Leí, en este mismo portal, la historia de Cristián Fernández, un niño de 13 años que está a punto de ser condenado a cadena perpetua en los Estados Unidos. Con horror vi el video: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=fLAGdLX4LDs y se me escaparon las lágrimas. Desde ese momento no he podido dejar de pensar en los ojos asustados del niño, sus manitos y pies encadenados, su vestido anaranjado como el de cualquier reo adulto. Y no puedo parar de repetirme: ¿Qué culpa tiene de haber nacido, como nació?
La condena debería ser para la sociedad que permite que los niños se trasformen en asesinos. A él deberían mandarlo a un lugar de recuperación, donde le den amor y protección y le quiten, el miedo y el asco hacia un mundo tan cruel. Una cadena perpetua no es el camino para su recuperación.
Y pienso esto, al mismo tiempo que leo de nuevo las múltiples entrevistas que, cual estrella de cine, le están haciendo a Popeye; un asesino al que la justicia colombiana le va a conceder la libertad después de haber confesado más de tres mil muertes. Mató a su novia, a uno de sus mejores amigos, a cuanto policía se le atravesó y a los inocentes viajeros de un avión, entre muchas otras muertes. Todo por plata y por una supuesta admiración a su jefe, otro despiadado matón como fue Pablo Escobar Gaviria.
A los casos anteriores les sumo el de los asaltantes de un centro comercial en Nairobi y el de los guerrilleros de las Farc y con esto se completa el paradigmático funcionamiento de la justicia humana. Matar a nombre de ideas políticas y religiosas, funciona mejor como justificación legal que matar por miedo o por plata. En Nairobi asesinaron cientos de personas los fanáticos seguidores de Alá y Mahoma, en las selvas colombianas, lo hacen a nombre de Marx o Lenin.
Todos asesinos creados por la sociedad, por nosotros, que legitimamos sus luchas o somos indiferentes a sus tragedias. Monstruos de un mundo que prioriza el poder, el dinero y la dominación.
El muchacho de trece años mató a su hermanito menor y eso no se discute, ¡fue un asesino! Pero él mismo, fue víctima del maltrato, nació de una violación y sufrió golpes y ultrajes permanentes. Sembraron solo odio y temor en su vida y como animalito acorralado fue con eso con lo que se defendió del miedo y del abandono, con odio.
Popeye no tiene esa justificación. Su vida no fue ni la mitad de traumática que la del muchacho norteamericano, pero mató más, sin compasión y sin detenerse en los afectos. Todavía hoy, a pesar de que dice estar arrepentido, sus declaraciones van más por el camino de justificarse que de pedir sinceramente perdón.
Los fanáticos de la guerra santa y los militantes de las Farc están convencidos que hacen lo correcto y que cualquier muerte se justifica para defender sus doctrinas.
Aceptando que todos son unos monstruos fabricados por la sociedad, ¿quién tiene más culpa?
¿Acaso el niño asustado que no ha recibido sino odio, golpes y abandono en su corta y dolorosa existencia? ¿Acaso el sicario que convirtió en forma de vida matar por dinero y por poder? O tal vez, ¿los guerreros de Alá y los guerrilleros de las Farc?
Ustedes juzgarán, pero está tan distorsionados los valores judiciales en el mundo que el niño va a pagar cadena perpetua mientras el sicario pagó 23 años y está a punto de quedar en libertad para convertirse, según dice, en asesor de procesos de reconciliación; los guerrilleros de las Farc van camino de la amnistía o el indulto total y los de Alá, será héroes para sus seguidores.
Vuelvo a mirar el video y vuelvo a estremecerme de tristeza con los ojos aterrorizados de ese niño que se pudrirá en la cárcel. No sé ustedes, pero a mí lo que me da asco es esta justicia terrenal.
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