Cuando era pequeño escuchaba hablar a los adultos, quienes con preocupación y asombro se referían a que en el futuro el agua la iban a vender.
Para contextualizar a quien me lee hoy, dos décadas atrás, el agua se regalaba. Si alguien tocaba la puerta de la casa de uno y decía: “¿Usted sería tan amable de regalarme un vaso de agua?”. El que abría la puerta, por gentileza y solidaridad con el sediento, le buscaba el vaso de agua y se lo regalaba.
Esto se presentaba tanto en las zonas rurales como en el naciente mundo urbano que, de modo incipiente, empezaba a mostrar las nuevas exigencias de las relaciones humanas a través de la desconfianza de quien estaba dentro de la casa para abrirle la puerta a un sediento desconocido y colaborarle con algo que la naturaleza nos donaba.
Los adultos de la época decían que por razones de seguridad o de los costos de la canasta familiar: ¡Hasta el agua la iban a vender! Sin embargo, no faltaba quién se resistiera a tan tacaña idea, pues si el agua emanaba de la naturaleza, cómo alguien podría llegar a ser capaz de hacer tal cosa.
¡Pues bien! Hoy nadie le toca la puerta de la casa a nadie para pedirle un vaso de agua regalado. Hoy todos sabemos que el agua más barata es la que se vende en bolsa y que, según la marca, hay botellas de agua envasada desde $2.500 pesos hasta $13.000 pesos o más, según el establecimiento comercial en que se compre.
Lo cierto es que la generación de jóvenes de hoy nació con un costo que en un momento era considerado un regalo de la naturaleza, el cual hacía que los tacaños mostraran su esencia cuando le negaban agua a un sediento.
Traigo este recuerdo con tristeza (por lo menos para mí) porque vino a mi mente cuando mi compañero de trabajo, el gran veterano del periodismo escrito, el profesor Ramiro Guzmán Arteaga, me llamó para compartirme la noticia que estaba leyendo en el portal de la Silla Vacía: Nuevos despidos ponen en duda la estrategia de El Tiempo. Sin pensarlo, terminamos disertando sobre lo que está pasando con la hoy nombrada crisis de los medios.
Si bien el artículo de Celedón habla de un nuevo despido de 25 periodistas en el diario El Tiempo, ya habíamos compartido el profesor Ramiro y yo también la pena de leer lo que ocurría en Argentina, con los despidos que se dieron en el diario El Clarín.
Por mi parte, a raíz de lo que está sucediendo, he seguido el trabajo de Carlos Cortés, quien a través de La Mesa de Centro, en la Silla Vacía, documenta y reflexiona sobre la crisis de los medios, dando a conocer groso modo que en lo que va de estos últimos meses ha habido 700 despidos en los medios más “sólidos” a nivel nacional, dejándome entonces la duda de cuántos despidos ha habido en los medios regionales o locales, cuando estos son menos “sólidos” financieramente y están también enfrentando la crisis del costo del papel, la baja compra del periódico impreso y la disminución de las pautas publicitarias (por lo que han empezado a buscar alternativas en los medios digitales como estrategia para seguir vigentes en sus respectivos mercados).
Si bien financieramente los medios impresos se las han tenido que ver con el cambio que ha impuesto la nueva economía digital y los periodistas somos los directos afectados por los recortes de personal como plan de reingeniería organizacional para salvar las empresas, también existen otras crisis.
Sin demeritar los despidos en los medios, que es el tema de este artículo, no se puede pasar por alto el hecho de que la formación del comunicador social-periodista también tiene que ser pensada en función de lo que está sucediendo en el mercado laboral.
Quiero decir con esto que antes que salir corriendo a proclamar que ya no se debe estudiar comunicación social o no se puede ser periodista porque se va a morir de hambre, hay que entender la lógica del nuevo mercado laboral y escuchar con atención lo que están proponiendo los “próceres" de nuestra nación.
Por una parte, se ha de tener presente que una empresa, organización o corporación no tiene alma. A lo sumo, cuenta con una junta directiva que toma decisiones basadas en movimientos financieros, los cuales siempre tienen que estar en negro.
Ello implica que este fantasma del sujeto inexistente, pero siempre presente, solo piensa en ganancia y todo lo que no refleje el significado de esta palabra hay que anularlo. Por tanto, apenas está empezando la debacle de los despidos indiscriminados en el mercado laboral.
Que en este momento se esté viendo reflejado en la crisis de los medios no exime a otros gremios o a otras profesiones de empezar a vivirla en meses futuros o próximos años, dado que la lógica del nuevo mercado estará inscrita no tanto en qué produce un ser humano, ni mucho menos en qué es bueno, sino en cuánto vende y cómo incrementa para la empresa su gestión financiera, a partir de las bases de datos que reflejen nuevos clientes, más consumidores o socios estratégicos.
