Los rusos vuelven a jugar en la actual campaña electoral americana el mismo papel de malos que jugaron en la pasada, cuando el mismísimo presidente Obama declaró que era obra suya la filtración de los correos electrónicos entre la oficina de la candidata Hillary Clinton y la dirección del partido demócrata, que probaban la existencia de un plan para sabotear la precandidatura del senador Bernie Sanders. Un plan que pasó por alto olímpicamente la prensa hegemónica, que prefirió concentrarse en documentar infatigablemente la acusación de que la filtración era obra de los servicios secretos rusos y en ofrecer tribuna a todos los funcionarios públicos y líderes políticos demócratas dispuestos a declarar en favor de la misma. Eso hizo la prensa que se considera seria, de referencia, como el New York Times, el Washington Post, el Wall Street Journal. La otra, la que no se da aires de grandeza, se dedicó simple y llanamente a acusar a Donald Trump de ser un títere de Vladimir Putin, su “Candidato de Manchuria”.
La prensa del resto del mundo que, adhiere a la agenda informativa que marca esa prensa hegemónica, sirvió de potente caja de resonancia a la acusación y a la caricatura. Y aunque todas se sintieron decepcionadas cuando la prolija investigación encalló en el senado norteamericano no dio su brazo a torcer. Contra argumentó que Trump había escapado del impeachment no porque fuera inocente sino porque lo había salvado del mismo la mayoría republicana del senado. El títere de Putin se había salido con la suya.
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A Biden le basta con quedarse calladito para ganar las elecciones de noviembre, en las que no se votará mayoritariamente a favor de él sino en contra de Trump
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Yo me cuento entre los que pensó que después de este carpetazo el Russiagate ya era historia. Si en el otoño pasado, cuando se libró la batalla definitiva del impeachment, las encuestas daban como claro ganador a Trump en las próximas elecciones presidenciales, hoy, con la pandemia desencadenada, una crisis económica brutal y ciudades enteras sacudidas por las protestas populares por el asesinato del afroamericano George Floyd, esa ventaja se ha esfumado. La consigna de Trump Let´s make America Great Again suena a chiste y al apparatchikt de Joe Biden le basta con quedarse calladito en su casa para ganar las elecciones de noviembre, en las que no se votará mayoritariamente a favor de él sino en contra de Trump.
Me equivocaba. El 26 de junio pasado, y bajo el impactante título de Russia Secretly Offered Afghan Militans Bounties to Kill U.S. Troops, Inteligence Says, el New York Times publicó un artículo que acusaba a los rusos de ofrecer recompensas a los talibanes por cada soldado americano muerto. Y añadía que, aunque Trump había sido informado, no había hecho nada distinto a llamar varias veces a Putin para invitarlo a reincorporarse al G7. El Washington Post, el Wall Street Journal e inclusive The Guardian se apresuraron a reproducir este nuevo ejemplo de lo que es en Nueva York el periodismo de investigación.
Fue inútil que John Ratcliffe, el responsable del Directorio de Inteligencia Nacional, declarara que “He confirmado que ni el presidente ni el vicepresidente fueron informados sobre la inteligencia alegada en su informe de ayer”. Ni que Trump también lo desmintiera. “¡Que otra cosa iban a hacer!” pensó para sí una opinión pública previamente convencida de que Trump, aparte de imbécil, es un mentiroso compulsivo y que un funcionario suyo no podía hacer otra cosa que cubrirle las espaldas. Los rusos también hicieron un desmentido oficial. “¡Pero quién diablos le va a creer nada a esos malditos taimados!”. Tuvo más efecto el desmentido de los talibanes, que negaron rotundamente haber recibido dinero de los rusos. En las versiones posteriores del mismo informe, el NYT matizó y habló de “militantes vinculados a los talibanes”. Y últimamente de “criminales”.
En resumen: el Russiagate vuelve a la escena porque su motivo sigue siendo el mismo que cuando se incoó a raíz de la publicación de los e-mails de Hillary: acusar a Rusia de lo peor, para convencer a la opinión publica americana que es un enemigo mortal y que cualquier tentativa de negociar o si quiera de dialogar con ella es alta traición.