Aunque se hayan dedicado cientos de millones de letras, imágenes y datos para tratar de explicar los porqués de esta inveterada violencia colombiana, su constante degradación va de la mano con la también constante indiferencia clasista, con la que se publica, se reclama justicia y se condenan los muertos nuestros de cada día, eso sí, dependiendo de la proximidad a los centros de poder, a la élite en el poder o la empatía que haya alcanzado con la prensa capitalina el o la difunta en cuestión.
Al Cauca, ese departamento al suroccidente de Colombia, ahora se le conoce no por su espectacular geografía, su multiculturalidad, su pluriétnica, sino por la ola de violencia que llena de sangre las calles y veredas de su zona norte. La reciente masacre perpetrada en el municipio nortecaucano de Suárez nuevamente pone en las primeras páginas de la prensa nacional e internacional la horrible situación de degradación de los conflictos armados y la desgarradora realidad de pobreza, exclusión, clasismo y atraso que por más de doscientos años ha padecida la tierra conocida como la fábrica de presidentes colombianos.
Si bien es cierto que a lo largo y ancho de Colombia se asesina constantemente a un abrumador número de colombianos, la cantidad de víctimas de esta ola de homicidios y feminicidios en carne y sangre de líderes y lideresas en el Cauca es angustiosa y ya debería haber llamado la atención de la sociedad nacional, pero sobre todo la atención del gobierno Duque, quien no se cansa de hacer alarde de su incapacidad para gobernar este país y la falta de acierto a la hora de nominar a su equipo de trabajo.
Como se afirmaba en las primeras líneas de esta columna, insistir en tan poco espacio en la búsqueda de una o unas razones que expliquen esta irracionalidad que padece el pueblo caucano es difícil, sin embargo, es importante señalar que en nada ayudan las groseras simplificaciones para explicar la vuelta al terror que intenta el equipo de gobierno de la dupla Uribe-Duque y que tan eficientemente publican y reproducen algunos comunicadores afines al actual gobierno. La complejidad del conflicto social colombiano está plenamente patente en la conflictividad caucana. Aquí concurren todos, ojo, todos los actores de los conflictos armados. Aquí confluye la economía ilegal expresada en la producción y venta de sustancias psicoactivas, así como la minería ilegal, ambas actividades, generadoras de desorden social y económico.
Pero a la insensatez de simplificar vulgarmente el desastre humanitario en que se encuentra sumida la sociedad caucana hay que agregarle el no tan inocente o bien intencionado clamor en las redes sociales, promovidas por los comunicadores afines al uribismo, que reclaman bajarle el volumen a la contienda política, puesto que en un video de la asesinada candidata liberal en Suárez, ella dejaba entrever la posibilidad de un móvil político para sus amenazas, achacable a sus adversarios electorales, ahora puestos en la picota pública por el populismo grosero del eximio demagogo caucano el senador Velasco.
Ninguna causa política, religiosa, ambientalista, de equidad de género, étnica y mucho menos económica, justifica la violencia como herramienta de debate o como elemento persuasivo para ganar o alejar adeptos en tal o cual causa, no obstante, endilgarle a la contienda electoral, la culpa de la aterradora crisis humanitaria en el Cauca, es ofensivo para cualquier ser pensante.
El llamado a la sindéresis en las campañas políticas no hace otra cosa que reforzar el falso relato de la polarización política en Colombia. Hábilmente, los partidos tradicionales de derecha han puesto en marcha esta campañaa fin de seguir fortaleciendo la ficción mediática de la mal llamada polarización, según la cual quienes denuncian la corrupción alertan sobre compadrazgos y comadrazgos sospechosos, sobre los abusos que cometen tanto funcionarios públicos como candidatos y candidatas a cargos de elección, deben ser señalados como polarizadores y a renglón seguido deben ser puestos al banquillo de los sospechosos determinadores de la violencia digital y de la física.
La democracia debe seguir alimentándose con el debate abierto, con la contradicción, con la contraposición de ideas, incluso con el discurso enardecido y no con el, ese sí peligroso, llamamiento al rencor, a la justicia del ojo por ojo, al linchamiento, al asesinato legal, a la desestabilización de las instituciones del estado, a la guerra y al odio, que nos tiene como estamos, recogiendo y llorando los muertos nuestros de cada día.