Actualmente el mundo asiste expectante a uno de los desarrollos más desconcertantes de la publicística. Como cualquiera sabe, sin enigma alguno, Trump contra todo pronóstico se convirtió en presidente de los Estados Unidos de América, y nunca se ha soslayado de la naturaleza terrible de ese hecho impredecible, la incertidumbre.
A cual más se pregunta siempre, ¿cuándo caerá?, ¿en qué momento se desencadenarán los ataques finales que darán con él en tierra? Lo que queda por dilucidar es la naturaleza persistente e inacabada de la incertidumbre en política, su política, donde al parecer todo es dudoso, desdibujado, mentiroso para los demás pero cierto para él. Lo que quiero decir es que si Trump fue fruto de una incertidumbre, esta no se le despega y él tampoco puede despegarla y por eso va tumbo tras tumbo, tropezón tras tropezón. La clave aquí es entender que esa forma de andar puede ser una manera, es decir, una virtud que a ratos podría devenir en una ciencia, la publicística política, o el pragmatismo. Esto está ligado a ciertos privilegios de la personalidad en la historia.
Es algo así como el beodo que pregunta a alguien que no sabe si está sobrio o está tan borracho como él:
—¿A ver, dime, cuántos chichones tengo en la cabeza?
—Cuatro, le contesta.
—¡Uf! Me faltan dos para llegar a casa.
En uno de esos tropezones Trump fue a dar a Helsinki a reunirse con su homónimo ruso y obvio, lo que por la naturaleza de su elección debió ocurrir, ocurrió. Metió la pata hasta la rodilla, por no decir que solo le quedó afuera su lúcido bucle capilar: desmintió a sus propios organismos de investigación y defensa estratégica y convalidó fresco cual lechuga la opinión de quien se dice lo tiene en el poder, Vladimir Putin.
—Él me dijo que no lo hizo, y no tengo por qué no creerle.
Parecería de una puerilidad indescriptible. Un tipo tan ducho y recorrido como Putin, exjefe de la KGB, mentiroso por experiencia, tradición y formación profesional, no de cualquier clase si no de conspicua herencia, qué más podía decir. Alguien podría apostar que si Putin ha dicho alguna vez una sola verdad en su venerable vida, eso sería exportable.
Pero acaso, Trump no sabe que su respuesta es ingenua. ¡Pues claro que lo sabe! El asunto es, ¿y eso qué importa? Él es el presidente de los Estados Unidos.
Obviamente todo eso ocurre en un escenario grandilocuente. ¡El escenario del mundo donde las grandes guerras se juegan! Trump sabe que se roba la atención del orbe. Para ayudarle a robársela y, sobre todo para vender periódicos, la prensa arma un tinglado simultáneo.
Y entonces ocurre lo que me ha estado llamado la atención y me deslumbra.
¡Un combate en el infighting! Léase en español barato, en el cuerpo a cuerpo. En realidad querría decir algo como al interior de la pelea y en lo inmediato cada vez y sin despegarse.
Pero, en esta pelea ocurre lo mismo que ocurre en sus transmisiones. No es lo que vemos. El narrador no alcanza a narrar el golpe, siempre va detrás, con la desventaja que cuando lo menciona ya otro golpe de ataque o de riposta ha pasado. Si el combate se da contra las cuerdas todo se confunde e interviene la bendita emoción. Atención señores…
—Trump simula haber sido golpeado, trastabilla y se desdice. Su capul se desarregla un tanto.
Por allá dentro en algunas de las alas de la enorme Casa Blanca, genios cavilan para allegarle oxígeno, pero es imposible, la pelea es muy rápida. Saben que dependen de lo que haga su púgil.
Pero la campana interviene. Trump escupe en una jarra, recompone sus mentiras.
—No vamos a un nuevo asalto. Trump invita a Putin a visitarlo a Washington. ¿Será posible tanto cinismo? No, todavía no es suficiente: Putin dice que quiere interrogar en Rusia a alguno de quienes lo acusan a él o a su país.
Una nueva oleada de prensa se viene encima pues en el Senado alguien ha pedido que el traductor sea llamado a indagatoria para que responda acerca de qué hablaron los dos presidentes. El peligro es inminente. De alguna parte de la hinchada alguien se yergue. Interviene el partido republicano que es una especie de sparring experto en añagazas, siempre a la sombra y al acecho, con el ojo puesto en otro combate de las elecciones de mitaca. Si la indagatoria ocurre, la pelea puede derivar en sanguinolenta.
