María Cristina Restrepo es antioqueña de pura cepa y eso lo ha dejado claro en cada uno de sus libros. Hija de Juan Gonzalo Restrepo, quien se destacó como industrial, senador y ministro, la escritora no ha tenido reparos en reconocerse como una burguesa de Medellín. De hecho, es a partir de esta posición que ha hecho una lectura íntima y rigurosa de la sociedad paisa, que desde los años 80 se vio impactada por el narcotráfico y que plasma en su novela La mujer de los sueños rotos escrita al calor de los acontecimientos y recientemente reeditado por Random House .
Restrepo construye un retrato de la sociedad medellinense que fue con los narcos y se codeó con ellos, haciendo negocios y relacionándose con ellos, hasta que se dio cuenta del peligro que corría la ciudad en manos de grupos criminales tan poderosos como peligrosos. Y dio un giro; se prendieron las alarmas. Pero esta penetración del narcotráfico en la Medellín de los 80, no es cosa del pasado y está más presente que nunca, no solo en la capital antioqueña, sino en toda Colombia. Desde su mirada, María Cristina Restrepo explica en esta conversación con Juan Manuel Ospina por qué esa relación con la cultura mafiosa sigue más presente que nunca.
Juan Manuel Ospina: Desde una visión burguesa haces una lectura de la realidad tan compleja que vivió Medellín por culpa del narcotráfico, pero, ¿Qué te llevó a escribir tu novela, La mujer de los sueños rotos?
María Cristina Restrepo: Este libro pinta una realidad que está muy vigente, no es asunto del pasado. En 1984 escribí una primera versión cuando me di cuenta de que Medellín había cambiado en lo fundamental. A la ciudad llegaron unas fuerzas hostiles, adversas y poco a poco fueron seduciendo distintos sectores de la sociedad, entre ellos la burguesía. Esto provocó una serie de cambios en el comportamiento, en la manera de vestirnos, en la manera de hablar y mirar el mundo; en las diversiones y en la forma en que se decoraban las casas y se accedía al dinero. De un momento a otro personas conocidas, primos o familiares gozaban de una liquidez económica nunca antes vista distinta a la realidad que habíamos vivido. Sí, era una realidad de privilegio, pero no tanto desde el punto de vista económico, pues la nuestra era una sociedad austera, elegante y con un donaire que se perdió.
J.M.O.: De alguna manera, esa "nueva cultura" arrasó con lo tradicional y se impuso una cultura mafiosa. La sociedad se volvió muy vulgar y eso tú lo resentiste.
M.C.R.: Eso se palpaba y generaba una serie de preguntas: ¿para dónde vamos?, ¿qué está pasando?, ¿cuáles son los valores? Entonces, esa primera novela, ese primer borrador que escribo, como te dije, se guardó porque no daba cuenta de la realidad, las cosas estaban apenas empezando a suceder, no solo en Medellín. Claro, los ojos estuvieron puestos en la ciudad, en "Metrallo", a mí me dolía cuando los noticieros en Bogotá hablaban así de Medellín. Y pensaba, no entienden la realidad, no saben lo que estamos padeciendo porque cada familia en Antioquia tiene una tragedia.
J.M.O.: Alguna vez un columnista dijo, "ustedes los de Medellín nos avergüenzan a los colombianos". Eso era muy duro. Algo allí estaba roto y nos alejaba diametralmente de lo que había sido tradicionalmente nuestra sociedad.
M.C.R.: Las cosas empezaron en Medellín pero no se quedaron en Medellín. De hecho, si vemos los últimos acontecimientos, a quién capturan y qué implicaciones tiene, pues vemos que el problema es nacional, como ya lo era en ese entonces porque un cambio tan radical en la sociedad no se puede limitar a una región. Eso se va contagiando.
J.M.O.: ¿Qué dispara ese cambio?
M.C.R.: No tengo una sola respuesta. Primero, la privilegiada posición geográfica de Colombia. El país tiene una ubicación perfecta para el tráfico de lo que sea y en Antioquia estaban todas las rutas del contrabando. Indudablemente, aquí hay una cultura de culto a la riqueza, al dinero. Entonces, conseguir dinero se vuelve una premisa y el terreno estaba abonado para quienes se atrevieran a entrar en esos nuevos negocios que, de todas maneras, desde el principio se mostraron oscuros y turbios así todavía no estuvieran siendo perseguidos por el Estado.
Acá primero llegaron los contrabandistas de cigarrillo, después llegaron los de marihuana, ya con unos carros muy estrafalarios, y finalmente llegaron los de la coca. Ahí fue cuando empezamos a vislumbrar que estábamos metidos en un problema, pero en cierta medida más fuerte. No nos hundimos porque la misma sociedad se defendió. Es paradójico porque parte de la sociedad cayó en esto, pero fueron los ciudadanos del común, las madres, las señoras de la tienda, el señor de los recados, el de la tienda de abarrotes, hasta los grandes industriales los que defendieron a la ciudad, no se dejaron comprar y la defendieron de un hundimiento total.
