Resulta, sin lugar a dudas, muy bonita la norma que nos dice para qué carambas es que sirve un Contralor de Bogotá. Se dice, y lo resumo en muy pocas palabras, que el Contralor es el encargado de vigilar las finanzas de Bogotá. Y hacerlo, dice la ley, con oportunidad, moralidad, eficiencia y eficacia. Y todo ello a fin de garantizar el buen uso del dinero capitalino para promover el mejoramiento de la gestión pública y resarcir el daño al patrimonio público, con el propósito de mejorar el nivel de calidad de vida de los ciudadanos del distrito capital. Todo, obvio, para contribuir a la generación de una cultura del control fiscal en beneficio del interés común y mantener un irrevocable compromiso de excelencia para tales propósitos, inspirada en principios morales y éticos.
Qué bonitas palabras. Casi lloro.
Y bien, ¿y cómo se designa o elige a tan gran benefactor? La ley no solo es muy bonita, sino clara. Se hacen unas pruebas de conocimiento en la materia que son calificadas y con base en ellas, pues se designa.
Y las pruebas se hicieron y el calificador no fue otro diferente a la misma Universidad Nacional. Y con base en ellas (si no fuera así, ¿para qué se gastan un platal en el examen?) el Concejo hace una entrevista con los aspirantes, y ahí se elige.
La lógica (o la lógica del estúpido) indica que a quién le fue mejor en la prueba de conocimientos, pues va teniendo más puntos y tendrá más oportunidades de ser designado. Y la misma lógica debería decir que a quien le va muy mal, pues que busque otra actividad.
Todo muy bonito, con colores y bella música, como si estuviéramos en Suecia o Finlandia, hasta que se abre el cascarón y aparece el conocido ogro que lleva ensuciando con lodo a Colombia por toda su historia reciente.
Se abre el cascarón y aparece el conocido ogro
que lleva ensuciando con lodo a Colombia
por toda su historia reciente
Y como estamos en Locombia y no en Noruega, al momento de elegir, el Concejo por aplastante mayoría elige como Contralor a quien a todas luces parece el menos indicado.
Designan a quien se rajó en la prueba de conocimientos quedando entre los peores lugares, pero eso qué importa si le fue divino en la entrevista y además que es íntimo ala del vicepresidente y afín del partido político que aupó al alcalde.
Y ese señor Granados (¿o le decimos doctor, como al alcalde?) será el encargado de velar por las platas de la ciudad.
¿Para qué hacen una convocatoria en donde aparecen personas con plenos conocimientos, obteniendo magníficos resultados, si siempre eligen al peor?
Facebook no permite el “no me gusta”. Pero aquí sí se puede decir: no me gusta.
Y hablando de…
Y hablando de gustos y disgustos, y teniendo en cuenta que el procurador es quien representa a los ciudadanos frente al Estado, qué bueno decirle al mismo monseñor que se dedique a sus funciones y aclararle que estas no se limitan a perseguir homosexuales y a echarle piedras al endeble vehículo de la paz. Que revise la Constitución y lea con cuidado el numeral 6 del artículo 277 cuando dice que él está montado en ese trono, entre otras cositas, para “ejercer vigilancia superior de la conducta oficial de quienes desempeñen funciones públicas, inclusive las de elección popular; ejercer preferentemente el poder disciplinario; adelantar las investigaciones correspondientes, e imponer las respectivas sanciones conforme a la ley”.
Qué bueno que tuviéramos un Procurador de verdad y no una caricatura de Trump, aunque como se ven las cosas, mejor apretémonos el cinturón no vaya a ser que se nos vuelva presidente. Ordóñez, no Trump.
