Hoy he querido tomar el uso de la palabra escrita, con el fin de expresar algunas ideas que han venido a mi mente al acercarse la celebración del día del maestro. Deseo comenzar entonces con una frase del naturalista y filósofo Herbert Spencer, que dice así: “El objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás”. Estas palabras evocan el espíritu de la Ilustración, que consistía en buscar la superación y la liberación del hombre a través de la luz de la razón, combatiendo la ignorancia, la superstición y la tiranía, que sumergen a la humanidad en las tinieblas y el oscurantismo.
Sin embargo, en nuestros días, pasados más de dos siglos desde que se gestó el movimiento ilustrado, el proyecto de iluminar al mundo con la lámpara de la razón parece haber sido truncado. Prueba de ello son las nuevas formas de tiranía desarrolladas por las potencias mundiales y las grandes élites económicas para dominar y saquear el planeta hasta la muerte; la superstición, aunque todavía existe como forma de creencia en fenómenos absurdos e imaginarios, también ha mutado, al punto en que gobiernos y pueblos enteros permanecen convencidos de que si no siguen al pie de la letra las prácticas políticas y económicas que dicta el gran dios del norte y sus arcángeles FMI y BM, entonces cometerán el peor de los sacrilegios. Pero hay que decir que es gracias a la ignorancia de las masas que estas prácticas de sometimiento han permanecido triunfantes hasta el momento, pues un pueblo que no ve ni siente la importancia trascendental de su educación, es un pueblo maleable, manipulable, susceptible de ser esclavizado.
Cabe clarificar, empero, que la ignorancia no es una cuestión de ingenuidad, sino de conformismo. Esto significa que el ignorante lo es por elección y no por victimización. Pero ¿Cómo es que alguien decide libremente permanecer en la ignorancia? La respuesta es sencilla: pensar conlleva esfuerzo, trabajo, sacrificios, algunas veces infelicidad, oposición, desasosiego; y tristemente, en casos colombianos, hasta el exterminio. De ahí que una vida tranquila y libre de problemas, de dificultades, y llena de gozo se asocia con no pensar, con vivir la vida intuitivamente, a las riendas del sentido común, en la imitación de lo que se dice y lo que se hace en general dentro de una colectividad humana temerosa por tomar la dirección de su propio destino.
Asimismo, aquellos que deciden mantenerse en la oscuridad del pensamiento ven al conocimiento como su peor enemigo y deciden evadirlo en cada oportunidad que este amenace con brindar un poquito de luz. La huida se encuentra a la mano, en lo cotidiano, en lo superficial, en la banalidad ofertada y comercializada por una sociedad que rinde culto al dinero, al esparcimiento, al entretenimiento, al vicio, a la estética del bisturí, a las mujeres de silicona y a los hombres de papel. En todo esto se encuentra la tan anhelada conformidad, la fuga de todos los problemas, el olvido de las injusticias y el abandono de nuestro compromiso ético con los otros.
Así pues, sumisos y acríticos permitimos que la ética del mercado invada nuestra subjetividad y desdibuje las relaciones con nuestros semejantes, con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros mayores, con nuestros profesores, el compromiso con las instituciones, con la justicia y con la vida misma.
Con respecto a esta decadencia de las relaciones humanas quiero traer a colación el caso de irrespeto y agresión a una maestra por parte de algunos de sus pupilos, el cual quedó registrado en un video que ha sido publicado en las distintas redes sociales y demás medios de comunicación. En él se puede apreciar cómo un grupo de estudiantes matonean a una profesora mientras trataba de orientar su clase a quienes sí parecían estar interesados. Los gritos, los insultos y la humillación quedan evidenciados durante tres minutos de grabación, tiempo en el que los espectadores parecían complacidos con el ignominioso suceso. Ante esto cabe preguntar ¿De quién es la culpa de que estos jóvenes se expresen a través de estos comportamientos aberrantes, grotescos y agresivos? Muchos dirán que de la familia, otros que de los amigos, que de la vida callejera, etc.
