El tema no es fácil. Si nos ponemos en los zapatos de los papás y analizamos la situación, seguramente tal tragedia no nos parecería del todo monstruosa. Los cucuteños, conscientes de nuestra realidad, sabemos, como cualquier colombiano, que el pastel, la gaseosa, el mercado y las tulas de dinero son lo común de la “logística” en la politiquería que envuelve el día de elecciones.
Sin embargo, los límites de la indecencia llegan a niveles extremos y cuando de niños se trata, todo toma una mirada muy distinta; lo habitualmente sucio pasa a ser algo despreciable que demuestra con dolor la miserable sociedad de la que hacemos parte.
Como si no fuera suficiente para una ciudad como Cúcuta tener líderes corruptos como los candidatos que muchas veces se postulan, ahora tenemos familias enteras que ponen sus hijos a disposición de estos personajes para explotarlos laboralmente en el trabajo más indigno y ruin que pudieron inventarse para asegurar la victoria de un candidato.
Se trata de una nueva forma de corrupción electoral, donde los niños juegan una pieza clave para la compra de votos. En las comunas siete y ocho de Cúcuta, principalmente, grupos de niños fueron entrenados y contratados el día de elecciones para acompañar a algunos sufragantes y garantizar que varios votaran por uno de los candidatos.
El escabroso testimonio de una docente de un colegio de la ciudadela Juan Atalaya, quien compartió con Cucuta 7 Días las insólitas anécdotas que sus estudiantes relataron el día siguiente de las elecciones en Cúcuta, no deja más que un panorama desesperanzador por donde se mire. La maestra menciona con tristeza que sus estudiantes, con el desparpajo que caracteriza a los niños, contaron al día siguiente con efusividad cómo les había ido el día de elecciones.
“Uno de mis estudiantes cuenta que el líder de su zona había arreglado con su mamá el valor de $100.000 por el día. Podían elegir efectivo o la cantidad en mercado. El niño había sido entrenado con otros niños de su zona desde dos meses atrás y no había comentado nada en clase porque le habían dicho que si hacía un comentario perdía la oportunidad de ganarse esa plata. Los entrenaron para trabajar todo el día de elecciones con la función de marcar el tarjetón en el caso de los abuelitos, y acompañar a los adultos a votar para asegurar el voto por el mismo candidato”, comenta la docente.
En los barrios más vulnerables de Cúcuta se implementó esta práctica con aprobación de los padres de familia que, viviendo en condiciones de extrema pobreza, vieron una forma práctica de asegurar el sustento de su familia por 20 días o, quizás, un mes. Los líderes de las zonas se encargaban de buscar a las mamás y negociar un precio según la cantidad de hijos que prestaran; entre siete y once años era el rango de edad más buscado; una vez fueron elegidos iniciaron su preparación dos meses antes del 25 de octubre.
“Después de clases, reunían a los niños secretamente en una casa dentro del mismo barrio donde eran entrenados para el día de elecciones. Como no todos los niños servían, antes de iniciar el entrenamiento eran sometidos a un proceso de selección donde, según ellos, escogían los niños más inteligentes, audaces y vivos. Uno de los retos para quedarse con el trabajo era aprender a mentirle a los policías. Si el uniformado les preguntaba algo, debían responder con naturalidad que el sufragante era su papá, tío, abuelo, etc. Los niños temerosos o con dificultades para mentir, fueron rechazados para el trabajo” , afirmó la misma docente.
Una vez finalizado el entrenamiento, fueron los líderes quienes organizaron a los niños. Les entregaron la información sobre los puntos de votación y tiempo de permanencia en cada uno. Los niños eran rotados cada dos horas para que los policías no notaran la irregularidad. Fueron transportados de un sitio a otro con cautela. En cada punto el líder se encargó de recibir y distribuir a los niños. Cumplido el tiempo, fueron recogidos y enviados a otro sitio donde otro líder hacía lo propio para continuar la cadena.
Para la maquinaria electoral, la función de los niños era sin lugar a dudas la más valiosa entre todas las funciones: Acompañar al sufragante y asegurarse de que votara por el candidato. Al salir del punto de votación, era el niño quién informaba al líder si el sufragante había cumplido. Si era así, se le entrega el precio acordado por el voto. En el caso de los abuelos, los niños tenían la responsabilidad de marcar el tarjetón. El abuelo solo entregaba la cédula en la mesa y el niño hacía el resto. En el caso de los adultos, el niño entraba en calidad de acompañante con un mapa de mesas donde debía trabajar. Entraba un grupo de cinco o diez adultos por cada niño. Su tarea era jugar por entre las mesas donde estaban ubicados los adultos a su encargo y asegurarse de que cada uno votara por el candidato asignado. Cuando el niño salía entregaba su informe al líder para que éste pagara con seguridad los votos conseguidos.
“Otro estudiante nos comentó que el líder no le había terminado de pagar. Hoy (lunes 26 de octubre) tenía que ir a cobrarle lo que le faltaba. Le pregunté que por qué y me contestó que porque él había trabajado el día de elecciones y se había ganado ese dinero con trabajo, que si el líder no le pagaba le agarraría la casa a piedra”.
Vecinos de la comuna siete y ocho cuentan que en las casas de acopio de uno de los candidatos había centenares de mercados a disposición de las familias a cambio de los votos. Una vez el niño garantizara que el grupo de adultos había votado por tal candidato, los que preferían esta forma de pago eran llevados por otro empleado del líder hasta las casas de acopio donde se les entregaba en víveres el valor acordado.
Sería un acto de hipocresía satanizar las prácticas de esta campaña cuando en todas, aunque en menores niveles, se hicieron notar las maquinarias con sus billetes y mercados para los sufragantes. Sin embargo, en este caso los niños confiesan abiertamente haber participado en esta nueva forma de corrupción. Esto deja entrever que los menores fueron definitivos en las elecciones que pasaron.
De cualquier forma, la ignorancia y la pobreza siguen pasándole una dura factura a Cúcuta. La pequeña e inocente parte de la población que debería ser considerada el futuro de nuestra ciudad, es hoy utilizada para las prácticas más sucias de la politiquería local. Al final, no importa quién haya ganado ni cuánta plata hayan hecho los padres que avalaron la explotación de sus hijos. Lo que entristece realmente es que la gran perdedora de la jornada fue Cúcuta, una ciudad sin respeto ni dignidad que arraiga en sus niños las prácticas corruptas que la tienen al filo del vacío.
*Periodista periódico Cúcuta 7 días