Las críticas contra los militares en La Habana son un discurso barato y simplista. La guerra y la política son inseparables, y presumir que los actores directos del conflicto estén por fuera de unas negociaciones de paz es absurdo y, eso sí, ofensivo. Más aún ahora cuando la derecha intenta politizar las barracas tener a los militares adentro del proceso es una movida inteligente del Presidente.
Uniéndose a los esfuerzos por la paz los militares no están siendo partidistas; están simplemente respetando la autoridad civil y sus deberes constitucionales de defensa de la soberanía (si, por otro mecanismo distinto a la confrontación armada). Pero, ¿quién dice que defensa equivale a guerra? Ni la Constitución, ni la teoría militar ni historia. Lo que si nos dicta la Carta Magna es la obligación de propender por la paz. Defender al país no es exterminar a las FARC. Ni para eso nacieron las FFAA ni solo para eso sirven. Aun en un país en paz tendrán mucho por hacer.
Afortunadamente nuestras fuerzas militares han respetado su lugar en las barracas; aún distantes de una obsesión inflexible por versiones tóxicas de orden y control. La transición que se viene con la posible firma de un acuerdo de paz igual implicará un serio cambio doctrinal. Es hora de releer a los grandes estrategas militares; Carl Von Clausewitz, Sun Tzu, Mao Zedong y hasta uno que otro manual teórico de los gringos, para entender como las FFAA no son sólo para el combate como muchos presumen que debería ser.
Las Fuerzas Militares deberán reentenderse a sí mismas dentro de un contexto de paz, interpretando su mandato constitucional mas allá de la guerra. Deberán asumir un carácter protector y preventivo, no exclusivamente ofensivo, que nuestra Constitución bien les atribuye en el articulo 217.
Los militares ya se han probado útiles en muchos esfuerzos post-guerra de gran escala. Aquí que todavía deliramos con ser gringos algún día, no sobra ver lo que los grandes generales americanos han logrado fuera del campo de guerra. El General George Marshall por ejemplo, en su momento Secretario de Estado, lideró los esfuerzos americanos para impulsar la reconstrucción europea después de la Segunda Guerra Mundial. En 1953, Marshall recibió el Premio Nobel de la Paz; un militar reconocido por su trabajo no beligerante. Un deshonor según algunos, porque asociar al ejército con la paz es supuestamente insultante y vergonzoso.
En Colombia también hay mucho por (re)construir. ¿No será que nuestros hombres podrían ayudar a finalmente llevar y consolidar el Estado en regiones donde no hay ni agua, ni electricidad, ni puesto de salud ni colegio? Así como en el 2010 el Ministerio de Justicia iba a utilizar ingenieros militares para construir nuevas cárceles para atacar la crisis carcelaria, muchos entidades del Estado podrían aunar esfuerzos con los militares.
Después de todo, ni la guerra se gana con balas ni la paz se conquista con plata. Los militares bien saben la importancia de los “corazones y mentes”; de la necesidad de ganarse a la población civil como herramienta fundamental de la contrainsurgencia, y bien en nuestro caso, de la consolidación estatal. Así que el trabajo contrainsurgente nunca dejará de ser parcialmente político. El ejército americano bien instruye a sus hombres en que los contrainsurgentes deben ser, después de todo, constructores de nación y no solo soldados.
En términos de seguridad igualmente habrá mucho por hacer. Los vacíos de poder de una retirada guerrillera deben ser llenados por las FFAA para garantizar que otras organizaciones criminales no se apropien del territorios y consoliden sus negocios ilegales. Desde hace años vemos como la ausencia del Estado facilita la minería ilegal al interior del país y como el contrabando florece incontroladamente en las fronteras.
No todo es guerra. En un país con tantos problemas sin solución a la vista, los militares tienen mucho por hacer que solo dar plomo.