Cualquiera que esto lea se obliga a sacar una conclusión esperpéntica tipo “Les horribles et épouvantables faits et prouesses du très renommé Pantagruel Roi des Dipsodes, fils du Grand Géant Gargantua; (Las hazañas y hechos horribles y espantosos del muy renombrado Pantagruel Rey de los Dipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa):
En el mundo en que estamos existe solo una planta endémica: la mentira.
Y el mundo de la mentira es la publicística de las fake news.
Lo único cierto en ese mar es que Trump usa sus escenarios para ganar tiempo.
Pásmese cualquiera. ¡Según él, cada paso lo acercaría a su reelección!
Trump por la naturaleza de su elección es quizás el primer mandatario que opera bajo las leyes de la cuántica, es decir, aquel enclave de partículas subatómicas donde reina la incertidumbre y donde, como nada se ve, hay que ir a tientas. Nunca podrá decirse que un electrón está en un sitio; si lo sabes entonces no puedes conocer su velocidad. Todo es una nube. Corolario: y dónde se va más a tientas que en medio de las cortinas de humo. Y entonces llegamos al meollo del asunto.
La fabricación de cortinas de humo ha pasado a ser una de las producciones de más alto valor estratégico de mercado.
Intentaré mostrar alguna que me tiene estupefacto.
Luego de la metida de pata de Trump comentada profusamente por la prensa mundial, ocurrió haberse divulgado que un tanto antes de su elección y en plena campaña Trump habría discutido con su abogado, un tal Michel Cohen, la forma de solventar con cierto pago clandestino, algo atinente a un liviano lío de faldas con una chica competente para ello, Karen McDougal que quería irse de la lengua. No debe olvidarse que Clinton habría incurrido en indelicadezas espermáticas en plena Oficina Oval. Cohen esgrime una prueba, una grabación que obviamente Trump estima ilegal y por tanto inutilizable jurídicamente contra él.
Pero Trump no se ha arredrado. Lo que hubiera sido para peor con alguien de cierta medianía, para él es de una oportunidad impostergable. Está utilizando a la vista del orbe entero ese ataque para cubrirse y echarle tierra al affaire Helsinki. ¡Es increíble!
¿Ray “Sugar” Leonard?, qué enano.
Si ha atraído nuestra minuciosa atención que lo elaborado por Trump en pleno infighting para escapar era una cortina de humo de grandes proporciones, donde ningún locutor alcanzaba a precisar cada golpe, lo de la chica pagadera implica tapar aquello con solo una ínfima cortinilla de filigrana de esas que se usan translúcidas en los encajes del brasier. ¡Cuánta habilidad!
Agreguemos algo para salpimentar. Imaginemos que Melania Trump se dé por enterada, aunque lo dudamos pues Hillary jamás lo hizo; y forme un alboroto de padre y señor mío. La prensa haría millones. Las empresas de encajes y enaguas llenarían sus arcas. La firma Ivanka vendería hasta las costuras. El mundo farandulero entero sonreiría y, como le fuera más cercano el asunto, incluso participaría. Trump negociaría gustoso. Con un ojo moreteado se iría tras bambalinas. Tras aquellos encajes y velos a cualquiera le resultaría fácil negociar con Melania. ¡Ay! ¡Melania!
Luego de ello, Trump recibiría a Putin en Washington. Metería la pata todavía más profundamente. Entraría en otro infighting. A lo mejor otra nueva chica surge —cero y van dos— y nuevamente Trump se iría a la lona. Nótese que en este birlibirloque algo va de reunirse en Helsinki a hacerlo en Washington: legalizarían poco menos que una relación incestuosa bajo la luz resplandeciente de un castillo de pólvora.
De todas estas afiladas argucias debemos enterarnos ahora que empiece el juicio al ilustre senador colombiano de marras. Quienquiera que crea que lo que se nos viene sea un simple asunto jurídico, no estará ni tibio. No es de creerse, presuntamente, eh, solo presuntamente, que el gobierno entrante haya de intervenir y nuestro presidente intentare salvar al inculpado, que lo llevó al poder. Necesitaríamos más que de los artilugios de Trump. Lo imagino imposible pero de todo se cuece en la viña del Señor.
Nota: el título y traducción de la afamada novela de Francois Rabelais ha sido tomado de Wikipedia. Los datos sobre Mr. Cohen y Karen McDougal pueden leerse en el New York Times. La palabra brasier está incorporada a nuestra lengua. Infighting, no.