Los médicos de la calle

Los médicos de la calle

Muchos colombianos acuden a yerbateros y chamanes para superar sus males

Por: Manuel Tiberio Bermúdez
diciembre 19, 2014
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Los médicos de la calle
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Uno no entiende el por qué tantas personas se quejan respecto a la falta de servicios de salud en Colombia.

No es sino dar una vuelta por los alrededores de la plaza principal de cualquier ciudad y usted encontrará quien le de la solución para cualquier dolencia.

Hay “médicos” para todos los presupuestos, pero lo mejor, los hay para cualquier enfermedad que su humanidad padezca.

Están aquellos que por “mil pesitos solamente” lo liberan de los molestos asperezas llamadas callos. Otros que con una pomadita que vale tan sólo cinco mil devaluados pesos “que si acaso le alcanzan para tomarse una cerveza” -vocifera el pregonero-, le dejan a usted la piel tan limpia como la de una reina de belleza.

Mas allá en una esquina, bajo el sol que no da tregua, una señora con voz de aguardientero amanecido, asegura, que ese menjurje de color rojo que tiene en un frasquito, le tumba cualquier incómoda y antiestética verruga.

Otro, escondido bajo un parasol de playa, asegura, señalando unas ramas que tiene en el suelo, que con una agüita preparada con esas yerbas le devuelve la salud a su desvencijada y abusada próstata.

A menos de cien metros, otro “galeno” popular, mientras mira con lujuria a una colegiala que el viento dejó al descubierto media pierna, grita exhibiendo un tubo de crema con un nombre de difícil pronunciación, que “en este tubito milagroso tengo el remedio para que deje de pasar penas con esa muchacha que le dijo que si y a la que usted le queda difícil cumplirle porque su mejor amigo llamado pipí, mantiene cabizbajo y abatido.

Llévela, por únicamente veinte mil devaluados pesos, -grita- y vera que mañana cuando vuelva a pasar por aquí me dará las gracias porque que este ungüentillo, ahí donde lo ven, lo convertirá a usted en un macho cabrío pues es mejor que el tal Viagra que tan caro cuesta”. “Esta es medicina para pobres”. –remata-

Son estos los “mediquillos” informales que se rebuscan el sustento entre el bullicio y el ajetreo citadino. Trabajadores anónimos y preparados en el arte de decir y pregonar, sin esos aires de doctor con pinta de intelectual a punto de recibir el Nóbel y que deshumanizadamente atienden en los consultorios a sus pacientes.

Por allá otro “profesional de la medicina popular”, como se hace llamar, equipado con un micrófono y con actitud de comentarista deportivo, vocifera las bondades de sus raíces que todo lo curan y las que –según su perorata- lo dejan a uno como si acabara de recibir un transplante o como si estuviera inaugurando un cuerpo nuevecito.

Pero si usted es un transeúnte que no esta buscando la cura de dolencia alguna, camina otro poco y encontrará a una muchacha que le pasa un volante en el que el “Profesor Yotecuro”, le informa al lector que él está en capacidad de curarlo todo: la depresión, el estrés, le devuelve al ser amado perdido, hace que su amor por la vecina -a la que ya le tiene el ojo puesto hace días-, se haga realidad, es decir, “le curo todo”, asegura el volante, “hasta la peladez en que lo tiene el gobierno de la locomotora desbocada.

Afirma también el papelito que este profesor “le cierra el cuerpo contra todo maleficio” y para que usted crea en sus poderes le regala esta receta para que el dinero llegue a sus manos como si fuera un Jeque petrolero: “Coja un garrapatero a las 6 de la mañana, sacrifíquelo a las doce del día y extraiga su corazón. Ponga ese corazón a secar en una teja de barro que no haya recibido lluvia. Haga eso durante tres días y luego pulverícelo.

Coja ese polvo y lo pone en una bolsita verde con un ajo macho, dos grillos verdes que no hayan procreado y cargue la bolsita en el bolsillo izquierdo de su camisa junto a su corazón. En menos de 6 meses usted verá que la prosperidad llega a su vida”.

A esos hombres y mujeres de la calle, a esos teguas o “profesionales de la medicina popular”, puede que poco les compren los productos que ofrecen pero sin lugar a dudas entretienen la cotidianidad callejera, son el salvavidas a nuestra afanada carrera diaria.

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