Celebro que después de veinticuatro años un evento como el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez continúe firme a pesar de todas las crisis por las que ha pasado el sector cultural durante estas casi dos décadas y media. Yo, que tuve la fortuna de estar muy cerca de él desde la primera versión hasta que cumplió su mayoría de edad con la versión dieciocho, siempre le di parte de seguridad a quienes creyeron que podría desaparecer en cualquier momento, ya que este festival está respaldado con una ley de la república y hace parte de los cuatro festivales pilares del país: está al lado del Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, el Festival de Música Andina Mono Núñez en Ginebra y el Festival del Joropo en Villavicencio (dos de estos se realizan en nuestro bello Valle del Cauca). Además, es el único que visualiza la cultura afrocolombiana, los otros tres son mestizados.
Ahora bien, quiero dejar muy claro, como académico, artista, gestor cultural y defensor de los derechos humanos, que es el Petronio Álvarez el que ha logrado cavar en lo más hondo de mi ser, pero aun así no puedo callarme ante cierta imagen que sobre todo los musicólogos y antropólogos, empezando por quien dicen fue su gestor, Germán Patiño —y digo dicen porque hay otra versión respaldada, incluso con documentos muy serios y testigos, sobre que el verdadero creador de esta idea fue el maestro Jairo Mejía Alzate, director de la agrupación folclórica Buscajá en Buenaventura—, le han creado a este evento.
Por ejemplo, nunca estuve de acuerdo que el festival estuviera ligado directamente con lo gastronómico, bebidas, artesanías y moda, más cuando versión a versión veía cómo estas otras actividades le restaban atención a lo esencial que era lo musical. En ciertas versiones, dos meses antes del inicio del evento, estaba organizado con detalles toda esta parte y una semana antes había grupos, sobre todo los del Chocó, que no sabían si finalmente vendrían a Cali o no. Desde que este componente entró a formar parte directa del evento he visto y sentido —y no solo yo, sino muchos músicos— que las agrupaciones musicales no tienen la relevancia ni el protagonismo que deberían, a sabiendas de que el público come pescado, bebe viche y compra artesanías porque es la música —la que escuchan una vez al año— la que los atrae, lo otro lo encuentran todo el año en diferentes lugares de la ciudad.
Lo cierto es que todo esto se “coló” en el paquete, como lo diríamos coloquialmente, gracias a que esos académicos y estudiosos y algunos artistas que hacían y hacen parte del equipo conceptual vendieron la idea de que los “negros” no cantan sino bailan, y no bailan sino beben, y no beben sino comen. Y ese cuento “se lo comió” todo el mundo. El cantar, bailar, comer y beber en un solo acto no es exclusivo de las comunidades negras, lo hacen los indígenas, el pueblo rom y los mestizos —en la figura de los costeños, los llaneros, los paisas, los tolimenses, los boyacenses, los vallunos—. También, en lo global, los hindúes, los árabes, los africanos y los europeos. Todas las sociedades lo hacen y lo han hecho.
Eso está como cuando dicen que el movimiento de la falda de la mujer y el pañuelo es la imitación de los movimientos de las olas del mar. Yo me pregunto. Y los que no tienen mar, por ejemplo los del Tolima o los del Valle del Cauca, ¿por qué mueven el pañuelo y la falda también? Esos mismos movimientos están en todas las danzas en el mundo entero. Por otro lado, las mujeres en el pacífico son las matronas que cocinan y las portadoras del saber ancestral y las muestran como las únicas en el planeta. Este es un rol que en otras latitudes tienen un sinnúmero de mujeres en todas las sociedades y culturas.
En fin, tanto en el Festival Vallenato, como en el Mono Núñez y el del Joropo, se baila, se bebe y se come, pero nunca esto ha tenido más atención que la razón por la cual se realizan. Es como las nuevas creaciones musicales nacidas de los ensambles, también hacen presencia en estos eventos, pero nunca llegan a tener el protagonismo que tiene la versión libre en el Petronio, categoría que considero que cada vez más aleja a las nuevas generaciones de músicos a querer seguir conservando sus cantos ancestrales y a los nuevos públicos a querer escucharlos. Basta con ver cómo en esta versión virtual la producción para el concierto Puro Corazón fue mucho más vistosa y por lógica más costosa. Igualmente, en la rueda de prensa para presentar esta versión, se vio como de “relleno” un improvisado grupo con una marimba, un cununo, un bombo y un guazá que ni sonido de amplificación tuvieron. Eso dice mucho sobre el lugar que la música y los músicos ocupan en este evento para los organizadores.
Si el evento se desmitificara y en verdad lo hicieran en torno a los lineamientos que el plan de salvaguarda para la marimba y los cantos del pacifico sur tienen, otro “bordón” sonaría.