Desde principios del siglo XX las ligas europeas se han nutrido con jugadores suramericanos. El primero que viajó a Europa fue el argentino Julio Libonatti, tenía 24 años cuando su equipo, el New’s Old Boys de Rosario, lo vendió al Torino de Italia. Desde entonces todas las grandes estrellas del futbol continental, a excepción de Pelé, nutrieron al fútbol europeo. Esto nunca repercutió en las actuaciones de las selecciones de la región en los mundiales. Es más, hasta el 2002, cuando Brasil ganó la Copa en Corea-Japón, el trofeo se lo turnaban, con pasmosa regularidad, Europa y América.
Pero han pasado tres copas del mundo sin que la levante un equipo suramericano. El que más cerca ha estado es Argentina quien en Brasil perdió la final contra Alemania. En Rusia la tendencia de los últimos torneos amenaza con mantenerse e incluso va a agravarse aún más. Hace cuatro años Brasil, Argentina, Colombia y Chile pasaron la primera ronda, el único que quedó eliminado fue el Ecuador de Reinaldo Rueda. En el 2018 ya quedó eliminado Perú, Argentina acaba de ser goleado por Croacia y depende de un milagro para no repetir sus peores participaciones en mundiales, la de Suecia 58 y Corea-Japón 2002 en donde fue eliminada en primera ronda, Colombia, hundida en líos internos que involucran a empresarios y con una pésima preparación física que ha mermado a sus estrellas, está herida de muerte. Brasil empató en su debut con una pálida Suiza y Uruguay sufrió más de la cuenta para ganarle a los dos peores equipos del torneo: Egipto y Arabia Saudita. De hecho el equipo del Maestro Tavarez, jugando horrendo, es el único que tiene asegurado su pase a octavos.
El saqueo de talentos que las ligas más poderosas del mundo y que empezó hace casi cien años con la transferencia de Libonatti al Torino, parece haber afectado por fin a las selecciones suademericanas. Cada vez se llevan más jóvenes, casi niños, a nuestros cracks. Messi llegó al Barcelona a los 11 años y todos los días se escuchan transferencias millonarias, asombrosas, de clubes que compran a niños sudamericanos para meterlos en sus divisiones inferiores. La gran mayoría de ellos, afectados por el exilio prematuro, víctimas de padres y empresarios explotadores, terminan aborreciendo el fútbol y a los veinte años, destruidos, reventados, regresan a sus países desahuciados. Como sucede con nuestros bosques, con nuestras montañas, con los ríos, las potencias vacían la materia prima, nuestros jugadores, devastando a nuestras selecciones.
Son los agentes, los manager de los jugadores los que están acabando con nuestro fútbol. Acá no más, en Colombia, está viva la polémica de que tanto le mete la mano a las alineaciones Pascual Lezcano y el venezolano Norman Capuosso. Las convocatorias a las selecciones nacionales son fundamentales para que sus pupilos se coticen más en el mercado. Eso podría explicar la presencia de cuatro debutantes en el primer partido contra Japón. En Argentina la no inclusión desde el inicio del delantero Pablo Dybala y del arquero Franco Armani podría ser parte de managers que quieren vender y cotizar mejor a sus fichas.
Hace veinte años decíamos que la potencia de los alemanes, de los franceses, podría contrarrestarse con la técnica de los suramericanos. Acabo de ver a Modric y tenía la sensibilidad en su pie de un brasilero. Ozil es un mago y Griezzman un espectáculo. A eso se le suma la organización, el trabajo y la mentalidad que siempre ha caracterizado al europeo. La zanja entre los dos continentes se ahonda aún más. Ojalá Brasil saque la cara por el continente porque se completarían 16 años sin ganar la copa del mundo.