Vuelve y juega. El Real Madrid, flamante campeón del mundo, inclina la cabeza ante su bestia negra, el Atlético, vecino irreverente que le quita lustre desde hace tiempo, no porque juegue mejor sino porque le tomó la medida.
Lo peor del cuento es que la angustia del Madrid crece a la par que las derrotas. La frescura que muestra ante otros rivales, con el Atlético se pierde sin remedio. No sale a la cancha a divertirse sino a demostrar con angustia que ésta es la vencida.
Mala señal. Agarrotado por sus miedos comienza con un desespero fatal. Ataca en tumulto, con la angustia a flor de piel, buscando marcar cuanto antes, única manera de convencerse de que sí se puede, de que el fantasma se espanta cuando no se cree en él.
El Atlético lo sabe y espera agazapado con la paciencia del sabelotodo. La sonrisa mordaz de Simeone, que no exhibe en otros encuentros, aquí aflora sin pudor. Se divierte el hombre y no es para menos. Ver al rey embestir como principiante es lo mejor que le puede suceder.
Es la segunda parte de la Cenicienta, la que nos imaginamos cuando nos despachan con “y vivieron felices y comieron perdices”, pero que acá vivimos mirando al Atlético reinar feliz y suficiente sobre la madrastra, dando rienda suelta a la espléndida realidad que se ganó a pulso.
Entonces sí es cierto, las calabazas se pueden transformar en carruajes, los ratones en valientes guerreros y la fregona de pisos, humillada una y otra vez, en ama y señora, culebrón del fútbol que se gozan los colchoneros temporada tras temporada.
Justicia divina pensarán los atléticos porque aún recuerdan, no hace mucho, cómo Sergio Ramos les arrebató el título de Europa en el minuto 92, cuando ya comenzaban a celebrar. Un cabezazo mágico, tiempo de alargue y goleada. La décima Champion a las urnas del Madrid a cambio de la desolación colchonera.
Ahora, ese mismo Sergio Ramos comete un error infantil en el área y provoca un penalti que resuelve un partido espeso y pone en ventaja al Atlético. ¿Cómo puede un jugador experimentado caer en semejante pifia? Sencillo, los nervios.
Los merengues saben que sus rivales son un portento en los cobros a balón parado. Sus estadísticas son de miedo. Siempre están en el sitio preciso para convertir en gol la maniobra muchas veces ensayada.
Por eso Ramos cuidó en exceso a Raúl García, tanto que lo derribó en el área con el desasosiego de que por allí les llegara el gol fatídico… tenía razón, por allí llegó pero por la vía del penalti. No se puede jugar contra el destino.
Pero el Madrid es el Madrid y el pasado está cuajado de luchas épicas donde ha remontado la corriente y conseguido los imposibles. Es cuestión de casta, lo lleva en los genes, suyas son las epopeyas y por eso se le admira en el mundo.
Sí, es capaz, pero cuando está convencido de sus propias virtudes y no arrinconado por sus miedos, metido en una tragedia que lo desordena, que lo vuelve predecible: centros, pelotazos al vacío, una y otra vez, a ver si es cierto que tanto va el cántaro a la fuente… pero este cántaro es de hierro forjado.
Pobre Madrid. Da grima verlo jugando al azar. El rey despelucado, la sinfonía convertida en un grotesco ruido, donde todos fallan, incluso Kross, el emperador del centro del campo, anulado por el desespero, al igual que James e Isco, estrellándose una y otra vez contra la muralla fabricada a su medida por Simeone.
Sin nadie que piense y fabrique, no importan los esfuerzos de Marcelo galopando por su banda. No le llegará a Benzemá el balón justo y Bale, el corredor de los 100 metros, comprobará que el que espera, desespera, y esperando se queda.
Y para que no quepa duda, con el sadismo del que quiere pintarle la cara colorpesadilla, llega el segundo, otra vez a balón parado, el cabezazo que temen todos los rivales, que tratan de evitar encomendándose al Altísimo,pero con el cielo sordo nadie puede con la maldición.
Dos goles en contra, Cristiano Ronaldo al campo a salvar el naufragio, pero el cambio es anodino. Hay mar de leva. El oleaje juega con la nave blanca que va de un lado a otro, sin dirección, simple juguete en espera del pitazo arbitral que dé por finalizado el sufrimiento.
En ocho días la revancha en casa. Regresan los miedos.