De igual modo, para trabajar en una empresa, o sentirse privilegiado de pertenecer a una organización o a una corporación, le tendrá que vender su subjetividad. Lo que consiste en pensar, como ellos necesitan que usted piense, dado que este es el costo que se ha de pagar, si es que quiere trabajar en un lugar como tal.
Ahora, los estudiantes de comunicación social se enfrentan a dos reales: por una parte, cuentan con profesores que se formaron en su mayoría, en las prácticas y en las teorías del siglo 19 y 20.
Punto débil para quien no tiene las habilidades de adaptación y flexibilidad que le permitan comprender que eso que trasmite, se ha de revaluar y contextualizar en un mundo donde la inmediatez, la viralidad y la construcción de contenidos premium es, más que un lenguaje, la lógica imperante en el comportamiento del mercado digital, el cual hoy está a la mano de cada quien, en la pantalla de su celular.
Por otra parte, y lo digo con profundo respeto, pero con gran preocupación por su actitud, son estudiantes jóvenes con desidia a la lectura, que es la que forma, sí o sí a un comunicador o periodista. Añadiéndoles que son extremadamente narcisos, inmaduros y vacíos, lo que los hace poco reflexivos y carentes de autocrítica.
Entrando con esta actitud, a confundir que, cuentan con una gran curiosidad para aprender tecnológicamente, lo que por lenguaje computacional es intuitivo, más no lógico-racional, mezclando así la destreza y la facilidad propias de la repetición del ensayo y error, con la capacidad de saber.
Por tanto, al vivir atentos a los chats personales y estar inundados de los contenidos que pululan en las redes sociales para entretener y distraer la mente crítica de quien aun la conserva, retuitean un video donde Álvaro Uribe Vélez expone su forma de gobierno a través de un “nosotros”, sin comprender lo que realmente está diciendo:
“En nombre de un país que tiene que modernizarse, se necesita que se permita el trabajo por días y por horas (…). En los próximos días presentaremos ese proyecto que facilite la jornada de trabajo por días y por horas, que reduzca el número de horas de la jornada semanal . Un país fraterno, un país con un gran vigor de empresa privada, un país de un gran avance de políticas sociales(…). Nosotros creemos que las viejas normas laborales lo que han hecho es crear más desempleo. Por eso creemos que debe haber menos rigidez, menos impuestos, más facilidad para contratar y desvincular, mejor remuneración, más tiempo para el disfrute y la educación, más flexibilidad para el trabajo por días y por horas”.
Es decir, a partir de “vivir más felices”, y en nombre de la “Solidez Democrática”, propone facilitar el trabajo desde la casa, la jornada de trabajo por días y por horas, y que debe haber menos rigidez, menos impuestos, más facilidad para contratar y desvincular.
Yo quisiera ver en esta propuesta de ley que plantea mejor remuneración económica, sí a un creativo por hacer una presentación en Power Point desde su casa, una empresa le paga por una hora de su trabajo $150.000 pesos. O si a un artista 3D le van a pagar la hora de trabajo desde su casa a $250.000 pesos. O si a un community manager le pagarían la hora a $170.000 pesos.
Resaltando que, quien trabaja desde casa paga sus servicios de conectividad, sus equipos, sus softwares (que deben ser legales, para poder facturar), su energía y, obviamente, sus aportes a salud y, a una palabra que cada día se desdibuja más en las nuevas propuestas de ley, pensión.
Mientras se retuitea un tuit, más por posverdad que por conciencia crítica, quienes aplauden semejante propuesta de “solidez democrática”, a lo sumo no son conscientes de que ellos tampoco hacen parte de la junta directiva de los que piensan en las cifras y no en el bienestar del trabajador.
Lo particular de esto, es que ya hay muchas personas que se han tenido que reinventar, profesionales o no, en las dinámicas de la economía digital, la cual grava el trabajo por días y por horas.
En otras palabras, Uribe Vélez solo oficializará una tendencia global a través de las leyes colombianas que aún no han reglado este tipo de práctica de contratación laboral que favorece a las empresas, las organizaciones y a las corporaciones.
Por ello, así como hoy se compra el agua, un comunicador social tendrá que adaptarse al mercado laboral que impone estar alfabetizado en comunicación digital.
Esta es, a día de hoy, una exigencia para cualquier profesional, artista o sujeto que quiera vender sus servicios a través de su marca personal, la que tendrá que construir, mercadear y posicionar en su mercado meta, el cual le ha de permitir consolidar una situación financiera que le brinde su estabilidad económica si logra posicionarse con éxito.
De este modo, no solo el Amazonas arde. La humanidad se está reorganizando a partir de mayor explotación, más trabajo y menos paga.
Así, ¿la crisis de los medios? No. Hablamos de ella los que estamos en este mercado. Sin embargo, no podemos ser obtusos. Se trata de la crisis en la que está entrando la humanidad que hace que nos adaptemos a la economía digital o corramos el riesgo de no tener con qué comprar una gota de agua.