Sin embargo, a raíz de la implementación de ciertas ideas pedagógicas descontextualizadas, y de ciertas políticas educativas, el MEN, las secretarías de educación, algunos, o tal vez varios directivos y un grupo de opinión dirían que la culpa es de la maestra por no tener dominio ni autoridad en su clase. Y esto es así, hay que ser sinceros, pues a pesar de la evidente falacia en que se sustenta semejante afirmación, quienes congenian con dichas políticas educativas pretenden, consciente o inconscientemente, responsabilizar a los maestros de la decadencia moral y ética de nuestra sociedad. Por un lado nos dicen que somos la clave indispensable para la transformación social, pero en la práctica, las ocurrencias de los presuntos expertos en educación restringen la capacidad del docente para tomar decisiones, a través de la regulación tecnocrática de los procesos educativos, estandarizando el conocimiento en un reducido grupo de competencias, bajo una idea de calidad traída del funcionamiento empresarial neoliberal, que no solo pone en peligro la estabilidad laboral y los anhelos de ascenso y reubicación salarial de los educadores, sino también la posibilidad de acceder a una educación equitativa y provechosa por parte de la población estudiantil.
Pero volvamos a la pregunta anterior ¿De quién es realmente la culpa de que se hayan quebrado tan dramáticamente los rituales de respeto entre estudiantes y educadores? ¿A quién responsabilizar de la decadencia moral y la falta de civismo de la sociedad? Estas cuestiones merecen no ser resueltas a la ligera y de manera intuitiva, pues la concurrencia de factores y de hechos históricos que nos han llevado a esta coyuntura social es bastante compleja, por lo cual amerita un análisis serio y riguroso. Sin embargo, sí quiero dejar por sentado que la posibilidad de cambio y de superación la tenemos en nuestra libertad de elegir. En el caso de ustedes estudiantes, la mayor parte de la responsabilidad del aprendizaje es de ustedes mismos, y no de parte del profesor, tal como lo pretenden hacer ver los tecnócratas de la educación. Ustedes eligen aprender o no aprender, y solo pueden elegir aprender en la medida en que sientan y sean conscientes de la necesidad de su educación, de lo contrario esta será vista como una desagradable obligación, como una imposición matutina que no los deja dormir hasta tarde ni hacer lo que su comportamiento intuitivo y acomodaticio les dicte.
Las excusas con las que se justifica la fobia escolar o la pereza intelectual, que se centran en la mala impresión que supuestamente les producen los maestros, deben quedar desmontadas, pues cuando se tiene claro el objetivo de superarse intelectualmente, “el buen estudiante aprende gracias a su profesor, a pesar de su profesor, o en contra de su profesor”, tal como lo afirma José Antonio Ortega. Esto no quiere decir empero que los profesores no se vean comprometidos con dar lo mejor de su potencial para educarlos a ustedes y apasionarlos por lo que ellos enseñan, pues un docente tiende a ser más creativo y motivado cuando ve la inquietud intelectual en sus estudiantes, mucho más que cuando se les habla de aumento salarial. Así pues, Sapere Aude, atrévete a saber, atrévanse a pensar, para salir de la oscuridad de la ignorancia y del sometimiento, en sus manos debe quedar el compromiso de educarse para luchar por un mundo mejor.
Por otro lado, a ustedes maestros, compañeros y amigos, quiero decirles que esta profesión, a pesar del desprestigio social que sufre, es la más humana. ¿Cuántos de ustedes no se han metido la mano al dril para costear fotocopias a sus estudiantes? ¿Cuántos de ustedes no se muestran preocupados por las problemáticas de sus pupilos? ¿Cuántos de ustedes no han preparado con entusiasmo y amor las clases? o ¿Cuántos de ustedes no han sentido satisfacción cuando ellos representan de manera excelente a la institución? Enseñar no solo implica sagacidad intelectual, sino también alma de buen samaritano y compromiso social con las injusticias y con el futuro del país; enseñar implica conmoverse cuando la pobreza y la marginación afecta a nuestros estudiantes; enseñar implica dar buenos y oportunos consejos; enseñar implica soñar lo más elevado posible para contagiar de grandes retos a los depositarios de nuestra labor.
Finalmente, no olvidemos que estamos en guerra ideológica contra la mercantilización de la educación y en contra del dogmatismo neoliberal que está llevando por la borda a este hermoso país de grandes riquezas y de gente con un enorme potencial. Ojalá, algún día nos sentemos a mirar el fruto de nuestras luchas, desde la tranquilidad de un verdadero y justo cambio social.
¡Feliz día, maestros!