Calificación:
En el primero del millar de numeritos musicales que tiene la última entrega de Los muppets, la Rana René y sus amigos nos cantan en la cara que las segundas partes “apestan”. Esta premisa, tan vieja que está consignada en el segundo tomo de El quijote, se cumple a raja tabla en esta película. Después de que en el 2011 nos sorprendieran con un producto perfectamente elaborado, divertido, en donde podías llevar a la abuelita que añora a Laureano Gómez y que tiene un afiche en su cuarto del Procurador y al nieto que estudia filosofía y letras y gasta sus horas de asueto en leer a Marx y en fabricar cocteles Molotov y ambos la disfrutarían –Uno de esos raros milagros que ocurren en el cine, el hecho de que dos personas completamente diferentes en edad, ideología política, religiosa y sexual, puedan estar de acuerdo por primera vez en algo- ahora vuelven con una película que tiene, como principal defecto, el hecho de ser absolutamente aburrida.
Y es aburrida por varias razones. La primera de ellas es porque al frente del proyecto no está Jason Seguel, quien escribió y protagonizó el filme que relanzaría a la fama a Gonzo y sus secuaces. Su carisma y sobre todo la historia impecablemente narrada, cargada de situaciones con un corrosivo humor negro y un extraño surrealismo, hicieron que ha personas como yo, inmunes al encanto de estas hiperkineticas marionetas, salieran del cine con una sonrisa partiéndoles la cara.
La segunda razón que hace insoportable esta secuela es que al verla te aborda una extraña e incómoda sensación de deja vu. Si, tu inconsciente empieza a revelarte algunas imágenes del pasado. Ya viste a la Rana René rehuyéndole a Peggy en la persecución que le ha montado para que él, por fin, acceda a casarse con ella. Esos Gulags en Siberia, con Muppets adentro, es algo que te resulta bastante familiar y ni hablar de ese estafador que encarna un desabrido Ricky Gervais, ya has visto a tipos así. Te lamentas un poco porque recuerdas Extras, The Office y Derek y ya sabes de la gracia y talento que desborda este cómico inglés, pero acá y sobre todo si llegas a verlo en una de esas infames copias dobladas, te parecerá que Ricky Gervais es un actor cualquiera. Ni hablar de ese público, que entre aburrido y escéptico, se levanta con desgano a aplaudir el show de estos muñecos anacrónicos y sin gracia. Haces el esfuerzo, piensas y murmuras con curiosidad estas palabras: “En donde diablos he visto esto”.
Al irse Sieguel y presionados por facturar una cifra parecida a los 158 millones de dólares que recaudaron hace dos años, el estudio ordenó mover los peones. Seguel rechaza el proyecto porque no hay tiempo para escribir algo decente, así que los productores le soltaron el problema a Nicholas Stoller ,quien aceptará gustoso escribir la secuela al sentir el sudoroso fajo de billetes con el que las grandes compañías suelen acallar conciencias y escrúpulos.
Entonces, apurado por el tiempo, Stoller comienza a refritar ideas. Entradas y escapes de Gulags, secuestros e impostores, los infaltables cameos de famosos (Que esta vez incluyen a Lady Gaga, Christopher Waltz y Celine Dion entre otros) y por supuesto una larga lista de insulsos numeritos musicales. Si la llegas a ver con problemas y un domingo a las cinco de la tarde seguramente llegarás a tu casa y te pondrás una pistola en la sien. Cantando apretarás el gatillo y una vez el fogonazo se haya extendido por toda la casa y los vecinos entren aterrados al ver los pedacitos de sesos estampillados en la pared, todavía estarás cantando un verso y nadie, por más que aguce el oído podrá escucharte y la cara de Animal será el último recuerdo que tengas de tu miserable y breve periplo por este mundo cruel.
El pobre resultado de esta secuela ya empieza a verse reflejado en la taquilla. En el pasado fin de semana alcanzó a recaudar 16 millones de dólares, apenas una tercera parte de lo obtenido en el 2011. Así que en su afán de engrosar aún más sus abultados bolsillos, Walt Disney acaba de matar las esperanzas que tenían estas marionetas de encantar a las altamente tecnificadas y avispadas nuevas generaciones. Pobre Peggy, pensar que ahora, cuando más linda, sofisticada y delgada estaba, tendrá que resignarse a ser una pieza de museo.
La calavera de Jim Henson debe estar sufriendo un ataque de epilepsia en su tumba: Sus marionetas han sido asesinadas por la codicia y el afán de Walt Disney.