La mujer del sombrero y sus hijos iban a embarcarse en un avión DC3 junto con otros sobrevivientes de la matanza.
No podían llevar sino un pequeño maletín de ropa. La niña se acercó y le preguntó al funcionario de la Cruz Roja Internacional: “¿Usted me deja llevar la pollita?, es que es un regalo.
El Hombre, con lágrimas en los ojos, le dijo: “Llévala”.
Memorias del conflicto armado colombiano en el lente y la voz de Jesús Abad Colorado. Exposición fotográfica de octubre 20 de 2018 a diciembre 30 de 2019. Claustro de San Agustín, Bogotá.
"Seré fea y ya no seré normal", pensó mientras rozaba furiosamente con su mano derecha su brazo quemado. "La gente me verá de forma diferente". En shock, salió corriendo por la autopista detrás de su hermano mayor. No vio a los periodistas y fotógrafos extranjeros que estaban en dirección hacia donde ella huía, gritando. Entonces perdió el conocimiento.
Al fotógrafo Huynh Cong "Nick" Ut sólo le tomó un segundo tomar la icónica foto en blanco y negro, en 1972. Con ella transmitió los horrores de la guerra de Vietnam mejor que cualquier crónica o reportaje.
https://www.clarin.com/mundo/famosa-quemada-napalm-vietnam-cumple_0_HkmGvQhPme.html
“Éramos las esclavas sexuales de los comandantes, el primer violador que tuve fue ‘El Abuelo’, que mandaba en mi campamento. Era el que probaba a las recién llegadas”, relata Yamile Noscué… Yamile Noscué, que las FARC capturaron a los 15 años, perdió la cuenta de las veces que la violaron.
Igual que su compañera, Lorena Murcia, que al poco de ser secuestrada, con solo 10 años, fue abusada por su comandante. “Después fueron otros”
Las niñas esclavas sexuales de las FARC
En medio del horror de la guerra (Vietnan) o de un Conflicto Armado (Colombia), en el maremágnum de la lucha por el poder (Venezuela, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, URSS, Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, África en un sinnúmero de conflictos y guerras civiles) siempre veremos los ojos cubiertos de llanto, los cuerpos lacerados por el odio sanguinario de los que se creen más fuertes, las almas transidas frente al miedo y las vidas truncadas de los más inocentes, los niños.
La primera de las referencias de este texto se refiere a la violencia despiadada generada por las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en Puerto Alvira, Mapiripan, Departamento del Meta, Colombia.
Se ve a una mujer tocada por un sombrero que sostiene a una pequeña que, a su vez, abraza con fuerza a una pequeña pollita. La historia breve y concisa es capaz de atravesarnos el alma y de estrujarnos el corazón.
Si somos empáticos estaremos en capacidad de meternos en esa imagen y podremos sentir cualquier cantidad de emociones; el miedo y la angustia de esa madre que se marcha con tan solo una maleta donde faltan cosas y abundan los recuerdos. Vemos las manos que sostienen a su hija, manos campesinas, curtidas de trabajo y capaces de seguir dando caricias de ternura a su pequeña. Observamos a un angelito con el cabello revuelto que con pasión sostiene a su “pollita” un bien más preciado que cualquier muñeca o peluche pues en sus manitos siente la respiración y el latir de una vida. La madre, cabeza baja, no muestra sus ojos que, tal vez, ya están hinchados de tanto llorar. Al otro lado de la cámara el fotógrafo, cargado de emociones infinitas y por último el anónimo funcionario de la Cruz Roja que ese día habrá soltado más de una lagrima ante quien sabe cuántos testimonios de vida.
El segundo texto se refiere a la foto tomada por Huynh Cong b"Nick" Ut el 8 de junio de 1972, donde una niña desnuda corre por una autopista luego de un bombardeo en plena Guerra de Vietnam.
En aquel oscuro escenario se ve la angustia, el miedo, la desesperación de aquellos niños que, sin saber a dónde, corren por una autopista mientras, al fondo, sus vidas están siendo devoradas por el fuego y la violencia de un conflicto bélico tan insensato como el deseo de poder de aquellos que, desde su puesto de mando, ordenaban el bombardeo indiscriminado de pueblos y pequeñas villas para combatir a un enemigo invisible que, también, era capaz de cometer atrocidades contra su pueblo y sus contrarios, los soldados del ejército estadounidense.
Kim Phuc, corre, desnuda, quemada, su vestidito había sido devorado por las llamas, llorando de desesperación, destrozada su alma y con su cuerpecito delgado que se estremece ante la perversidad asesina de seres que no merecen ser catalogados como “humanos”. “Seré fea y ya no seré normal", pensó mientras rozaba furiosamente con su mano derecha su brazo quemado. "La gente me verá de forma diferente". En shock, salió corriendo por la autopista detrás de su hermano mayor”; así relata su historia en un reportaje aparecido en el diario argentino “El Clarín” cuando se cumplían 40 años de aquel trágico suceso.
