimonios, nacimientos y muertes sobre el papel “partiendo de la buena fe de las personas”, como cuenta Carlos Alberto Rivera, notario de Guayabal.
De los más de 200 niños perdidos sólo tres familias se han reencontrado gracias a la Fundación Armando Armero y al científico Emilio Yunis quien ha donado las pruebas de ADN. El llamado Libro Blanco es el resultado de casi treinta años de investigación hecha por Francisco González, un archivo que contradice al Libro Rojo del Bienestar Familiar porque también contiene pruebas que confirman la existencia de muchos niños sobrevivientes de la tragedia.
En 2012, el entonces director del Bienestar Familiar Diego Molano, anunció que había 250 casos. Un año más tarde en un comunicado el 7 de mayo de 2013 la cifra se redujo a 169. A medida que el libro de Armando Armero ha ido registrado nuevos casos, estos han ido desapareciendo del Libro Rojo. Francisco González se ha dedicado a armar el rompecabezas de Armero y en este proceso se ha encontrado con unas madres que buscan a sus hijos y a unos jóvenes que no recuerdan sus años de infancia. Solo unos recuerdos nublosos le dan la esperanza a estas historias para que encuentren su eslabón perdido, pistas intangibles que con el tiempo parecen hacerse más borrosas.
Las cifras para Gladys no importan porque las pesadillas siguen acompañándola.
Hoy Jesús debe tener 36 años y Nubia 35. Gladys es madre de tres hijos más pero sigue esperando a que sus dos primeros lleguen algún día. La herida de su pierna aún sigue sin sanar y no hay un día en que no se pregunte: ¿Donde estarán?
Quien quiera comunicarse con la fundación puede escribir a: [email protected]
Publicado originalmente el 8 de noviembre de 2014.