J.M.O.: La burguesía empezó a relacionarse con estos nuevos capos e incluso hicieron negocios con ellos. Solo fue después que se prendió la alarma.
M.C.R.: Claro, la burguesía antioqueña se vio deslumbrada, descrestada. ¿Cómo es que estos tipos se llenaron de oro de un momento a otro, comprando helicópteros o avionetas? Pero si la burguesía se vio seducida, esta también sedujo a la mafia. Acá fuimos hasta injustos con los mafiosos porque en un primer momento todo fueron halagos, invitaciones, buenas maneras. La burguesía antioqueña era la que les vendía las casas, las fincas, los cuadros y los volvieron tan elegantes como lo era esta clase social. Pero una vez se ingresó a la parte productiva del negocio, los mafiosos mostraron que eran personas de temer y apretaban el gatillo con una facilidad asombrosa.
El Estado puso los ojos sobre ellos sobre todo cuando intentaron entrar a la política, entonces la burguesía los expulsó de su seno, pero hubo un doble juego, primero de encanto y luego de susto, porque una vez se hace contacto con la mafia y se hacen negocios con estos personajes no es fácil salir de ahí. Medellín está lleno de historias que tuvieron un comienzo aparentemente feliz y un final desdichado, trágico porque meterse en esto significó meterse en una camisa de once varas.
J.M.O.: Resultaron mucho más vivos los mafiosos que la vieja burguesía antioqueña.
M.C.R.: Claro, mucho más vivos. ¿Qué tenían que perder? Nada. La burguesía, en cambio, sí. Se dio, como dice Nietzsche, la transvaloración de los valores y no solamente en Medellín, sino en todo el país.
J.M.O.: Hay un daño irreparable, hay una cultura que tiene estos valores de origen criminal incorporados.
M.C.R.: Eso lo vemos en la política. El juego político hoy es totalmente distinto. Lo vemos en la economía, las relaciones familiares y en el lenguaje de los muchachos. Pero también se reproduce en una generación que se vio maltratada, perdida y masacrada. porque cuántos jóvenes no perdimos en este país al haberle abierto las puertas al diablo, puertas que se abrieron desde arriba.
Medellín nunca estuvo dividida entre buenos y malos: entre los que están en las comunas y los barrios y se matan y los buenos que estamos en Laureles, en El Poblado, en el centro. En todas partes hubo buenos y malos. la ciudad nunca tuvo fronteras imaginarias de corrección.
J.M.O.: Hasta no hace mucho Escobar era un santo venerado en sectores populares, porque él más allá de un mafioso tenía una significación como reivindicador social.
M.C.R.: Claro que era un reivindicador. Había una frase que se repetía mucho en los muros de la ciudad: Pablo es Pablo. Es decir, Pablo es dios, Pablo lo es todo.
J.M.O.: Y como era un poder reivindicador se le metió a las entrañas a la burguesía y la estaba reventando, era la fantasía popular. Pablo Escobar lograba hacer con los burgueses lo que los otros sectores no habían logrado.
M.C.R.: Pablo Escobar irrumpió en la vida de todos nosotros. No hay familia ni de la burguesía ni de los otros estratos que no haya tenido una tragedia familiar. Cada familia antioqueña la vivió. Y Escobar hizo lo que quiso con la burguesía porque la sedujo en un primer momento, pero luego vienen todos aquellos secuestros, el terror. Recuerdo que mi casa quedaba cerca a la Avenida Las Vegas, y se escuchaban muchas cosas que venían del Valle de Aburrá. Se escuchaban las bombas, una detrás de otra, negocios de la burguesía que se habían negado al pago de alguna extorsión o secuestro.
J.M.O.: Esa cultura de la que hablábamos ahora, la paisa, la burguesa, ¿quedó profundamente modificada por la incursión mafiosa? ¿Quedó una cultura descompuesta?
M.C.R.: La cultura mafiosa cambió totalmente los valores de la burguesía. Aquí hay una crisis de valores que es, además, una crisis nacional. Hace no muchos años se hacían millonarios negocios de palabra en Medellín. Se vendían y se compraban cosas sin firmar un solo papel. Entonces, esto se multiplica en una cantidad de acciones no éticas. No es toda la sociedad, pero siempre está latente ese fenómeno. Aquí cambiaron los valores, no hay una ética.
Colombia, no solo Medellín, podría definir su historia en un antes del narcotráfico y un después del narcotráfico. Estamos sentados en un polvorín porque Colombia es un país que tiene más de 200.000 hectáreas de coca, es decir, el negocio sigue y está más boyante que en la época de mi novela. Lo que pasa es que hoy quienes trabajan en ese negocio aprendieron a ser “discretos”. Y trabajan muy bien porque yo los veo más poderosos en la política y en la economía. La verdad no sé cómo sería el crecimiento económico de Colombia si no tuviéramos este ingreso de divisas.
Hoy en día son más poderosos, pero qué sucedería en el momento en que se vieran atacados, que vieran que sus intereses económicos, están siendo diezmados o minados. Volveríamos a la misma guerra que vivimos en los años de la guerra en Medellín.
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