“Que vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría, son aves que no se asustan de animal ni policía, y no le asustan las balas ni el ladrar de la jauría, caramba y zamba la cosa, que viva la astronomía”, así cantaba Mercedes Sosa a los estudiantes latinoamericanos, a esa muchedumbre alegre, trabajadora, inteligente, creativa, vivaz, generosa en sueños y esperanzas, en ideales, en el deseo de hacer de este mundo un lugar siempre mejor, siempre pujante, más igualitario y justo para todos. Esa muchedumbre entusiasta que ha visto burladas sus esperanzas una y otra vez, a bala la mayoría de las veces.
Ya sabemos que los 43 estudiantes de pedagogía, desaparecidos en México están muertos, los quemaron vivos a todos, los desmembraron, los torturaron. Por qué? Para demostrar quién es el macho, porque el más macho es el que más puede, el que más mata, el que más miedo inspira, el machote que se da el gusto de determinar la vida y la muerte de los otros.
Esa Latinoamérica feudal en la que una elite de blancos terratenientes esclavistas disponía de la vida y propiedades de un pueblo pobre, ignorante y temeroso, se niega a morir, y cada vez, con mayor fuerza, saca los dientes y demuestra que ahí sigue. Cambia de nombres, de formas: ayer el amo, hoy el patrón, pero el estilo sigue.
No es la primera vez que ocurre algo así en el país Azteca, claro que no, el 2 de octubre de 1968 el gobierno mexicano reprimió brutal y sanguinariamente una manifestación de cientos de miles de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México, protestaban los muchachos, idealistas ellos, ingenuos, llenos de ilusiones y de amor por la justicia, contra los juegos Olímpicos a realizarse ese año, ya que más de la mitad de la población del país se encontraba por debajo de la línea de la miseria mientras el Estado se endeudaba y se gastaba lo que no tenía en construir una infraestructura deportiva que no se podía permitir. Helicópteros artillados, los mismos modelos utilizados por USA en la guerra del Vietnam, descendieron sobre la multitud y la ametrallaron sin misericordia alguna. Los testigos directos contabilizaron más de 300 muertos, aunque la versión oficial (mentirosa como es usual) solo acepta 20 no más. Y se cubrió la plaza de las tres culturas de aserrín para limpiar la sangre, se apagaron las luces para tapar la vergüenza, y los muertos fueron silenciados, negados, ignorados, y los Juegos Olímpicos de México se realizaron como si nada hubiese pasado.
En fechas más recientes, desde 1993 a la fecha, se han contabilizado en Ciudad Juarez el asesinato de más de 800 mujeres, entre los 12 y los 25 años, todas pobres y trabajadoras, que aparecen violadas y brutalmente torturadas. Pero nada pasa, no hay detenidos, ni investigaciones fiables ni justicia alguna.
México está viviendo el horror que vivió Colombia en los años 80 y 90, cuando la guerra de todos contra todos entre gobierno, narcos, paras, guerrilla, Pablo Escobar, Pepes, Cartel de Cali, hicieron de nuestro país el infierno en la tierra. Y así como los colombianos salimos solos del hueco, (SI SOLOS, ya que Estados Unidos nos asesoró militarmente solo para vendernos sus armas y escalar nuestra violencia hasta el límite), a los mexicanos les toca amarrarse los pantalones y sacudirse de esa narco cultura que ha carcomido su sociedad hasta los tuétanos.
Ante el horror de saber que 43 vidas maravillosas y necesarias tuvieron tal atroz final, solo resta el silencio, y recordar la sentencia de William Shakespeare: “El infierno está vacío, todos los demonios están aquí”.