Como en ningún otro momento de los casi seis años de gobierno de Juan Manuel Santos, ha quedado en evidencia lo que algunos han denominado las incoherencias en el actual gobierno. Para una serie de periodistas, analistas, y políticos de profesión, lo acontecido las últimas semanas como la venta de Isagén o las Zidres (Zonas de Interés de Desarrollo Rural Económico y Social), que entrega una serie de baldíos a los más ricos y no a los desplazados pobres, contrasta con el fuerte impulso y esfuerzo que realiza el presidente Santos en pro de la paz. Parecen ser situaciones incompatibles o al menos contradictorias en un mismo gobierno.
Para este público un discurso de la paz, progresista y con ciertos grados de reformismo es arrollado días después por la idea de que la economía crece ayudando a los más ricos con la idea de que algún día ellos distribuirán la riqueza, que lo público es malo y siempre será mejor entregar la administración de los recursos estratégicos a privados, e incluso, que los pobres son el problema, que son improductivos, malos administradores, y por ende no podrán tener propiedad.
Lo cierto es que no hay nada incompatible. Estamos en un momento en el que el gobierno de turno pertenece a una de las familias que gobernó el país en el siglo XX y que decidió tener como aliados a la élite urbana, un poco más modernizante que aquella rural que fue la aliada de Uribe. Además, el proceso de paz ha llevado a que Santos habrá la puerta en ciertos aspectos y le dé un tinte de democratización local en el país.
Este proceso no es para ayudar a las Farc, ni pactar una paz con 8000 guerrilleros,
es pactar la paz con la Colombia profunda,
con aquellos campesinos sin tierra ni oportunidades de progreso
Pero el gobierno de Santos no pasará a la historia como una era revolucionaria o modernizante, tampoco debemos esperar los grandes cambios por iniciativa del presidente. Por el contrario, lo que debe entender la sociedad colombiana es que el motor de cambio puede ser el proceso de paz. Este proceso no es para ayudar a las Farc, no es para pactar una paz con 8000 guerrilleros, es pactar la paz con la Colombia profunda, con aquellos campesinos sin tierra, sin oportunidades de progreso que han sido excluidos por más de 50 años, aquellos que viven en zonas de conflicto.
Esta paz con la Colombia profunda puede ser o no ser un motor de oportunidad para cambiar algunos temas estructurales que han perpetuado estas élites en el poder y que han hecho de Colombia uno de los países más desiguales del mundo, donde pensar diferente puede significar la muerte. El proceso de paz solo dará unos mínimos, en temas de tierras, acceso a crédito, participación política y con ello el estatuto de la oposición. Y sobre todo, acabará con la justificación política de la lucha armada.
Pero para aquellos que piden de todo al proceso de paz la noticia es que no será posible, y para aquellos que han saqueado el país y que quieren que el proceso de paz salga gratis, también la noticia es que no será así. Esta negociación dará unos mínimos y de ahí en adelante, será la sociedad la encargada de impulsar los otros cambios. Una sociedad que debe empoderase, debe marchar, protestar, ser activa, hacer veeduría y control político y sobre todo debe aprender a votar, solo así se lograran los cambios esperados.
Pero este anhelo choca con el conformismo y apatía característicos de la sociedad colombiana. Colombia es un país donde la población protesta por un concurso de belleza, o una jugada en un partido de fútbol, e incluso por que dos personas del mismo sexo quieren compartir su vida. Pero no protesta por los niños que mueren de hambre en La Guajira, ni por la miseria del campesino, por la venta de los recursos de la nación o por la corrupción.