El último relato que inicia este escrito es el testimonio de una de las tantas niñas reclutadas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC – Devenidas en Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común). Esos seres que eran arrebatados de los brazos de sus padres para convertirse en pasto sexual de seres lujuriosos y enfermos de poder.
Su misión, más allá de violarlas salvajemente, para lo que no hay excusa ideológica o sofistas argumentos que ni ellos se creen, era convertirlas en “máquinas de matar”, basados en las palabras del psicópata asesino Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Es así como de jugar en el campo y de ayudar a sus padres en las labores diarias se convertían en los cuerpos temblorosos que eran instrumentos para saciar la infamia desesperada de unos seres lúbricos que solo soñaban con llegar al poder a imponer su ideología y sus viles normas de campamento guerrillero.
De estar en alguna humilde escuela en las veredas olvidadas de Colombia, estas niñas, arrebatadas con violencia a sus maestros, se transformaban en receptáculos de la lascivia perversa de los jefes y de la guerrillerada masculina y en peones con los cuales se atacaba pueblos, se mataban civiles y se cumplían misiones criminales so pena del fusilamiento y el posterior entierro en una fosa sin nombre en medio de la selva.
La perversidad humana no tiene límites, el odio y el deseo de poder se magnifican en manos de políticos de cualquier ideología. Son tan criminales los jefes de las FARC como los líderes de las AUC.
Era tan despiadado Richard Nixon desde la sala oval de la Casa Blanca en EEUU hasta el despiadado Ho Chi Min en las selvas de Vietnam; los crímenes de Pinochet en Chile, desapariciones y asesinatos, son tan repudiables como los del infame Fidel Castro en Cuba o las del régimen chavista en Venezuela. Cuando Allende, en Chile, condenaba a su pueblo al desabastecimiento en los años 70 por órdenes de Castro desde La Habana; en los EEUU se planeaba su derrocamiento para poner su “Son of a Bitch” y así proteger a América Latina de la monstruosa intervención de los perversos intereses de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Éramos y somos tan solo seres a merced de intereses absurdos; mientras Trump y Putin, los protagonistas de esta charada de poder, miden fuerzas, los niños de Venezuela se mueren de hambre, los de Ucrania se habitúan a una guerra interminable y una gran masa de inmigrantes de naciones empobrecidas se mueven en un infinito desfile de tristeza y desesperación buscando un futuro en países a los que poco le importa dicho porvenir. Los seres humanos se mueven en el tablero geopolítico como fichas de un perverso juego de intereses económicos e ideológicos.
Más allá de los discursos vacíos de los delegados de la ONU, la OEA o de cualquiera de esos “Clubs” de políticos y diplomáticos hay una masa amorfa de gente, los más pobres y humildes, que sufren, lloran y se convierten en víctimas de guerrilleros, paramilitares, fuerzas regulares del ejército y, hasta, mercenarios que, con un fusil de guerra, un cuchillo y hasta un machete disponen de la vida de cualquiera que se atraviese en su camino.
Pero la perversidad va más allá, pues en los regímenes como el de Venezuela, Cuba o de Nicaragua, se escudan tras las constituciones amañadas y diseñadas a la medida del tirano para cometer desafueros y condenar a sus pueblos al hambre y a la violencia.
A los Chávez, Tirofijos, Petros, Bidems, Amlos, Trumps, Putins, Pol Pots, Ho Chi Mines, Castros, Pinochets, Hitlers, Lulas, Perones, Stalins y cualquier tiranuelo; o Liberales, Adecos, Conservadores, Pacto Histórico, Peronistas, Republicanos, Demócratas, Podemitas, Verdes, Colorados, es decir cuanta ralea y piara política existe; les importa poco y les importará mucho menos el niño que sufre, pues, aunque les encanta cargarlos y besarlos en época electoral o en sus repudiables campañas propagandísticas, poco les valen cuando retozan sobre los privilegios del poder.
La madre que llora o el hombre que cae bajo las balas inmisericordes de estas guerras y conflictos absurdos solo gustan cuando generan likes en las redes sociales o votos en las campañas electorales. En la política no hay empatía solo intereses. Los corruptos solo lloran ante la riqueza perdida o la comisión desperdiciada.
Mientras los ideólogos y poderosos, de izquierda y derecha, se reúnen frente a sus botellas de vino y exquisiteces gastronómicas para decidir cómo repartirse el poder los niños solo tratan de salvar sus vidas, de construir sus sueños, de abrazar a sus padres y de proteger a su pollita que sabe usted “es que es un regalo”.