En una fiesta en altamar celebrado en el yate del todopoderoso William Randolph Hearst, dueño de los grandes periódicos de los Estados Unidos en las primeras dos décadas del siglo XX, ocurrió una tragedia. Charles Chaplin vio en su cama imperial a su Lita Grey, su joven prometida –le llevaba treinta años- revolcándose con Thomas H Ince, uno de los directores pioneros del western. La respuesta del macho herido en su ego no dio espera, tomó un revólver y lo mató. En el barco, entre tantos famosos, estaba Louella Parssons, la chismosa más famosa de la industria del entretenimiento. Hearst –el hombre que después se haría inmortal por culpa de Orson Welles y su Ciudadano Kane- le puso un sudoroso fajo de billetes en la mano además de contratarla de por vida con millonario sueldo de por vida para que fuera la crítica de su periódico. Nadie habló del caso y la muerte de Ince pasó de agache en los periódicos, diciendo que un aneurisma le había cegado la vida en altamar.
Si esto pasó con un eminente director de cine que le daba millones a los estudios, ¿Qué podría pasar con los extras que morían acribillados en los sets de las batallas dirigidas por verdaderos dictadores como era el caso de Von Stroheim? ¿O qué decir de los técnicos al comienzo del sonoro que murieron ahogados en las sofocantes cámaras mientras mezclaban el sonido? ¿O las aspirantes a estrellas que accedían a pasar una noche con cómicos como Fatty Arbukle quien mató a una joven mientras, cegado por la coca, le metió una botella por la vagina causándole una mortal peritonitis? Todos esos crímenes pasaban impunes, se enterraban, porque Hollywood era el Olimpo y sus productores los dioses.
Pocos valientes han decidido contar esta historia. El primero de ellos fue Kenneth Anger, satánico cineasta experimental, quien plasmó toda esa decadencia en Hollywood Babylonia. A Anger, por supuesto, le destruyeron la carrera. Otros rebeldes como Hal Hashby, Warren Beatty, Robert Altman y el propio Orson Welles pagaron con su sangre la osadía. Ahora es el turno de Damien Chazele quien decidió producir Babylon, una super producción de 120 millones de dólares, que cuenta con estrellas como Brad Pitt, Margot Robbie o Tobey Maguire y apenas recaudó 15 millones. Si, es mucha película para un público lobotomizado por Marvel, las tres horas de un drama en donde no aparece ningún monstruo destruyendo Manhattan pueden sonar a exceso, pero también hay que decirlo que Hollywood le cerró los canales de exhibición y pasó sin pena ni gloria por las salas de cine del mundo. El consuelo que queda es que ya, en mayo, se estrenará en Paramount en formato digital minimizando las pérdidas.
Lo más patético es que los viejitos de la Academia, en su habitual doble moral, decidieron ningunearla en los premios más subestimados del mundo. Claro, como no es la historia de algún sordociego o manco pues tenga, no nos interesa demasiado una película sobre cine. Menos una historia que les recuerda a los grandes productores que son unos cerdos. El personaje de Margot Robbie vomitando la alfombra persa del máximo jerarca de un estudio es una declaración de principios, una declaración de guerra de Chazele contra Hollywood.
Y se lo van a hacer pagar caro. Es difícil que Chazele se recupere así lo acompañen sus 37 años y una fuerza creativa única. Pero hemos visto como esa trituradora de sueños es capaz de acabar con gente tan talentosa como Peter Bogdanovich, Nicholas Ray, William Friedkin o Francis Coppola sólo porque no sonrieron a tiempo, porque no se sintieron complacientes.
Si quiere celebrar el cine y vomitar sobre la industria no se pierdan esta maravilla que aún sobrevive en algún cine de la capital
Adenda: Me gustaría que ganara esta noche los Fabelman pero seguro se la van a dar a Todo las cosas al mismo tiempo porque se verían bien unos asiáticos recibiendo el premio, Hollywood está loco por lavar todo su racismo eligiendo cada año la película con mayor diversidad étnica.
