Decía Facundo Cabral en sus recitales que el mediocre necesita el poder político para tener la capacidad de crear algo (así sea el caos); entonces evocaba a Van Gogh y a Bethoven como claro ejemplo de que solo con talento se puede crear, trascender en la historia; sobre todo llegar al reconocimiento y a esa inmortalidad que algunos hoy pretenden imponernos con el terror.
A lo mejor el único talento de los mediocres que masacran policías, torturan indígenas y traumatizan a los niños es lograr que cada día los colombianos los aborrezcamos más.
En 1995, en una entrevista con la televisión española, a García Márquez le preguntaron si por su amistad y cercanía con los presidentes Martín Torrijos, Felipe González y Fidel Castro, algún día escribiría algo sobre el poder; sorprendido respondió “toda la vida he escrito sobre el poder… el poder más grande que hay en el mundo que es el amor”.
Es el único que hace feliz, a veces doblega y mata sin necesidad de empuñar un arma. Cuanto nos defraudamos los colombianos cuando discutimos, incluso encima de la sangre aún tibia de nuestros compatriotas, si la responsabilidad es de uno u otro gobierno, pero nunca nos detenemos a considerar que la culpa casi siempre ha sido nuestra.
En la carta de despedida, don José Saramago le decía a su esposa: “Querida Pilar, me voy de la vida con la insatisfacción de saber que en este mundo hay hombres que ya son capaces de mandar máquinas a Marte pero no de detener un asesinato”. Solo cuando el amor sea el arma para ascender, Colombia cambiará.