A Jhonny Hendrix, director de cine afrocolombiano (del Chocó para más detalle) siempre le dijeron que las cosas de negros no venden. "Cuando iba a hacer Chocó, lo primero que me dijeron los inversionistas, e incluso gente muy cercana a mí, fue que una película de negros no le iba a interesar a nadie. O sea, según eso, yo no le importaba a nadie. Luego hice Chocó y me dijeron 'Usted es muy buen director, pero ya, no se pegue tanto del cuento de los negros'". Lo cuenta en una interesante entrevista en el que habla de su nueva película, Saudó.
“No se pegue tanto a los cuentos de negros…”. Colombia, como el resto de América Latina, es racista y sus 4,3 millones de afrodescendientes (según las tacañas cifras oficiales) son invisibles (se presuponen que puede sumar el doble de personas). En realidad, son como fantasmas, porque de vez en cuando, se abren ventanas por las que pueden aparecer sin sentir que son víctimas, mendigos o, en todo caso, seres inferiores. En estos días hay dos ventanas abiertas al tiempo. El festival Petronio Álvarez de músicas del Pacífico, que se está celebrando en Cali, es un espacio digno para las músicas y las culturas afro de los territorios del Pacífico colombiano. No es un evento nacional, es cierto, no moviliza lo que otros festivales, pero sí permite un cierto pantallazo negro.
Ya saben… los cuentos de negros no venden mucho. Excepto que esos negros salven la cara al deporte nacional. Yuberjen Martínez, medalla de plata en boxeo (minimosca), Óscar Figueroa, medalla de oro en levantamiento de pesas, Ubaldina Valoyes (cuarta también en levantamiento), la judoca Yuri Alvear y su medalla de plata y la saltadora Catherine Ibargüen, con otro oro, tienen algo en común: todas y todos son negros.
No he escuchado esta vez los típicos comentarios racistas sobre la vagancia de los afro, ni sobre su desidia y sus pocas ganas de prosperar. No he visto a colombianos criollos racistas renunciar a esas medallas o declarara que no se sienten representados por esa mano de negros. Pero Martínez, Figueroa, Alvear o Ibargüen verán como se cierra la ventana de oportunidad y comprobarán que al terminarse el sueño, su país, el que ha celebrado sus éxitos, sigue despreciando a las personas negras. El país en el 75% de la población afro recibe salarios inferiores al mínimo legal y su esperanza de vida se ubica en un 20% por debajo del promedio nacional. El país en el que, según la asociación CIMARRÓN, el 85% de la población afrocolombiana vive en condiciones de pobreza y marginalidad, sin acceso a los servicios públicos básicos.
Me dolía hace unas semanas leer una entrevista con la gran pianista clásica Teresita Gómez relatar el altísimo grado de discriminación que ha sufrido desde niña hasta su madurez. Primero, por el simple hecho de ser afrodescendiente. Segundo, por atreverse a una profesión (pianista clásica) reservada para blancos. Y me sorprendió su extrema valentía y generosidad: “Una aprende a ser negro”, explicaba la maestra. Y concluía: “Uno tiene que transmutar todo el odio, las rabias, los resentimientos, porque si no carga unos saldos muy pesados; no se puede dejar inundar por toda esa maleza”.
A Colombia le han salvado la cara en Río 2016 los hombres y las mujeres negras del deporte. Ojalá sirva para algo, ojalá, al menos, el espejo del racismo haga reflexionar a ciudadanos, medios y gobernantes que siguen mirando de soslayo a las poblaciones afro. Ojalá la Colombia visible aprenda a no ser racista y salga de la maleza enmarañada en la que quedó atrapada desde la Colonia.
*Publicado originalmente en el portal otramerica.com